lunes, 16 de enero de 2012

'El mapa y el territorio' de Michel Houellebecq



Debía llevar más de un lustro quejándome que Michel Houellebecq se repetía más que el ajo, que siempre hacía la misma novela y que parecía que escribiera con el piloto automático, casi como si estuviera parodiando la imagen pública de si mismo, repitiendo hasta la extenuación una fórmula que parecía funcionarle sin aportar nada nuevo. Así que os podréis imaginar cuál fue mi excitación cuando empezaron a salir críticas de ‘El mapa y el territorio’ que lo ponían por las nubes, diciendo que Houellebecq había madurado, que había dado un nuevo giro a su carrera y que ésta era su obra más personal. No discuto las dos primeras afirmaciones. Sí, Houellebecq toma un nuevo camino y se podría decir que ha madurado, pero también voy a decir que esto también quiere decir que se ha vuelto un soso aburrido. Ahora bien, ‘El mapa y el territorio’ me ha parecido su obra más impersonal. Es más, diré que es cuando Houellebecq se ha vuelto menos Houellebecq que más le han premiado y más le han alabado, porque sé que es una frase/idea que a él le gustaría. En el fondo, le tengo un cariño extraño a Houellebecq. Cierto, muchas veces lo odio, pero no deja de ser un odio lleno de ternura.

Mi historia con Houellebecq empieza cuando estaba a punto de acabar la carrera y estaba leyendo su primera novela ‘Ampliación del campo de batalla’. Puede que la leyera en el momento adecuado, pero me llegó como nunca me había llegado ningún otro autor vivo (David Foster Wallace llegaría más tarde); el tedio, el asco y la alienación que sentía el protagonista ante la existencia, era el mismo que sentía yo. Y estas cosas marcan. Especialmente cuando eres joven. Así que quedé ligada a él para siempre. ‘Las partículas elementales’ no me pareció tan grande, pero me gustó, aunque me temo que si la re-leyera ahora me decepcionaría. Luego leí todas las que siguieron: ‘Plataforma’, ‘La posibilidad de una isla’ y ‘Lanzarote’. Y es lo que os decía al principio: me parecieron todas iguales y olvidables (quizás la única que salvaría sería ‘Lanzarote’, pero sólo porque era la más corta). Y ahora ‘El mapa y el territorio’ aún me ha gustado menos, pero sé que cuando saque una nueva novela voy a leerla. Las relaciones entre lectores y escritores siempre son complejas y la mía con Houellebecq lo es particularmente. Nunca se ha extinguido esa sensación de que me entiende y que si me conociera podría ver a través de mis múltiples máscaras con una sola ojeada. Y egocéntrica como soy, tengo la pretensión que yo también lo entiendo y que cazo sus trucos de escritor, sus trampas y su cartón. Os lo he advertido, es extraño: lo amo y lo odio, quizás porque me parezco más a él (o a su personaje) de lo que me gustaría.

En ‘El mapa y el territorio’, el personaje que más me ha gustado y con el que más he empatizado ha sido la caldera. En serio. Lo más emocionante ha sido descubrir si la caldera, que lanza extraños gruñidos, va a estropearse o no; su lucha por la supervivencia me ha emocionado. Por otra parte, los personajes de carne y hueso me han importado un comino. Y eso que salía el propio Houellebecq como personaje, pero ni así. A ver, la novela es una especie de biografía de un artista, pero en ningún momento me llegó a interesarme ni su vida ni su obra. Es un alienado, como todos los personajes de Houellebecq, pero es que su alienación no tenía nada de particular ni de remarcable; parecía escrito con desgana, nunca llegué a sentir lo que sentía él (yo misma me pregunto si será por qué ya no siento esta misma alienación o por qué la siento ya demasiado).

