Da la sensación de que Andréi Platónov escribe como si nadie
antes que él hubiera escrito y como si, después, nadie hubiera de leer lo que
él ha escrito. Escribe sin mirar atrás, quemando todos los puentes, avanzando a
toda prisa como si se estuviera acabando el mundo. Quizás realmente se esté
acabando, porque el paisaje que describe Platónov tiene un aire
postapocalíptico fascinante. ‘Chevengur’ empieza en la Rusia pre-revolucionaria,
cuando el hambre y la muerte campan a sus anchas en un territorio desolado,
yermo y solitario. Y la fuerza que tiene el estilo de Platónov es incomparable.
‘Chevengur’ no está dividida en capítulos, no hay ninguna
pausa en la narración, fluye con una intensidad y una rapidez ejemplares, pero
aún así podemos dividirla en partes. En la segunda, después de que haya habido
la revolución y la guerra civil esté prácticamente terminada, dos hombres salen
a buscar el verdadero socialismo, que puede que haya surgido de forma natural
en algún pueblo aislado. Son una especie de Quijote y Sancho Panza. Se llaman
Kopionkin y Dvanov. El primero es el más idealista y el segundo el más
práctico. El primero monta un caballo que se llama Fuerza Proletaria y también
tiene su Dulcinea particular. En su caso se trata de Rosa Luxemburgo; es el
amor que siente por esta mujer que fue asesinada y el deseo de ir a visitar su
tumba cuando todo haya terminado que le ayudan a seguir adelante.
Kopionkin y Dvànov vagan por la estepa y encuentran
campesinos endurecidos y analfabetos que intentan adaptar el socialismo “al pie
de la letra”, lo cual da pie a situaciones de lo más absurdas y grotescas. Aquí
empieza la sátira pura y dura, que impidió que esta novela fuera publicada en
vida de Platónov. Sin embargo, ya antes, toda la novela ha sido plagada de un
humor muy particular, incisivo y brutal, a veces sutil y a veces basto, pero
siempre con un punto cruel.
Kopionkin y Dvanov no encuentran el socialismo que estaban
buscando, se separan y vuelven a sus vidas insatisfactorias. Kopionkin sigue
soñando con Rosa Luxemburgo pero cada vez está más desilusionado. Además, echa
de menos a su amigo. Entonces, empiezan a llegar noticias de que en Chevengur,
un pequeño pueblo perdido en la estepa, se ha implantado el verdadero comunismo,
y será allí donde acabarán reencontrándose los dos protagonistas. Entonces
empieza la tercera parte, la única que sucede en Chevengur, una parte que sigue
teniendo un aire satírico, pero a la vez habla de la nostalgia que sienten
todos estos hombres rudos que han llevado una vida muy dura, una nostalgia en
lo más profundo por algo que nunca han tenido.
Se dice que Chevengur es un pueblo de paso que se creó
cuando una serie de personas decidieron asentarse allí para esperar la segunda
venida de Jesucristo que les iba a traer la felicidad completa. Ahora,
Chevengur está habitada por hombres que confiaron que el comunismo también les
traería la felicidad completa, pero empiezan a darse cuenta de que por más que
ahora tienen para comer, siguen sintiendo una tristeza desgarradora y una
soledad angustiante que nada puede mitigar. En Chevengur hay dos figuras que
destacan encima de las otras, otro Quijote y otro Sancho Panza, a la manera de
Kopionkin y Dvanov, uno es más práctico y el otro más idealista, pero los dos (como
todos los personajes de esta novela) se sienten solos y necesitan del amor y del
calor de sus semejantes. Y es precisamente esto lo que hace que esta novela
trascienda los límites de la sátira, la literatura de denuncia, la recreación
de una época determinada, y llegue a lugares a los que pocos libros suelen
llegar.
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