jueves, 25 de febrero de 2010

'Almas grises' de Philippe Claudel



Siempre mantengo que una de las cualidades imprescindibles para que un libro sea realmente bueno es que el estilo tiene que ser sencillo. Aunque en realidad con “sencillo” quiero decir más bien “natural”. Vladimir Nabokov, por ejemplo, tiene un estilo lleno de florituras, metáforas rebuscadas, imágenes evocadoras, figuras retóricas complicadas, pero sin embargo su estilo fluye de forma natural, parece que se haya puesto a escribir y le haya salido todo tal cual, a la primera, de forma natural, sin necesidad de buscarlo y rebuscarlo, sin embadurnar borrador tras borrador, sin hacer corrección sobre corrección. Por supuesto, también hay la otra cara de la moneda, escritores (ejem, Jack Kerouack, pero también otros) que tienen un estilo insufrible porque parece (o se nota) que han escrito sus novelas tal cual, sin molestarse a buscar y rebuscar un estilo propio pero que suene natural. Soy consciente que esto es una sensación enteramente subjetiva, pero no puedo evitar tenerla. Para mí, el estilo de un escritor tiene que ser trabajado pero a la vez sencillo.

Todo este párrafo introductorio viene dado porque el mayor problema que he tenido con ‘Almas grises’ ha sido su estilo. Me ha parecido terriblemente forzado, con un abuso de la metáfora rocambolesca, la comparación rebuscada y el adjetivo innecesario. Este estilo tan forzado ha hecho que en lugar de imaginarme los personajes, la mayor parte del tiempo me estuviera imaginando al escritor escribiendo y rescribiendo su texto y riendo por lo bajín, de lo más satisfecho imaginándose la reacción de los lectores quedándose con la boca abierta ante su maravilloso y barroco estilo. Y no es que sea una mala novela, tiene un interesante punto de partida y buenas ideas, pero su estilo levanta una barrera que ha hecho imposible que llegara a entrar en la historia.

‘Almas grises’ empieza a partir del asesinato de una niña en un pequeño pueblo del norte de Francia en plena primera guerra mundial. No es una novela de intriga, pero aún así no pude evitar pensar que al final la intriga estaba resuelta de un modo algo decepcionante (y, a riesgo de repetirme, volveré a utilizar el adjetivo “forzado”). Pretende ser más bien una novela de personajes solitarios e infelices, pero yo creo que lo mejor de la obra es el tono costumbrista, el retrato coral de los personajes que habitan el pueblo. Creo que lo mejor es la descripción del ambiente y la vida de un pueblo de provincias en la primera guerra mundial. Es por este aspecto que para mí se ha salvado la novela, pero en general me ha parecido decepcionante, por más que he intentado que me gustase.


miércoles, 24 de febrero de 2010

'El mal de Portnoy' de Philip Roth


Si tuviera que resumir ‘El mal de Portnoy’ de Philip Roth en cinco palabras estas serían “sexo”, “judaísmo” y “sentimiento de culpa”. El protagonista, Alexander Portnoy, es el perfecto niño judío, estudioso, obediente y dulce, pero aún así todo esto no es suficiente para su dominante madre, para la que una nimiedad como no terminarse toda la comida del plato es una ofensa personal, una tragedia, una prueba irrefutable de que su hijito es un desagradecido que no valora lo mucho que le quiere su madre del alma porque quiere matarse de hambre sólo para darle un disgusto a ella. Y si la madre es sobreprotectora y castradora, el padre es un estreñido, literalmente y figurativamente. El padre es un vendedor de seguros que se mata trabajando y que las pocas horas que pasa en casa las pasa sentado en la taza del váter. El caso es que los dos, padre y madre, forman un muy buen equipo a la hora de dotar a su hijo de un profundo sentimiento de culpa mediante las más variadas y refinadas técnicas pasivo-agresivas. Y es cuando Portnoy empieza a masturbarse (de forma compulsiva) cuando el sentimiento de culpa estalla en todo su esplendor.