Pensé que la cosa se animaría cuando saliera Michel Houellebecq como personaje, pero ni así. Su personaje es demasiado personaje, demasiado tópico; se trata de una oportunidad desaprovechada, esperaba más ironía, más mala leche. Luego se produce un crimen y pensé que así se animaría el cotarro, pero ni así. El crimen sólo sirve para que salgan más personajes igual de planos que todos los demás. Sí, Houellebecq aprovecha para insinuar alguna que otra teoría sobre el arte y analizar/criticar el sistema capitalista, pero todo de una forma muy previsible y nada interesante. Esperaba más sarcasmo y más mala leche. ¿He dicho ya que todo demasiado plano? En ocasiones habrá alguna idea brillante y algún párrafo memorable, pero es todo muy escaso.

Volvamos a la caldera. No lo decía en broma cuando decía que la parte que más me ha gustado es la de la caldera, cuando la caldera amenaza de estropearse definitivamente y cuando el protagonista busca alguien que pueda venir a arreglarla pero no encuentra a nadie. ¿Por qué? Pues porque es algo con lo que puedo identificarme. Así de simple. El resto de la novela cae tan lejos de mi experiencia y mis intereses que no me importa un pimiento. Pero tampoco es esto: un escritor puede relatar algo totalmente alejado a mí pero hacérmelo cercano. Simplemente Houellebecq para mí no lo consigue en esta novela. Claro que me interesa el arte, claro que mi padre también murió, pero la forma en que está tratado en este libro, no me interesa nada, me parece todo demasiado superficial, tópico, previsible, manido. Es como si Houellebecq escribiera con desgana. Y aún así, voy a leerme la próxima novela que publique.

Debería ya estar acostumbrada a que todas las mujeres que salen en los libros de Houellebecq se note tantísimo que han sido escritas por un hombre. Son planas a más no poder y generalmente encarnan el mito de la santa-puta, es decir, una mujer que es muy buena y muy generosa y muy guapa y en la cama muy puta. Cada cual es libre de tener las fantasías que quiera pero otra cosa es estamparla una y otra vez en todas tus novelas para que los lectores una y otra vez tengan que tragársela. Es por eso que cuando escribo algo de ficción más o menos en serio intento centrarme sólo en personajes femeninos. También debería ya estar acostumbrada que en cualquier momento una novela de Houellebecq sienta el deseo de convertirse en ensayo, pero es que no me ha interesado nada las aventuras de utópicos relacionados con los pre-rafaelitas y es que, además, estas reflexiones están inseridas con calzador. Pero lo más descarado es cuando se me pone a explicarme cosas como la historia de no sé que raza de perros. Parece que me haya hecho un “corta y pega” de la wikipedia. Y aún así, voy a leerme la próxima novela que publique.


2 comentarios:

José Martínez Ros dijo...

Bueno, tal vez sea porque nunca me he tomado muy en serio a Hou, pero a mí al menos me ha entretenido, y no es tan ridícula como La posibilidad de una isla y todo el jaleo ese de los clones. No está muy bien escrita, pero es que la cierto es que nunca ha escrito demasiado bien, pero de vez en cuando tiene una idea interesante. Por cierto, la frase “es por eso que cuando escribo algo de ficción más o menos en serio intento centrarme sólo en personajes femeninos” abre todo tipo de interrogantes.

Núria dijo...

Tienes razón. Puestos a comparar, La posibilidad de una isla aún era más chorra. Y probablemente también tengas razón en lo de no tomarse en serio a Houellebecq.

Ayer lo hablé con mi profe de conversación de francés, que dijo que estaba leyendo el libro en cuestión y que era un reflejo de muchos aspectos de la sociedad francesa actual (la cocina, el arte, la literatura...) Y yo sólo pude decir "Je ne sais pas. Peut-être" (algo que también da alguna pista de lo pobre que es mi francés)

Aquí en este blog suelto muchas cosas para hacerme la interesante, pero la verdad es que escribo muy poco; me faltan ideas y fuerza de voluntad. Escribo sólo cosas para mí o para un par de personas, y nunca nada serio.