sábado, 25 de febrero de 2012

'Los siete ahorcados' de Leonid Andreiev



Por supuesto que ‘Los siete ahorcados’ de Leonid Andreiev es una obra contra la pena de muerte, pero es mucho más. Los cinco ahorcados del título son cinco terroristas que intentaron cometer un atentado, un hombre bruto e inculto que en un momento de enajenación mató a su amo sin saber muy bien lo que estaba haciendo, y finalmente un bandido profesional que lleva toda una vida de crímenes sin arrepentirse nunca de ninguno. Lo que es magnífico de esta obra es la capacidad de Andreiev de introducirse en la mente humana; es capaz de dotar a todos estos siete personajes de una personalidad única que reacciona de una forma particular ante la inminencia de la muerte.

Esta novelita empieza con un capítulo que nos describe la rutina del ministro que los terroristas pretenden asesinar, y como esta rutina se interrumpe ante la noticia de la detención de dichos terroristas, y como a partir de este hecho el miedo a la muerte se apodera del ministro en cuestión. Este primer capítulo, obviamente, pretende poner un paralelismo entre el asesinato de un hombre y la pena de muerte, para decirnos que todo es igual de terrible, que saber la hora en la que uno va a morir debe ser terrible, pero que, en cualquier caso, morir también puede ser terrible. ‘Los siete ahorcados’ no es sólo un panfleto, no habla sólo de la pena de muerte, sino también simplemente de la muerte.

El clímax de esta obra es casi inaguantable. Todo el último trayecto hacia el patíbulo que comparten los siete condenados a muerte, la extraña relación llena de amor y solidaridad que se establece entre todas estas personas que saben que van a morir antes que amanezca, son de una intensidad pocas veces conseguida en literatura. Ciertamente es de una intensidad angustiante, tanto que uno tiene que hacer una pausa en la lectura para tomar aire. Y es magnífico cuando las palabras escritas son capaces de conseguir esto.

Mi edición de ‘Los siete ahorcados’ se completa con otro relato largo o novela corta (llamadlo como prefiráis) titulado ‘Un pensamiento’. Se trata de ocho cartas que está escribiendo un hombre que está siendo juzgado por el asesinato de un amigo y que dirige a unos supuestos doctores que tienen que determinar si está loco o no. Al ser un relato en primera persona nunca sabemos del cierto si el narrador nos dice la verdad o nos está engañando como a unos tontainas; de hecho, este mismo narrador juega con esta idea, deja caer que quizá estemos pensando que él nos está engañando.

El narrador pronto expone cómo asesinó a su amigo y el “motivo” oficial por el que lo hizo y podría parecer que, una vez nos ha confesado esto, ya no hay nada más que contar, pero para Andreiev esto no es lo más importante, para él lo más importante es adentrarse en la mente del protagonista, escarbar hasta llegar a los lugares más oscuros del alma, analizar todos los recovecos de lo que llamamos cordura. Y es que se trata de una obra que intenta dibujar la fina línea que separa la locura de la razón, sabiendo que nunca podrá hacerlo con precisión. ¿Es posible que alguien se vuelva loco por fingir que está loco? ¿Nos acabamos convirtiendo en lo que fingimos ser?

Es lo primero que leo de Leonid Andreiev, pero ya me ha quedado claro que su especialidad es adentrarse en la mente de los personajes, tratar el tema de la muerte y dejar claro que la verdad absoluta no existe (o si existe, no importa, porque nunca podremos conocerla). Pero, además, es un escritor lírico, alguien capaz de saber apreciar y transmitir, la épica y la poesía que hay en detalles perfectamente cuotidianos, como el chanclo negro que perdió un ahorcado de camino al patíbulo y que ahora, abandonado y solitario, contrasta con la blanca nieve.


lunes, 13 de febrero de 2012

'Cuentos que acaban mal' de Géza Csáth



Estaba escrito que, con un título como ‘Cuentos que acaban mal’, servidora tenía que acabar leyendo este libro tarde o temprano. Ciertamente el libro da lo que este título promete; se trata de cuentos breves y oscuros, sobre temas como el mal, la muerte, la crueldad, el sufrimiento. A veces me da la sensación que este húngaro es una especie de mezcla entre Edgar Allan Poe y Franz Kafka. Sus cuentos siempre son angustiantes y en ocasiones terroríficos. Y se nota que Géza Csáth sabe de lo que habla. Reconozco que es fácil decir esto sabiendo lo mal que terminó su vida, pero es cierto: se nota que Csáth sabe de lo que habla, cosa que hace estos cuentos doblemente escalofriantes.

Cuando digo que la historia de Géza Csáth terminó muy mal no lo digo por decir, no estoy exagerando. Él era un joven prodigio, psiquiatra y escritor, amigo de Dezsó Kostolányi, y en principio no le faltaba de nada y derrochaba talento, pero se volvió adicto a la morfina y acabó suicidándose a los 32 años, después de asesinar a su esposa. En sus cuentos, el mal es una entidad abstracta y misteriosa, pero muy real, que viene de fuera y que se acaba instalando dentro de nosotros. Es un silencio negro que se acerca amenazador, una rana grande y peluda que es indicio de mal agüero, un miedo que nos despierta por la noche y ya no nos deja volver a dormir, un jardín exuberante que puede que esconda secretos macabros. Un tipo especial del mal es el que practican los niños como si fuera algo totalmente inocente, esa crueldad disfrazada de juego, y probablemente los cuentos que hablan de este mal sean los más brutales.

Luego está la muerte. Hay un cuento sobre un hijo que tiene que ir a recuperar el cadáver de su padre que ha sido entregado a la ciencia, el de un colegial al que la muerte viene a buscar, el de un mago que es espectador de su propio velatorio, el de dos celadores que arreglan el cadáver de un condecorado militar, el de un joven que persigue a una quimera y encuentra la muerte, etc. Y, aún así, probablemente uno de los cuentos más duros sea el de unos músicos que llegan a una ciudad de provincias donde lo último que se aprecia es el arte en general y la música en particular. Probablemente sea el más duro porque habla de las desilusiones y los sinsabores de la vida, de renunciar a los sueños y verse obligado a asentarse en la mediocridad. Todos los cuentos son demoledores, pero probablemente éste es el que me lo ha parecido más, sencillamente porque es el que me es más cercano y, por eso, el más terrible.

Enlace
  • 'La pequeña Emma', cuento íntegro y traducido de Géza Csáth, brutal y magnífico; por tanto, un perfecto representante del estilo de este húngaro.