Portnoy crece y se convierte en un respetable ciudadano que trabaja para el alcalde de Nueva York, pero sus padres siguen tratándole como un niño e intentándolo hacer sentir culpable (con bastante éxito, todo se tiene que decir). Pero tampoco es que Portnoy sea un ser humano digno de compasión; es egocéntrico, narcisista, engreído, misógino, lleno de autocompasión, y se cree infinitamente superior a todos los que le rodean. Han pasado años desde las primeras pajas, pero para Portnoy sexo y sentimiento de culpa siguen íntimamente ligados: todas las experiencias sexuales con las que había fantaseado previamente, una vez se llegan a materializar, no puede disfrutarlas plenamente por culpa del famoso sentimiento de culpa. Por supuesto, sus relaciones con las mujeres no van que digamos sobre ruedas: las mujeres listas le hacen sentir inferior y las que no lo son no puede evitar despreciarlas por las pocas luces que tienen. Y estas son la desgracias del pobre Alexander Portnoy.

La novela está escrita en primera persona y finge ser el relato de su vida que Portnoy hace a su psicoanalista. Este truco permite que la historia no siga un orden lineal sino motivado por los recuerdos, pero a la vez también le da frescura, y espontaneidad, y veracidad. El tema de esta novela, que no es otro que las penas que acarrea la masculinidad en el siglo XX, en manos de cualquier otro escritor podría resultarnos algo insufrible, pero el mérito que tiene Roth es que sabe escribir y tiene sentido del humor, y con esto puede hablar las veces que quiera de lo mucho que sufren los hombres, porque es capaz de hacerlo interesante. ‘El mal de Portnoy’ está tan bien escrito que engancha, y además es divertidísimo. Roth es capaz de reírse de sí mismo y esto se agradece. Y otra cosa que se agradece es la sinceridad de la novela. Portnoy nos cuenta sus secretos más vergonzosos, sus fantasías más denigrantes, sus pensamientos más rastreros, sus sentimientos más patéticos. Y es divertidísimo.


domingo, 7 de febrero de 2010

'La novela del adolescente miope' de Mircea Eliade


El protagonista de 'La novela del adolescente miope' (que no es otro que el propio Mircea Eliade) quiere escribir una novela titulada precisamente 'La novela del adolescente miope' que le hará famoso, le proporcionará la admiración de todos los que le rodean (especialmente sus profesores) y le ahorrará el apuro y el fastidio de tener que pasar por los exámenes del instituto. Pero antes de sentarse a escribir esta novela, decide escribir un diario que le servirá para coger apuntes en forma de borrador que después utilizará en su novela. Nosotros, como lectores, lo que leemos son estos apuntes en sucio. Por lo tanto, 'La novela del adolescente miope' no es nada más que el relato del intento de un adolescente por escribir una novela titulada 'La novela del adolescente miope'. Esto le da una sensación de inmediatez, de espontaneidad, de sinceridad y de vida, que es uno de los mayores aciertos de la novela. Pero hay mucho más.

El protagonista es un adolescente miope, tímido, que se pasa las tardes y las noches refugiado en su buhardilla leyendo de forma compulsiva todos los libros que le caen en las manos. Es un estudiante brillante en algunos campos, pero un auténtico patata en otros, como las matemáticas y el alemán, pero si es un patata en realidad es más bien porque le da pereza estudiar lo que no le interesa, siempre dice que empezará a estudiar en serio al día siguiente, pero cuando llega el día siguiente se dice que empezará en serio al día siguiente. Y es que el sentido del humor de esta novela es delicioso. Y, aunque esté ambientado en la Rumanía de la primera mitad del siglo XX, cualquier estudiante (o ex-estudiante) se podrá sentir identificado.

Pero además del protagonista, por el libro desfilan una larga galería de adolescentes, como el presumido que aspira a ser actor de renombre y presume de sus supuestas conquistas amorosas, o el anarquista que se sienta al fondo de la clase, pasa de todo y le encanta hacer rabiar a sus compañeros. Y es que el narrador se caracteriza por su capacidad de analizar la psicología humana. La de los otros, pero también (y principalmente) la suya. El protagonista intenta comprenderse mejor y llegar a un dominio de sus sentimientos, porque le fastidia pasar en sólo dos segundos del entusiasmo sin límites a la apatía absurda, de los delirios de grandeza a la melancolía, de la rebeldía arrolladora al conformismo depresivo, sin tener en cuenta que es esto lo que caracteriza la adolescencia y que ésta (con suerte) sólo se cura con el tiempo.

