martes, 24 de agosto de 2010

Teaser Tuesday: 'Cita en Samarra'




A cualquier hombre que aceptara la invitación a cenar se le asignaba una mujer o una chica. La costumbre era que los solteros sin compromiso aceptaran la invitación a la cena entregando su tarjeta, y luego telefonearan a la anfitriona y le preguntaran si debían llevar pareja a la cena. Todo se concertaba de antemano de manera mucho más sutil de lo que podría imaginarse. Había algunas chicas poco agraciadas a las que había que invitar a muchas fiestas y las anfitrionas daban por sentado que ciertos hombres debían prestarse a acompañarlas durante la cena. Pero todas las anfitrionas daban también por sentado que a un hombre joven, popular y atractivo sólo debían emparejarlo con chicas populares y atractivas. Luego había otro grupo de chicas, al que pertenecía la misma Mill Ammermann, Que acudían al baile acompañadas por una pareja casada que eran amigos suyos o en compañía de un grupo de cuatro o seis. Mill, y las chicas como ella, sabían decir al milímetro cuánto bailarían cada noche y si hubieran bailado un poco más se habrían preguntado qué era lo que iba mal. Normalmente, la respuesta para las chicas como Mill era que algún marido joven se había peleado con su mujer y quería contárselo todo a Mill, que era tan buena amiga. Y tan comprensiva. Y nunca lo malinterpretaba si la achuchabas un poco. A veces, por supuesto, a Mill y las chicas como ella las achuchaban de verdad –alguien que hubiera bebido más de lo normal-. Por cruel que fuera, este sistema tenía algunas ventajas; en primer lugar, cuando una chica cumplía los veinticinco ya sabía perfectamente qué esperar de cada baile al que asistía. Sólo unas pocas chicas del tipo de Mill seguían yendo a un baile con la triste y estúpida esperanza de que aquél sería distinto de los demás. Y había otra regla no escrita ni hablada entre los hombres: si una chica de Gibbsville de éxito dudoso convencía a un hombre de fuera de la ciudad de que la acompañara a un baile del club, los hombres de Gibbsville se aseguraban de que pudiera lucirse todo lo posible. La sacaban a bailar dos veces en lugar de una; con el resultado de que todas, excepto las chicas realmente poco agraciadas, se casaban con hombres de fuera de la ciudad. Por supuesto, una vez casadas, sus días de patitos feos quedaban olvidados y perdonados y esas chicas ocupaban su lugar junto a las más populares. Pero tenían que casarse, no sólo comprometerse, daba igual que el hombre fuera un auténtico canalla, o estúpido, o mal vestido…, cualquier cosa, siempre que no fuera judío. Aunque tampoco es que ninguna chica de Gibbsville del grupo del club de campo de Lantenengo Street se hubiera casado nunca con un judío. No se habría atrevido.

“Cita en Samarra” de John O’Hara (pp.115-116)
(Traducción: Miguel Temprano)

domingo, 22 de agosto de 2010

'El original de Laura' de Vladimir Nabokov



“El original de Laura” es la novela en la que Vladimir Nabokov estaba trabajando antes de morir. No pudo terminarla y pidió a su mujer que quemara el manuscrito. Sin embargo, su mujer no se vio con fuerzas para destruirlo, tampoco lo hizo su hijo, que al final, treinta y tres años después de la muerte de su padre, ha decidido publicarlo. Es una cuestión moralmente peliaguda la de determinar si las obras inacabadas de escritores muertos deben publicarse o no. Es difícil posicionarse. El caso típico que suele citarse en este tipo de discusiones es el de Franz Kafka, que ordenó destruir prácticamente toda su obra, pero su amigo y editor, Max Brod, no le hizo caso, con la excusa de que si Kafka realmente no hubiera querido que se publicaran sus obras las habría quemado él mismo. Este argumento puede parecer pillado por los pelos o totalmente acertado, pero lo cierto es que, si Max Brod hubiera hecho caso a su amigo, nos habríamos perdido un conjunto de obras magníficas que han tenido una influencia destacadísima en la literatura posterior. Aún así, en el caso de las obras no terminadas de Kafka se trata de unas obras que, a pesar de quedar inacabadas, se sustentan por sí solas y tienen una calidad envidiable. Lamentablemente, con ‘El original de Laura’ no pasa lo mismo.

