miércoles, 23 de febrero de 2011

'La marcha de Radetzky' de Joseph Roth



“La marcha de Radetzky” de Joseph Roth narra el fin del Imperio austro-húngaro a través de la historia de tres hombres de la misma familia pero de tres generaciones distintas. Es una elegía a un mundo que desapareció definitivamente con el estallido de la primera guerra mundial, el mundo del antiguo régimen, cuyas costumbres y mentalidad también quedaron totalmente anihilados. En esta novela, la Historia en mayúscula va entretejida magistralmente con la historia particular de estos tres hombres, y nunca una estorba a la otra o parece metida con calzador.

El bisabuelo de esta saga era un campesino, pero toda su vida le hubiera gustado ser militar, así que decide que su hijo, el abuelo, lo será. El abuelo se convierte en un héroe de guerra, pero a él siempre le hubiera gustado ser un alto funcionario del imperio, así que decide que su hijo, el padre de esta saga, siga esta profesión. El padre, tal como había deseado el abuelo, llegará a ser un alto funcionario pero toda su vida soñará con poder haber sido militar, así que ésta será la carrera que escogerá para su hijo. El hijo, a pesar de su torpeza innata, se convertirá en militar, pero no habrá nada en el mundo que desee más que vivir tranquilo en el campo, como hizo su bisabuelo. Y luego en el fondo siempre está la figura del emperador, que de vez en cuando pasa a primer plano de la forma más natural, entrelazando historia y ficción.

En “La marcha de Radetzky” las mujeres tienen un papel anecdótico, ya que la novela se centra en relaciones entre hombres: relaciones entre padres e hijos, en la amistad entre dos hombres, pero también relaciones entre amos y sirvientes o entre superiores y sus inferiores más directos. Son relaciones en apariencia secas, pero por debajo de la superficie hay un torrente de afecto que estos hombres no saben cómo expresar. Creo que nunca olvidaré la forma en que se me encogió el corazón al leer la noche antes de un duelo que comparten el nieto militar y su amigo, el doctor del regimiento, que no son otra cosa que dos inadaptados y es por esto que se sienten tan cercanos él uno con el otro.

La marcha que da título a la novela aparece al principio en todo su esplendor, como un himno que es símbolo de un imperio fuerte y orgulloso, pero pronto empieza a sonar en las situaciones más grotescas, se pervierte su sentido original y es sólo una cancioncilla por la que no se tiene ningún tipo de respecto, en el más puro estilo decadente. Al final vuelve a sonar allí dónde debería sonar, pero ya es demasiado tarde para que pueda volver a sonar con el esplendor original y se ha convertido ya sólo en un lamento elegíaco para un mundo que desaparece.

Pero la marcha de Radetzky no es la única música que suena de forma recurrente en esta novela, también están los cantos de las campesinas que habitan cerca de la frontera rusa. Y luego también hay sonidos recurrentes como el cantar de los grillos, el croar de las ranas, el repiqueteo de la lluvia, etc. Para ser una novela histórica, es muy lírica; se preocupa en crear belleza a través de las palabras que parecen perfectamente mesuradas. También es muy emotiva, por más que los protagonistas son hombres serios, estrictos, encerrados en sí mismos, casi herméticos, y que se guardan los sentimientos dentro por más que les quemen, que no sólo no saben transmitir lo que sienten sino que también muchas veces se avergüenzan de sentir lo que sienten. En todo caso, es una novela magnífica; un clásico imprescindible, me atrevería a decir.


martes, 15 de febrero de 2011

'Los habría salvado si hubiera podido' e 'Historias de Nachman' de Leonard Michaels



Sigo leyendo ‘Los cuentos’ de Leonard Michaels, pero me los voy dosificando poco a poco porque no quiero que se me terminen demasiado pronto. A finales del año pasado leí las ‘Historias de Nachman’, que es lo último que escribió y que no llegó a publicarse hasta después de su muerte, y hace una semana terminé ‘Los habría salvado si hubiera podido’, que fue su segundo recopilatorio de cuentos y muy parecido al primero (‘De aquí para allá’). Estos primeros cuentos siguen siendo cuentos que uno tiene que masticar mucho, con paciencia y constancia, y ni aún así está asegurado que uno llegue a digerirlos bien. Son difíciles, herméticos, y muchas veces sin línea argumental, pero Michaels escribe tan bien que te hipnotiza, no importa que no acabes de saber qué cuenta la historia, porque entiendes perfectamente de qué va. Más que contar hechos, quiere transmitir sensaciones, principalmente sensaciones angustiantes y pesadillescas, pero con una pizca de humor.

