martes, 25 de noviembre de 2014

'El príncipe negro' de Iris Murdoch




'El príncipe negro' se parece muy mucho a la otra novela de Iris Murdoch que he leído, 'El mar, el mar', hasta el punto que a veces parecen dos versiones de un mismo punto de partida: un tipo bastante detestable y nada fiable como narrador, en plena pre-crisis de los 60, se empeña en vivir una historia de amor algo ridícula, mientras a su alrededor se congregan una serie de personajes que le estorban en su empeño. Se ve que no es porque todas las novelas de Murdoch se parezcan tanto, sino porque yo he escogido las dos que más se parecen. Pero aún así, las dos tienen muchas particularidades que las revisten de una personalidad propia.

Ahora mismo, si me preguntarais a qué otro escritor se parece Murdoch, sin dudarlo respondería que Vladimir Nabokov. Los dos comparten la ironía, un sentido tragicómico de la existencia, la misantropía, una preferencia por los narradores en primera persona nada fiables, y la concepción de la literatura como un juego entre escritor y lector. Además, 'El príncipe negro' en concreto me recuerda a 'Lolita', porque el protagonista de 58 años se enamora de una chica de 20, porque hay un prólogo de un supuesto editor y un asesinato por celos, y porque una interpretación posible de las novelas es que buena parte de la acción ha ocurrido sólo en la cabeza del narrador/protagonista, que quizás esté loco o quizás esté perfectamente cuerdo.

El protagonista de 'El príncipe negro' es Bradley Person, un trabajador de Hacienda retirado, que publicó un par de libros hace muchos años y ahora se propone escribir su gran obra. Bradley tiene un amigo, Arnold Baffin, también escritor, pero con la pequeña diferencia que éste es prolífico y con mucho éxito de público. Los dos mantienen una relación ambigua, llena de celos, resentimiento y sentido de superioridad. Se podría decir que los dos compiten por la atención de tres mujeres, la esposa de Arnold, la hija de éste y la ex-mujer de Bradley. Hay también dos personajes aún más segundones: la hermana de Bradley (que abandona a su marido y se pasa el libro llorando entre ataques de histeria) y el hermano de la ex-mujer de Bradley (que es el que insinúa en voz alta que Bradley en realidad está enamorado de Arnold).

Una de las escenas culminantes de la novela es una discusión sobre 'Hamlet'. ¿Está Hamlet enamorado de Ofelia, de Gertrudis, de Claudio o de Horacio? (Dicho sea de paso, yo debo ser la única persona a la que le gusta pensar que Hamlet está enamorado de Laertes). En el fondo no importa; todas las lecturas son válidas y se enriquecen las unas a las otras. Tampoco importa decidir si el fantasma del padre es real o no. Tampoco importa dilucidar cuánto hay de verdad o de mentira en lo que cuenta Bradley, porque nunca lo sabremos. El libro se termina con epílogos escritos por los otros personajes que ponen en duda lo que cuenta Bradley, pero también queda claro que estos narradores tampoco son fiables, porque aprovechan para venderse a ellos mismos y a su versión de la verdad.

Otra de las escenas culminantes es la noche en la ópera de Bradley y su amada, que termina con él vomitando en los zapatos de ella y confesándole su gran amor, un amor tan súper intenso que llega hasta el paroxismo. Dejo caer este dato para que veáis el sentido del humor que gasta Iris Murdoch. Pero no siempre es así, a veces gasta una ironía sutil, tan sutil que no sabes si está hablando en serio o te está tomando el pelo. Sea como sea, a mí me parece una novela muy divertida, además de original e inteligente, y con un ritmo endiablado: continuamente pasan cosas y continuamente hay giros inesperados (un ritmo que, para seguir con las comparaciones, diré que me recuerda el de Dostoievski). Es una novela intensa y compleja, que continuamente hace guiños al lector.



lunes, 17 de noviembre de 2014

'Las aventuras del bueno soldado Švejk' de Jaroslav Hašek



'Las aventuras del bueno soldado Švejk' puede que sea el libro más divertido que he leído nunca y sin duda es la mejor parodia anti-bélica que he podido encontrar. El bueno de Švejk puede que sea un poco corto de entendederas, pero es un pozo sin fondo de anécdotas intrascendentes. Se mete siempre en unos líos demenciales, pero nunca a posta. Su mayor problema es que se lo toma todo al pie de la letra, es incapaz de entender un doble sentido o un sarcasmo, y cree ciegamente que la institución del ejército es infalible.

Švejk empieza sus peripecias cuando se presenta voluntario para luchar en la primera guerra mundial, pero a raíz de un malentendido las cosas se complican hasta el absurdo y el buen soldado acaba siendo acusado de desertor. Entonces empieza para él un periplo de desfilar ante tribunales militares, policías, médicos, jueces, que se supone que tienen que juzgar si está capacitado o no para luchar en el ejército. Él lo acepta todo con buen ánimo, porque tiene la firme convicción que la autoridad siempre tiene razón.

Algunos de los que se encuentran con Švejk creen que es un idiota (y si le preguntan, él responderá que sí que es un idiota, porque en el servicio militar efectivamente le declararon como tal). Por otra parte, otros piensan que es un caradura sarcástico que se está burlando de ellos en sus narices. Pero todos acaban, tarde o temprano, perdiendo los nervios con él, por sus meteduras de pata, por su verborrea parlanchina que nunca se agota, y/o por su incapacidad de entender lo que es una pregunta retórica y morderse la lengua. Así que continuamente le caen amenazas de tribunales de guerra y se pasa sus buenos ratos castigado en calabozos. Sin embargo, su buen ánimo no decae nunca, ni tampoco el respeto por sus superiores.

De esta forma, Jaroslav Hašek construye una obra con aires de novela picaresca, con un humor absurdo delicioso, un lenguaje fresquísimo y una crítica brutal a la guerra pero también, de paso, a todas las instituciones jerárquicas; no sólo el ejército, sino también la iglesia, la policía, la política, etc. