lunes, 21 de noviembre de 2011

'Cuentos' de Antón Chéjov




Siempre digo que Antón Chéjov es uno de mis escritores favoritos. Pero mi amor por él se cimienta principalmente en su teatro, porque sus cuentos los he leído mucho menos. En la biblioteca hay un tocho con absolutamente todos sus cuentos y empecé a leerlos de allí, pero el problema (además de que el libro pesa mucho) es que están por orden cronológico y, por más que idolatre Chéjov, tengo que reconocer que sus primeros relatos no son muy chéjovianos; son demasiado sentimentales para mi gusto; la influencia de Guy de Maupassant pesa demasiado y hay poco del estilo personal que tan grande hace Chéjov. El caso es que empecé a leerlos por orden cronológico, pero pronto me cansé, porque aunque no fueran malos eran demasiado sensibleros.

Así que ahora voy leyendo los cuentos de Chéjov a través de varios recopilatorios incompletos, que tienen títulos tan neutros como éste ‘Cuentos’ (de la Editorial Pre-Textos) que he leído ahora. Los cuentos de esta edición están impecablemente escogidos, con la excepción de ‘Vanka’, que es un cuento que ya había leído antes y que odio bastante. Pasa en Navidad y encima va de un niño muy desgraciadito que no tiene nadie en el mundo y sufre mucho, y no hay nadie que le pueda ayudar. Es de esos cuentos sensibleros que mencionaba antes y que me pueden irritar bastante, por más que alguien me pueda venir argumentando que el final tiene un punto de humor amargo y trágico y yo qué sé. Es sentimentaloide. Y punto.

Pero todos los demás son perfectos. ¿Y qué es lo que los hace perfectos? No lo tengo del todo claro, pero estaba yo leyendo un relato titulado ‘La novia’ y de pronto el narrador cuenta que dos personajes estaban en la estación esperando el tren y uno invitó al otro a té y manzanas y me dije: “¡Es esto!” Sí, el té y las manzanas es lo que hace tan perfecto y único a Chéjov. Son estos detalles, en apariencia insignificantes, pero que te hacen revivir la escena como si Antón hubiera estado allí, como si tú estuvieras allí en aquel preciso momento. Y es que en Chéjov todo es tan tangible, tan cercano, tan real.

Los cuentos de Chéjov suceden en los mismos escenarios que sus obras teatrales, tienen los mismos personajes, con las mismas frustraciones de siempre; tienen el mismo sentido del humor amargo y la misma melancolía. Puede que siempre cuente lo mismo: la historia de un personaje desencantado con la vida pero que no le queda más remedio que seguir viviendo, pero siempre con matices nuevos. Me gusta que en los cuentos de Chéjov no haya ninguna revelación, ningún clímax, que todo pase de forma natural y pausada. Se podría decir que en realidad poco pasa, pero esto sólo es en la superficie, porque en la psicología de los personajes se debaten nostalgias mal reprimidas, deseos frustrados, sinsabores no superados, una aversión a la rutina que no se puede disimular, un tedio que lo empaña todo.

Creo que el cuento que más me ha gustado es ‘La novia’, sobre una joven que tiene que casarse pero que se da cuenta que nunca ha querido a su prometido y que sabe que no soportará la vida monótona que le queda por delante. Es como una novela en miniatura, pero lo que me gusta más es que, contrariamente a lo habitual en Chéjov, es algo esperanzadora. La novia al fin puede llevar una vida que la satisface más, aunque es a costa de romper completamente con su vida anterior y hacer daño a los que más la quieren.

Luego también me ha fascinado ‘El profesor de ruso’, sobre un joven que está enamorado y que al fin consigue lo que quiere, pero un día se da cuenta que, a pesar de que está llevando la vida que siempre había deseado, resulta que es una vida vacía e insatisfactoria. Lo que acaba de hacer redondo este relato son dos personajes secundarios (y es que otra de las virtudes de Chéjov es que sabe crear unos secundarios maravillosos con un par de trazos firmes): el profesor de geografía que sólo vive para corregir los deberes de sus alumnos y que no sabe decir nada más que lugares comunes, y la hermana mayor de la enamorada del profesor de ruso, una chica con carácter, inteligente e ingeniosa, pero que parece destinada a quedarse para vestir santos.