A estas alturas no creo que nos tengamos que llevar las manos a la cabeza porque la literatura se haya convertido en un negocio, pero también es verdad que hay negocios que son rastreros y otros que no lo son. Y vender “El original de Laura” como la novela inacabada de Nabokov es tener mucho morro, porque no es una novela a la que le falte un final y/o una revisión, sino que más bien es un conjunto de notas y borradores sueltos para una futura novela. En los fragmentos que constituyen “El original de Laura” encontramos una mujer, llamada Flora, que en la adolescencia tuvo un padrastro, llamado Hubert H. Hubert, que parece un primo lejano del Humbert Humbert de “Lolita”, pero menos atractivo, más grimoso y más inofensivo. Años después, encontramos a Flora casada por interés con un intelectual viejo y rico. Y como suele suceder en estas ocasiones, ella decide agenciarse una buena colección de amantes, uno de los cuales escribirá una novela sobre ella (camuflada bajo el nombre de Laura), que su marido leerá y así descubrirá sus infidelidades. Parece, pues, que “El original de Laura” toca temas recurrentes en la narrativa de Nabokov, como la infidelidad y el juego de espejos entre realidad y ficción. Aún así, con lo poco que dejó escrito Nabokov, es difícil imaginarnos por dónde habría tirado.

Nadie duda de que probablemente con este punto de partida, Nabokov, con tiempo, podría haber tirado adelante una buena novela, pero es que lo que tenemos son sólo los primeros garabatos. Además, el texto que nos ha llegado no debe llegar a más de unas treinta páginas. Así que para hincharlo hasta que llegue a las cien páginas de rigor para poder publicarlo en forma de libro, se ha optado por reproducir las fichas de archivador originales en las que Nabokov siempre solía escribir y debajo se ha impreso la traducción. Y por más que uno sea fan de Nabokov no puede evitar sentirse estafado al ver un truco tan burdo. Por supuesto que los fans encontraremos pasajes que muestran el estilo brillante de Nabokov, el talento que tenía para hacer magia con las palabras, la belleza poética que era capaz de crear a partir de las situaciones más prosaicas, pero aún así no nos compensará. A los seguidores nos puede servir como curiosidad (cada cuál ya decidirá si ésta es una curiosidad morbosa o no), pero para los que sólo han leído “Lolita” (o menos) quizás les pueda dar la opinión equivocada de Nabokov, como escritor de un solo libro, cuando no hay nada más lejos de la verdad. Antes que “El original de Laura” sería mejor adentrarse en cualquiera de las otras novelas de Nabokov: “Pálido fuego” para participar en un juego de metaficción delicioso, “Risa en la oscuridad” para presenciar una clásica historia de infidelidad con un humor de lo más cruel, “Pnin” para leer la historia de un pringado, o “La verdadera vida de Sebastián Knight” para aventurarse en una intriga irónica sobre identidades dobles.


lunes, 16 de agosto de 2010

Mini-reseñas veraniegas

“Adiós a Berlín” de Christopher Isherwood: Ambientado en el Berlín de los años 30, antes del ascenso del nazismo, relata las experiencias de un narrador, llamado también Christopher Isherwood, que vive como huésped en un piso compartido y se dedica a dar clases particulares de inglés. Aunque, en realidad, el narrador actúa como un simple observador y más que su vida nos cuenta la de una serie de personajes que también malviven como pueden en la ciudad, entre ellos una chica que sueña con ser una mantenida pero también un chico que sueña con ser un mantenido. Hay excursiones a garitos de dudosa reputación y peleas y discusiones entre huéspedes y entre familiares. Es un libro lleno de vida, fresco y encantador. Al principio, la situación política es prácticamente ignorada, pero a medida que la novela avanza va creciendo su presencia, hasta que el último capítulo se centra exclusivamente en la situación al borde de la ruina económica y la guerra civil, con los nazis y los comunistas enfrentados, y el miedo que convierte el ambiente en irrespirable.




“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff: Hacía mucho tiempo que había oído hablar de este libro, pero no me atrevía a leerlo por miedo a que me pareciera cursi. Ahora que lo he leído me doy cuenta que quizás sea cursi, pero que esto no importa lo más mínimo cuando se trata de un libro tan adorable y delicioso. Se trata de una novela autobiográfica y epistolar, centrada en la relación, a lo largo de muchos años y exclusivamente por correspondencia, entre una norteamericana autodidacta que malvive escribiendo y un empleado de una librería inglesa de segunda mano a la que ella hace pedidos de libros que en su país no puede encontrar o que son demasiado caros. Ella es terriblemente norteamericana, bromista y vitalista, mientras que él es terriblemente británico, formal y sensato. Es un libro, de una sencillez y una modestia encantadoras, sobre cosas como el amor por los libros, la amistad, la generosidad entre extraños, y me hizo entrar unas ganas locas de pedir y comprar libros a diestro y siniestro.