De los cuentos de ‘Los habría salvado si hubiera podido’ hay algunos que probablemente están entre los mejores cuentos que he leído nunca: ‘Asesinos’ es sobre el fin de la infancia a través del descubrimiento del sexo, la violencia y la muerte; ‘En los años cincuenta’ es un relato evocador de una época pasada, pero que sea pasada no quiere decir que forzosamente sea buena; ‘El jardín de Trotsky’ es un ejercicio postmoderno que toma prestado el asesinato de Trotsky para reflexionar sobre un tema totalmente distinto; ‘Algunos se rieron’ relata con humor amargo las penurias de un profesor universitario para publicar un libro; y ‘Reflexiones de un joven salvaje’ cuenta de una forma original una variante del típico tema del tema del amante escondido en el armario.

Los cuentos de ‘Historias de Nachman’ son bastante distintos. Michaels abandona el experimentalismo, cuenta historias lineales y escribe con un estilo sobrio y depurado. Son siete cuentos protagonizados por Nachman, un matemático judío de cierta fama que vive solo pero que es capaz de disfrutar de la compañía de otras personas, que tiene una vida bastante gris y rutinaria pero que es capaz de encontrar placer en las pequeñas cosas. Y son siete cuentos en los que Nachman se enfrenta a un pequeño dilema moral, un pequeño dilema moral del día a día, nada del otro mundo, pero esto no quiere decir que sea fácil de resolver. Es probablemente lo que más me ha gustado de lo que he leído de Leonard Michaels.

Podría parecer que los cuentos de al final de su vida no se parecen en nada a los primeros, pero yo diría que entre ellos hay una evolución natural. Siempre llega un punto en que el experimentalismo se agota y luego (para mí) es bastante lógico decantarse por la sencillez como último atrevimiento, pero lo cierto es que Michaels siempre tiene la misma capacidad lírica y evocadora. Así, entre el principio y el final de su obra, el estilo y los personajes sí que son radicalmente distintos, pero en el fondo las historias que cuentan son las mismas y creo que sus cuentos siempre reflejan cierta preocupación moral, en el sentido que los primeros describen acciones inmorales pero como si estuvieran buscando un tipo de castigo o de expiación, o probablemente las dos cosas.

Nachman es una persona madura, reposada y serena, mientras que los personajes de los primeros cuentos son un alter ego del autor, jóvenes torturados, impulsivos, egoístas y crueles. Me gusta pensar que Nachman es también un alter ego del Leonard Michaels maduro y que él evolucionó junto a sus personajes y que al final encontró algo de la paz y la redención que parece estar buscando cuando siendo joven decidió escribir los cuentos que decidió escribir en su juventud, unos cuentos llenos de sentimiento de culpa y auto-odio.



lunes, 14 de febrero de 2011

'Sukkwan Island' de David Vann



El 2008 David Vann publicó “Legend of a suicide”, un libro de relatos de ficción que giraban alrededor del suicidio de su padre. Entre estos relatos estaba “Sukkwan Island”, una novela breve que aquí se ha publicado en solitario. “Sukkwan Island” narra la historia de un padre que, después de una serie de fracasos personales, decide pasar con su hijo de trece años una temporada en una isla inhabitada de Alaska, a la cual sólo se puede llegar en barco o en hidroavión, con la intención de volver a estrechar los lazos entre ambos. Dado este punto de partida, se ha comparado con “La carretera” de Cormac McCarthy, pero en realidad la semblanza se termina ahí, en el hecho de que los dos libros cuentan una historia de supervivencia protagonizada por un padre y un hijo, ya que estas dos obras tienen estilos e intenciones muy diferentes. Antes que nada, el estilo de David Vann es más clásico, neutro y neto, pero también perfectamente cuidado y evocador. Por otra parte, Vann además de querer contar una historia de supervivencia física se propone contar una historia de supervivencia psicológica y se pregunta cómo se puede sobrevivir a una tragedia de la que uno se sienta en parte responsable.

Una vez padre e hijo llegan a la isla remota y salvaje y se instalan en la cabaña que el padre ha comprado con parte de sus últimos ahorros, el hijo no tarda en darse cuenta de que su padre no lo tiene todo tan bien planeado como le había hecho creer. Pronto se da cuenta que las cosas van a ser más difíciles de lo que su padre le había explicado. Y encima, cada noche, cuando ya han apagado las luces y se han metido dentro de los sacos de dormir, el hijo oye llorar a su padre. Durante el día el padre actúa cómo si todo fuera de maravilla, pero por la noche vuelve a llorar y el hijo no sabe qué hacer, se siente impotente e incómodo, pero también furioso y engañado, y quiere volver a casa pero se siente atrapado. Sin duda es una obra dura, pero no sólo porque la supervivencia en las condiciones físicas que les rodean se hace difícil, sino también porque la amenaza más grande a la supervivencia no viene del exterior sino de su interior.

