‘Un asesinato que todos cometemos’ como título es un título
muy prometedor, que genera muchas expectativas. Lo bueno es que la novela no
sólo se queda en prometedora sino que está a la altura de un título tan
brillante; ciertamente cumple con todo lo que promete. Es una novela extraña,
difícil de clasificar: a veces da la sensación que es una novela de formación,
a veces parece la típica novela realista que describe un matrimonio destinado a
fracasar desde el principio, a veces es como un relato de intriga en que se
tiene que resolver un asesinato, a veces se asemeja a una novela psicológica e
introspectiva sobre la formación del carácter de uno, y a veces incluso es una
novela de toques kafkianos que reflexiona sobre temas tan rimbombantes como la
culpabilidad y la libertad.
El protagonista se llama Conrad Castiletz y, cuando es niño,
le pregunta a su amigo cómo llegó a aficionarse a recopilar y memorizar datos
sobre los anfibios. Su amigo le dice que sería bueno poder decir que un día se
sentó y decidió que lo que más le interesaba aprender era el tema de los
anfibios, pero que ya sabe que las cosas no van así. Creemos que somos libres,
pero no lo somos ni cuando elegimos nuestras aficiones, porque siempre hay una
serie de circunstancias que nos guían hacia un camino determinado. Al ya joven
Conrad le fascina pero a la vez teme aquellas personas que son capaces de
cambiar de raíl, tal como él mismo lo define. Se refiere a las personas que son
capaces de mandar al traste la vida que tienen planteada delante de ellos para
seguir otro camino.
Conrad fantasea con la posibilidad de cambiar de carril,
pero lo hace de forma vaga y sus fantasías se encarnan en la hermana muerta de
su mujer, a la que él nunca llegó a conocer pero podría haber conocido si el
destino hubiera sido distinto. La hermana muerta representa una vida que podría
haber sido y no ha sido; Conrad se obsesiona con ella, se enamora de una
quimera, pero en realidad sigue sin cambiar de raíl. Conrad, como la mayoría de
los hombres, es aún un niño, porque en realidad aún no ha tomado ninguna
decisión, se ha limitado a ir siguiendo el camino que tenía trazado, aceptando
todo lo que venía, sin tener que esforzarse para conseguirlo pero también sin
llegar a gozarlo realmente. Pero como todo llega en esta vida, un día Conrad
toma la primera decisión en su vida y ésta es investigar el asesinato de la
hermana muerta.
La primera frase de la novela compara la infancia con un
cubo que nos encajan encima de la cabeza y que llevamos durante toda la vida. La
infancia de Conrad está sobre todo marcada por los arrebatos de ira de su padre
cuando no encontraba algo porque no estaba en su lugar habitual. De ahí le
viene a Conrad un trastorno obsesivo compulsivo que le obliga a tenerlo todo
siempre bien ordenado, especialmente sus asuntos personales; de ahí que a él le
sea especialmente complicado lo de desviarse del camino trazado. Y de todo esto
también se desprende la idea de que en realidad no somos libres, que venimos a
la vida a interpretar un papel que nos ha sido dado pero que no hemos elegido,
que incluso nuestro carácter viene marcado por las circunstancias que nos han
tocado. Incluso hay un personaje de la novela que se dedica a coleccionar
amistades teniendo en cuenta el arquetipo que encarnan y que a él le gustaría
añadir a su colección.
Y llega el final y todo confluye de una forma muy dramática
y que a primera vista podría parecer poco verosímil, pero lo cierto es que todo
ya nos ha sido anticipado, de modo que en realidad no hay trampa ni cartón. Es
un final brutal que viene a decirnos que incluso los más pequeños hechos tienen
sus consecuencias, que probablemente somos culpables de muchas desgracias
acaecidas a otros sin que nosotros lo sepamos, pero esto no quita que seamos
menos culpables. Es un final en el que todo confluye, incluso los más mínimos
detalles (como un timbre que suelta una chispita al sonar) y todo queda
perfectamente ligado. Es una novela inquietante, pero con un sentido del humor
muy particular. Es original y poética de una forma no vista, con una enorme
cantidad de imágenes que se repiten obsesivamente (las salamandras, una postal
de un arlequín olvidada, un camión amarillo, la bebida más razonable, el
benjamín, el vaso que está a punto de caer) y que ayudan a aumentar la
sensación de inquietud y de que todo está conectado y atado y nada queda al
azar, y por tanto, que en realidad no somos libres.