“El protector” de Henry James: Después de terminar “La línea de la belleza” me entraron ganas de leer algo más de Henry James. Me decidí por “El protector” porque va de un hombre que adopta una niña para hacerla su esposa cuando se haya hecho mayor. Es la primera novela de James, aunque el estilo marca de la casa (elegante, detallista) ya está allí, pero la trama es algo previsible y demasiado convencional. Sin embargo, aunque a veces el estilo pueda ser empalagoso, lo cierto es que la mayor parte del tiempo es una delicia la minuciosidad con la que James se adentra en la psicología de sus personajes.






“Juego de azar” de Sławomir Mrożek: Se trata de una colección de cuentos que de media ocupan sólo dos páginas. Y sí, son ingeniosos y originales, pero no he encontrado ninguno brillante. Es un tipo de sentido del humor que al cabo del rato ya me cansa. Es como el tipo ese que sabe un montón de chistes y se pone a contarlos uno detrás de otro y cuando te tienes que reír se para y te mira para ver si te has reído y no deja de mirarte hasta que te ríes. Probablemente uno de cuando en cuando se me haría perfectamente digerible, pero uno detrás de otro causan indigestión. Lo acabo de terminar y, sin embargo, ahora no podría recordar ni uno; igual que me pasa con los chistes.





“Un tranvía llamado Deseo” de Tennessee Williams: El estilo de Tennessee Williams es melodramático e histriónico hasta límites cargantes. Supongo que cuando puedo identificarme mínimamente con los personajes (como en “El zoo de cristal”) lo puedo tolerar, pero cuando todos me parecen inaguantables ni modo de que me guste. Y es que “Un tranvía llamado Deseo” está protagonizado nada más ni nada menos que por una histérica presumida y autocompasiva, una pánfila adicta a una relación abusiva, y un bruto engreído y maleducado con potencial para convertirse en un violador. Y todo esto sazonado con un simbolismo chusco y patillero y una psicología freudiana de pacotilla. En un contexto normal probablemente sentiría pena por el primer personaje, porque realmente es el que se lleva la peor parte, pero el estilo de Williams es tan ridículamente lacrimógeno que se me hace todo totalmente inverosímil. Bueno, supongo que ha estado bien para leer en su contexto original la famosa cita aquella de que “siempre he dependido de la amabilidad de los extraños”.



lunes, 9 de agosto de 2010

'La visita de la vieja dama' de Friedrich Dürrenmatt



“La visita de la vieja dama” de Friedrich Dürrenmatt (escritor suizo en lengua alemana) tiene un primer acto que es el de una farsa. La acción se ambienta en Güllen, una pequeña ciudad de provincias que en el pasado había sido próspera pero que ahora está totalmente arruinada y ni siquiera los trenes se detienen en su estación. Sin embargo, puede que las cosas cambien, porque una antigua habitante del pueblo, convertida ahora en prácticamente la mujer más rica del mundo, ha anunciado su visita y todo el pueblo tiene la esperanza de que esta vieja dama del título les podrá sacar de la miseria con sus millones.


El tono de sátira y parodia no es tan distinto del de “El inspector” de Nikolái Gogol, pero con toques de Samuel Beckett, ya que la dama llega arrastrando un ataúd (por si pudiera necesitarlo más adelante) y va acompañada por dos brutos que comen chicle de forma compulsiva y no dicen nada, y dos eunucos ciegos que dicen sus frases al unísono y actúan como si fueran un único personaje. La vieja dama también tiene una larga colección de maridos (hasta nueve) que son todos idénticos y todos igual de prescindibles. Y también hay cuatro vecinos que actúan como una especie de coro moderno.

Sin embargo, al final del primer acto (que ha sido el planteamiento) hay una revelación inesperada, un giro sorpresa que lo cambia todo, y la obra se convierte en una tragedia, porque definitivamente habrá final trágico y parece que nada puede cambiarlo, pero esto no significa que se pierdan los toques de farsa. Así que probablemente sería mejor hablar de tragicomedia. La vieja dama promete que dará sus millones pero pide algo a cambio. Ella dice que quiere comprar justicia, pero en realidad lo que quiere comprar son las almas de todos los habitantes del pueblo. Estos se niegan rotundamente, incluso se escandalizan ante la propuesta, pero ella dice que esperará, porque está convencida que tarde o temprano aceptarán su oferta. El segundo acto, el planteamiento, está destinado a contarnos como los habitantes del pueblo pasan de un no rotundo a un sí imperativo. Luego, llega el tercer acto, el desenlace, ya sabemos qué va a pasar, pero aún así no resulta menos cruel cuando pasa.

