miércoles, 1 de octubre de 2014

'Los Buddenbrook' de Thomas Mann



Hace tiempo vi una adaptación cinematográfica de 'Los Buddenbrook' y resultó ser esa típica adaptación de un novelón decimonónico que es demasiado encorsetada y que se apresura a contar todos los hechos de la trama para cumplir con su obligación, pero le falta algo, hasta el punto que acaba resultando fría e impersonal. Aún así, me interesó e intrigó lo bastante como para proponerme leer algún día la novela de Thomas Mann en que se basaba. Por fin lo he hecho y tengo que decir que la sensación que me ha producido la novela es bastante parecida a la que me proporcionó la película: reconozco que hay potencial, no se me hace aburrida, pero le falta algo. 

En todas las casi 900 páginas sólo ha habido dos escenas que me han parecido de una intensidad ejemplar. El resto es todo muy blando, muy previsible, muy insípido. La primera escena en cuestión es la de la revolución que quiere emprender el pueblo, que acaba siendo una farsa porque los obreros están desorganizados y no tienen nada claro qué es lo que quieren, pero esto no impide que todos los burgueses se parapeten en el consejo, acojonados de miedo. Y la segunda escena es la que se produce después de la muerte de la matriarca de la familia: los tres hijos se quejan que los sirvientes (como es tradición) se afanen a repartirse la ropa de la difunta, para luego disponerse a hacer lo mismo y repartirse la herencia, acabar discutiendo, sacar los trapos sucios y montar una escena de lo más esperpéntica. Prácticamente sólo en estas dos escenas Mann hace gala de unos tintes satírico-críticos y una fuerza dignas de elogio. El resto es todo muy descafeinado. 

Me ha interesado también el tema de la tensión que se establece entre lo que las convenciones esperan que sean los personajes y su verdadera personalidad, la relación entre introspección y enfermedad, y la enfermedad como manifestación de la auténtica personalidad. Si el heredero Thomas no puede ser tan buen negociante como sus antepasados es porque, a diferencia de estos, él se examina a si mismo, y es entonces cuando salen las dudas, la apatía, el trastorno obsesivo-compulsivo, los dolores de muelas. Por su parte, Toni, la hija, es una especialista en reinventarse, en sobreponerse a los fracasos de su vida aceptándolos como parte del papel que le ha tocado interpretar en una gran obra, de ahí sus arranques melodramáticos, pero también el dolor de estómago que la tortura. Y finalmente está Christian, que es el que me parece más interesante; Christian es el hermano pequeño, histriónico y exageradamente hipocondríaco, un exhibicionista de sus males y pesares, un profesional del solipsismo. Si Thomas lo odia tanto es porque Christian, al no ser el heredero, se puede permitir ser abiertamente hipocondríaco y rehuir las responsabilidades, algo que a Thomas le encantaría poder hacer. Y si esta generación ya caía en el vicio del auto análisis y, en consecuencia, era presa fácil de las inseguridades; luego viene el pequeño Hanno, un niño hipersensible hasta límites ridículos. 

Diría que 'Los Buddenbrook' toca temas interesantes, y de una forma relativamente novedosa, pero se hace repetitiva y, por lo tanto, previsible. Es de esos libros que tienen mucho potencial y que te gustaría que fueran mejores, pero que no lo acaban siendo nunca. Nunca se hace aburrido pero sí tópico. Y para rematarlo llega un final que, después de casi 100 páginas para relatarnos un día cualquiera en la vida del estudiante Hanno (con una detallada y repetitiva descripción de cómo el sistema educativo está corrompido y, por extensión, toda la sociedad), es abrupto y anticlimático. En general a toda la novela le falta garra, fuerza, personalidad. A veces me da la sensación que es como si Mann quisiera demasiado escribir una saga familiar que lo haga famoso, incluyendo todos los ingredientes que se supone que se tienen que incluir, y acabar con ello lo antes posible.