viernes, 21 de septiembre de 2012

'Un asesinato que todos cometemos' de Heimito von Doderer




‘Un asesinato que todos cometemos’ como título es un título muy prometedor, que genera muchas expectativas. Lo bueno es que la novela no sólo se queda en prometedora sino que está a la altura de un título tan brillante; ciertamente cumple con todo lo que promete. Es una novela extraña, difícil de clasificar: a veces da la sensación que es una novela de formación, a veces parece la típica novela realista que describe un matrimonio destinado a fracasar desde el principio, a veces es como un relato de intriga en que se tiene que resolver un asesinato, a veces se asemeja a una novela psicológica e introspectiva sobre la formación del carácter de uno, y a veces incluso es una novela de toques kafkianos que reflexiona sobre temas tan rimbombantes como la culpabilidad y la libertad.

El protagonista se llama Conrad Castiletz y, cuando es niño, le pregunta a su amigo cómo llegó a aficionarse a recopilar y memorizar datos sobre los anfibios. Su amigo le dice que sería bueno poder decir que un día se sentó y decidió que lo que más le interesaba aprender era el tema de los anfibios, pero que ya sabe que las cosas no van así. Creemos que somos libres, pero no lo somos ni cuando elegimos nuestras aficiones, porque siempre hay una serie de circunstancias que nos guían hacia un camino determinado. Al ya joven Conrad le fascina pero a la vez teme aquellas personas que son capaces de cambiar de raíl, tal como él mismo lo define. Se refiere a las personas que son capaces de mandar al traste la vida que tienen planteada delante de ellos para seguir otro camino.

Conrad fantasea con la posibilidad de cambiar de carril, pero lo hace de forma vaga y sus fantasías se encarnan en la hermana muerta de su mujer, a la que él nunca llegó a conocer pero podría haber conocido si el destino hubiera sido distinto. La hermana muerta representa una vida que podría haber sido y no ha sido; Conrad se obsesiona con ella, se enamora de una quimera, pero en realidad sigue sin cambiar de raíl. Conrad, como la mayoría de los hombres, es aún un niño, porque en realidad aún no ha tomado ninguna decisión, se ha limitado a ir siguiendo el camino que tenía trazado, aceptando todo lo que venía, sin tener que esforzarse para conseguirlo pero también sin llegar a gozarlo realmente. Pero como todo llega en esta vida, un día Conrad toma la primera decisión en su vida y ésta es investigar el asesinato de la hermana muerta.

La primera frase de la novela compara la infancia con un cubo que nos encajan encima de la cabeza y que llevamos durante toda la vida. La infancia de Conrad está sobre todo marcada por los arrebatos de ira de su padre cuando no encontraba algo porque no estaba en su lugar habitual. De ahí le viene a Conrad un trastorno obsesivo compulsivo que le obliga a tenerlo todo siempre bien ordenado, especialmente sus asuntos personales; de ahí que a él le sea especialmente complicado lo de desviarse del camino trazado. Y de todo esto también se desprende la idea de que en realidad no somos libres, que venimos a la vida a interpretar un papel que nos ha sido dado pero que no hemos elegido, que incluso nuestro carácter viene marcado por las circunstancias que nos han tocado. Incluso hay un personaje de la novela que se dedica a coleccionar amistades teniendo en cuenta el arquetipo que encarnan y que a él le gustaría añadir a su colección.

Y llega el final y todo confluye de una forma muy dramática y que a primera vista podría parecer poco verosímil, pero lo cierto es que todo ya nos ha sido anticipado, de modo que en realidad no hay trampa ni cartón. Es un final brutal que viene a decirnos que incluso los más pequeños hechos tienen sus consecuencias, que probablemente somos culpables de muchas desgracias acaecidas a otros sin que nosotros lo sepamos, pero esto no quita que seamos menos culpables. Es un final en el que todo confluye, incluso los más mínimos detalles (como un timbre que suelta una chispita al sonar) y todo queda perfectamente ligado. Es una novela inquietante, pero con un sentido del humor muy particular. Es original y poética de una forma no vista, con una enorme cantidad de imágenes que se repiten obsesivamente (las salamandras, una postal de un arlequín olvidada, un camión amarillo, la bebida más razonable, el benjamín, el vaso que está a punto de caer) y que ayudan a aumentar la sensación de inquietud y de que todo está conectado y atado y nada queda al azar, y por tanto, que en realidad no somos libres.