La vieja dama del título es una especie de Medea, como dice el maestro del pueblo, porque ejecuta una venganza perversa, pero lo hace de una forma totalmente desapasionada. Es un personaje fascinante, que se mueve en un plano diferente al resto y que fríamente para una trampa de la que su presa no puede escapar. Pero la venganza no es el único tema, ni mucho menos. Es una obra que trata de cuestiones morales, pero sin moralizar, sin dar respuesta. Es cierto que habla de cómo el dinero lo puede comprar todo, pero aún así habla de mucho más. Es verdad que habla de culpa, de una forma que me recuerda un poco a Franz Kafka, pero en realidad habla de mucho más. Es una obra rica y compleja, con una estructura impecable que nos lleva a un clímax implacable.


martes, 3 de agosto de 2010

'Entonces llegamos al final' de Joshua Ferris




“Entonces llegamos al final”, el debut de Joshua Ferris, se desarrolla en una agencia de publicidad en plena regresión económica. Empieza a faltar el trabajo y a haber despidos, los empleados se ponen nerviosos y parece que la única salida que tienen es reunirse en despachos, esquinas o cubículos poco frecuentados por sus superiores para dedicarse al chismorreo. Uno de los empleados de la agencia es Hank Neary, un aspirante a escritor, que se viste con chaquetas de pana y coderas como si fuera una parodia de un profesor de literatura. Este personaje está escribiendo una novela “pequeña” e “irada” sobre el lugar de trabajo. Sus compañeros no entienden por qué se ha decantado por un tema tan poco atrayente y él les intenta explicar que nos pasamos más de media vida en el trabajo, que compartimos la mitad de nuestra existencia con personas de las que en el fondo no sabemos nada. Sabemos que Marcia lleva un peinado ridículamente pasado de moda y escucha música infumable, que Benny es judío y tiene un talento especial para explicar anécdotas, que Jim es socialmente torpe y siempre acaba siendo el chivo expiatorio de la oficina, que Tom Mota lee a Ralph Waldo Emerson y que se toma dos martines durante la comida y luego empieza a despotricar contra todo, etc. Pero en realidad no sabemos nada de ellos.


La novela de Joshua Ferris no acaba siendo ni pequeña ni irada. Es un libro eminentemente humorístico, pero el autor es plenamente consciente de que ser una novela de humor no quiere decir ser una obra pequeña. “Entonces llegamos al final” es una novela seria, con más profundidad de lo que deja a entender la contracubierta. Tampoco es una novela irada, el humor nunca es satírico ni agresivo, es más bien entre ácido y amargo, con cierto toque de melancolía. La característica que sin duda más llama la atención de “Entonces llegamos al final” es que está escrita en primera persona del plural, un recurso que muchas veces suele acabar en un fracaso total, pero que aquí funciona a la perfección, ya que se trata de dar una voz colectiva a un grupo de empleados que no se pueden distinguir los unos de los otros, con las mismas preocupaciones, un conformismo idéntico, y un desprecio igual por cosas como el café de máquina, los calendarios y las manejas del reloj.

Sin embargo, no es una novela sólo para los que trabajan en una oficina, o los seguidores de las tiras cómicas de Dilbert o la serie “The Office”, es un libro para todos los que sepan lo que es trabajar con otras personas, sentirse frustrado por el trabajo y a la vez temer perderlo. Es extrañamente conmovedor ver como Carl Garbedian cae en una depresión pero se niega a aceptarlo, como Chris Yop al perder su trabajo pasa de la negación a la ira pero nunca llega a la aceptación, o bien como Tom Mota parece que está perdiendo la poca razón que tenía hasta el punto que nos preguntamos si será capaz de cometer una locura. Es una novela sobre personajes que se hunden e intentan salvarse como pueden. Es muy divertida, pero a veces también es conmovedoramente triste. Es una obra arriesgada, original, incisiva e inteligente, con un estilo que se asemeja a las muñecas rusas, porque sin llegar a confundir nunca el lector hay conversaciones sobre conversaciones que tratan de otras conversaciones. Joshua Ferris, con gran maestría, nos narra historias dentro de historias, que a la vez están dentro de historias, y nos implica de una forma íntima y especial en este relato, nos convierte en uno más de los empleados de esta oficina y cuando el libro se termina sentimos una cierta nostalgia porque ya no volveremos a saber de estos personajes.