Pero es que todos los cuentos son memorables. Está ‘La crisis’ sobre un joven estudiante que es arrastrado a los burdeles por dos compañeros y allí descubre que la realidad no es como se la imaginaba, algo que le angustia tanto que acaba teniendo una crisis y es realmente sobrecogedor como Chéjov narra los momentos en que el protagonista siente tanto dolor que sólo desea morir porque así se terminará de una vez ese dolor. También está ‘El Reino de las mujeres’ protagonizada por una joven que ha heredado mucho dinero de su padre pero se siente terriblemente sola. Y luego ‘La onomástica’, que describe a la perfección la incomunicación que hay entre una pareja de casados y cómo ésta los va alejando irremediablemente el uno del otro.



martes, 8 de noviembre de 2011

'Padres e hijos' de Iván Turguéniev



Este año empecé con la tarea de leer uno de los grandes (grandes por famosos) rusos que me quedaban por abordar. Me refiero a Iván Turguéniev. El libro con el que empecé fue ‘Primer amor’ y, aunque no me desagradó, sí que me decepcionó bastante; pero aún así me dejó con ganas de leer más de este autor. Otro lector que pasaba por este humilde blog tuvo la amabilidad de dejarme un comentario y recomendarme ‘Padres e hijos” y, como prueba de que puedo tardar pero suelo hacer caso de las recomendaciones, aquí quedará la reseña de dicha novela.

Efectivamente, ‘Padres e hijos’ me ha gustado mucho más que ‘Primer amor’. Está igual de bien escrita (con pasajes realmente bellos), pero es más compleja, con personajes más interesantes y mucha más miga. Aún así, tengo que reconocer que me ha gustado más la primera parte que la segunda. En la primera, Turguéniev nos habla de choques generacionales, mientras que en la segunda, como si se olvidara de cuál es el título de la novela, nos pasa a relatar una serie de amoríos, que es un tema literario mucho más sobado que no el de las relaciones entre padres e hijos; y aunque sigue estando bien, es algo mucho más visto.

Supongo que el protagonista de la novela es Bazárov, el nihilista interesado sólo en la ciencia que rechaza cualquier ápice de sentimentalismo. A mí Bazárov nunca me ha acabado de gustar, me ha parecido mucho más unidimensional de lo que él se cree que es, y encima con un desarrollo algo previsible. Mucho más fascinante he encontrado al tío Pável, un exdandy sentimental y un auténtico aristócrata conservador, pero muy irónico e ingenioso. También he encontrado muy interesante a Odintsova, que es la verdadera nihilista de este libro, la que no es capaz de sentir nada más que sentimientos totalmente superficiales y sobre todo tedio.

Como ya he apuntado lo que más me ha gustado del libro es cómo describe la oposición entre la forma de ver el mundo de los jóvenes rusos de mediados del siglo XIX y la de sus padres, pero Turguéniev tiene la habilidad suficiente cómo para que este choque generacional sobrepase las coordenadas espaciotemporales concretas y se convierta en un choque universal que se produce en todas las generaciones. Y lo que aún es más bonito es como, a pesar de lo diferentes que son y de que no hay manera de que se puedan entender, en la relación entre padre e hijo aún hay una corriente de afecto que no se sabe bien cómo expresarse.

Y es que me gusta que existan novelas que traten de algo más que de relaciones amorosas. Muchas veces me da la sensación que todos los autores ponen su empeño en describir relaciones amorosas entre chico y chica y descuidan otro tipo de relaciones (ya sean familiares o de amistad) en las que también hay amor. Ah, y encima, 'Padres e hijos' también tiene algo que no puede faltar en toda buena novela rusa, un duelo, y es de los buenos: los personajes saben que es una estupidez batirse en un duelo pero no tienen otra salida. Y el final también me ha gustado: al principio me pareció algo anticlimático y decepcionante, pero pensado en frío veo que se ajusta muy bien al sentido nihilista de fondo que tienen la obra.

viernes, 4 de noviembre de 2011

'Jakob von Gunten' de Robert Walser



No pasa muchas veces, pero en ocasiones sucede que te cruzas, más o menos por azar, con un libro que no tenías pensado leer, pero en un impulso irracional decides darle una oportunidad, aunque en realidad no estás esperando mucho de él, pero luego empiezas e, inesperadamente, ya en la primera página te das cuenta de que este libro va a ser uno de tus favoritos por lo que te resta de vida. Esto me ha pasado con el ‘Jakob von Gunten’ de Robert Walser.