‘La novela del adolescente miope’ efectivamente debe ser una de las mejores novelas sobre la adolescencia. Tiene un estilo directo y fresco. Es pura vida. Es perfecta. La lástima es que la edición de Impedimenta se completa con el ‘Gaudeamus’, que es la novela que sirve de continuación y que nos relata las desventuras de nuestro protagonista en la universidad. Y la lástima es que esta segunda parte no está a la altura de la primera y es inevitable que acabe dejando un mal sabor de boca.

El ‘Gaudeamus’ describe desde un hipotético presente unos hechos que pasaron en un pasado ya lejano, de modo que se pierde la inmediatez, la ironía y la frescura que tenían ‘La novela del adolescente miope’. Además, se pierde en discusiones religiosas y filosóficas, metidas con calzador, que entorpecen el ritmo de una forma estrepitosa. Y lo que personalmente me ha molestado más: el protagonista se vuelve un misógino insufrible. Quizás ya lo era antes, pero como casi no trataba con chicas no se lo veíamos. Ahora el protagonista se debate entre dos mujeres, que encarnan una vez más el tópico de la santa y la puta, y son unos personajes tan arquetípicos que dan ganas de pegarse un tiro. Y hay algunos momentos tan brillantes como en la primera parte, pero no es lo mismo. Y es una lástima, porque ‘La novela del adolescente miope’ es uno de aquellos libros a los que yo les daría cinco estrellas como cinco soles, porque es una maravilla, pero el ‘Gaudeamus’ es un libro demasiado misógino, sentencioso, pretencioso y árido como para dejar un buen recuerdo.


lunes, 1 de febrero de 2010

'El cielo es azul, la tierra blanca' de Hiromi Kawakami


'El cielo es azul, la tierra es blanca' ha sido como la gota que colma el vaso. Ya me he encontrado antes con libros que tienen esa sensibilidad que se puede comprar en el supermercado en cómodos paquetes de un quilo y con el 25% gratis, pero esta vez realmente me ha acabado la paciencia. No tengo nada en contra de los libros que lo intentan y fracasan. Me pueden no gustar pero difícilmente los odiaré. En cambio, siempre odiaré un libro que ni siquiera intente ser original y/o contarnos algo personal. 'El cielo es azul, la tierra blanca' parece escrito siguiendo paso a paso un manual de cómo escribir una "novela sensible de finales del siglo XX y principios del XXI". Es todo tan tópico, tan frío, tan inverosímil, tan falso, tan rastrero. Los personajes son eso, simples personajes de cartón piedra que sólo se parecen a una persona real en lo de tener dos brazos y dos piernas y cinco dedos en cada mano y cosas así, no es necesario que siga, ya entendéis la idea. Y los giros argumentales son entre tramposos y ridículamente hilarantes (¡por dios, los protagonistas se pelean y se dejan de hablar porque son de equipos de beisbol diferentes!) Y en realidad el libro está escrito de cualquier manera, con un estilo que no se puede llamar estilo; en uno de mis patéticos intentos de resultar graciosa y sarcástica, diría que he leído manuales de tostadoras más bien escritos y realmente no estaría diciendo una mentira tan gorda.

Tsukiko tiene 38 años y lleva una vida solitaria hasta que un día por casualidad se encuentra con un antiguo profesor de instituto, ahora ya un anciano de 70 años. A partir de aquí se supone que los dos establecen una relación especial para que la soledad no sea una carga tan pesada y tal, pero lo único que hacen es comer y tener diálogos de besugos ('Hoy hace buen tiempo" dice él, "Ya" dice ella, y todo el rato así). No voy a revelar mucho porque el subtítulo de la novela es (agárrate) "Una historia de amor", pero el caso es que al cabo de un tiempo, Tsukiko se despierta un día y se dice que está enamorada del maestro. Y yo grito: ¿por qué?! ¿por qué, si el viejo es un egocéntrico paternalista e insufriblemente pedante que te trata como si fueras aún una cría de su clase?! No se vale decirnos que Tsukiko se ha enamorado y tira millas, se nos tiene que explicar, describir, contarnos por qué. Así que cuando la cosa se consuma, por más que no soy una lectora puritana (creo), me entran escalofríos y repelús, porque no me puedo creer que se hayan enamorado y aún menos que sientan atracción sexual el uno por el otro, porque nunca se nos ha explicado. Y para terminar, obviamente, todo se remata con un final sensiblero. Y supongo que todo esto me está bien empleado por aventurarme con cosas así y no con cosas como Kenzaburo Oé.