La relación entre padre e hijo, que está marcada por la incomunicación y el egoísmo, se va deteriorando hasta que llega a un punto insostenible. Lo que prometían ser unas vacaciones idílicas para reencontrarse se acaban convirtiendo en una pesadilla. Y es entonces cuando llega el giro trágico que es como un mazazo que lo pone todo patas arriba. Resulta que nos pensábamos que habíamos llegado al clímax de tensión, pero la verdad es que la cosa sólo acaba de empezar. Vann construye una novela realmente angustiante y casi claustrofóbica, en todo momento sabe mantenernos en suspense y con el corazón encogido. A veces da la sensación que es una obra llena de rencor, escrita para saldar cuentas, como un acto de venganza; quizás sea en parte esto lo que le da tanta intensidad. Lo único malo es que al llegar al final (que es terrible y demoledor) no se pude evitar tener la sensación de que se quedaba cojo, que le faltaba algo. Me hubiera encantado poder leer los otros relatos que acompañaban la edición original para ver como se explora el mismo hecho desde puntos de vista distintos. De modo que lo malo de “Sukkwan Island” es que no hay más.


jueves, 10 de febrero de 2011

'Una afición peligrosa' de Patricia Highsmith


Éste ha sido mi segundo acercamiento a Patricia Highsmith; el primero fue ‘Pequeños cuentos misóginos’. ‘Una afición peligrosa’ recoge cuentos escritos por Highsmith entre 1952 y 1982, la mayoría de ellos inéditos hasta después de su muerte. Pero mientras que ‘Pequeños cuentos misóginos’ me pareció un libro brillante, redondo y perfecto, éste me ha parecido algo irregular: tiene unos cuentos muy buenos pero otros que sólo no están mal. Aunque lo curioso del caso es que los siete primeros cuentos del libro me han encantado, mientras que los siete segundos sólo me han parecido aceptables o regulares. Puede que esto parezca una coincidencia demasiado improbable y que alguien llegue a opinar que lo que haya pasado es que los cuentos probablemente tengan todos más o menos la misma calidad pero que yo me haya cansado de leer cuentos cortados por el mismo patrón uno detrás de otro. Pero yo diría que no ha sido esto.

El problema es que los últimos cuentos son cuentos básicamente sobre asesinatos y, aunque tienen el sentido del humor negro típico en Highsmith, son demasiado previsibles y con personajes demasiado esquemáticos como para resultarme realmente interesantes. El único cuento con asesinato que me ha gustado es el que da título al recopilatorio y me ha gustado porque, aunque también en cierto modo es previsible, lo importante no es tanto contar cómo ha ocurrido el asesinato, cómo el asesino lo ha escondido y si lo van a atrapar o no (tal como pasa en los otros), sino describirnos al protagonista, que en este caso se salva de caer en el esquematismo y la excesiva superficialidad. Los otros seis cuentos son más atípicos, frescos y originales. Hay un cuento sobre una mujer que se muere e inevitablemente examina su vida y otro sobre una pareja que vuelve a Alemania después de haber vivido un tiempo exiliados en Inglaterra. Hay uno realmente inteligente, complejo y absorbente sobre la relación de un hombre solitario y depresivo con el perro inteligente y elegante que le ha regalado la mujer que le ha dado calabazas.

Pero probablemente los que más me han gustado son dos cuentos optimistas que tratan sobre lo buenas que pueden ser algunas personas cuando menos te lo esperas, algo que sorprende terriblemente en una escritora con tan fama de misántropa como Patricia Highsmith. Uno está protagonizado por un hombre que es un perdedor de lo más gafe, pero que se da cuenta que tiene el apoyo y el afecto de sus conciudadaons, mientras que el otro está protagonizado por un señor mayor amante de los periquitos y generoso con sus vecinos, pero que se dedica a hacer pequeños trapicheos para poder acabar de ganarse la vida. Y se trata de dos cuentos realmente bonitos. Aún así, es curioso ver como una ternura extraña y una especie de melancolía dulce están presentes en muchos de los cuentos de este recopilatorio, no sólo en estos dos. Pero esto no quiere decir que Highsmith deje de ser ácida y caiga en la cursilería, simplemente quiere decir que puede escribir también cuentos deliciosos y optimistas.