Tengo que confesar que tampoco ha sido por puro azar que me topé con este libro. En casa tengo una edición de ‘Los hermanos Tanner’ y es un libro que he empezado ya dos veces pero, no por alguna razón, no he llegado nunca ni a la página cuarenta. Y es extraño, porque noto que el libro tiene un potencial maravilloso pero no me acaba de atrapar. Hacía unos cuantos días que lo había rescatado del fondo de una de las pilas de libros que se van multiplicando por el suelo de mi habitación; estaba considerando darle una nueva oportunidad, pero no me acababa de decidir.

Luego fui a la biblioteca y estaba curioseando en los estantes de la uve doble, porque tengo la costumbre de saludar a dos viejos amigos que habitan ahí: los dos libros que me descubrieron a David Foster Wallace (‘Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer’ y ‘Entrevistas breves con hombres repulsivos’). Tiempo después me compré mis propios ejemplares, pero a estos de la biblioteca aún les tengo mucho cariño porque me permitieron descubrir a uno de los autores que más me han marcado. Efectivamente estaban ahí (nunca nadie los saca y esto siempre me pone algo triste), pero al lado también estaba una copia de ‘Los hermanos Tanner’ y luego otro libro de Walser que era un poquitín más delgado. Ojeé la contraportada y vi la palabra “joven” e “internado” y, en una de mis mejores decisiones como lectora, decidí llevármelo a casa.

Si tuviera que describir el ‘Jakob von Gunten’ con dos adjetivos serían “hilarante” y “bizarro” (reconozco que ésta última es una palabra que me encanta, quizás porque no hay equivalente exacto en catalán, pero también porque me encanta como suena, sobretodo en francés, y es en clase de francés dónde lo utilizo más). En teoría va de un chico que ingresa a un internado dónde preparan a jóvenes para ser sirvientes. El internado es como un microcosmos con unas normas ridículas, pero pronto nos damos cuenta que no es nada más que un reflejo del mundo en que vivimos. Es una obra sobre relaciones de poder, fascinación por el ejercicio del poder y la sumisión. Es por esto, pero también por el sentido del humor bizarro, que le debía gustar tanto a Franz Kafka.

La grandeza de esta obra es que nunca sabes si te está hablando en serio o en broma, pero aún así te ríes. Está claro que el autor tiene intención de hacer una obra humorística (por más que de fondo trate temas serios), quiere parodiar un sistema jerárquico llevando hasta el absurdo las normas que lo rigen (y resulta divertidísimo), pero ¿y Jakob? ¿Se mofa de todo el mundo o en realidad se acaba creyendo las chorradas que dice? ¿Resiste hasta el final o se acaba convirtiendo en uno de los seres serviles de los que al principio tanto le gustaba burlarse? Jakob es un chico descarado, burlón y egocéntrico, pero ¿cuánto de mentira y cuánto de verdad hay en lo que nos está contando? Yo, por norma, recelo de todos los narradores en primera persona, pero es que de Jakob no me creo ni una palabra: todo son mofas y delirios de grandeza.

En todo caso, para mí, la obra nos acaba diciendo que la única forma de resistirse a un sistema que nos quiere anular como personas individuales es a través del humor. La burla como única forma de rebelarse ante una maquinaria que nos convierte en seres sometidos a un alto poder. Los que no pueden escapar de un trabajo que los esclaviza sólo tienen la imaginación y la risa como válvula de escape. Y es por esto que aún es una novela totalmente válida, completamente actual. Lo que más me fascina de ella es que trata de unos temas áridos que se han desarrollado hasta la saciedad en la literatura (la individualidad frente a una sociedad alienante y anihiladota) de una forma totalmente nueva y original (a través de la parodia y la ironía).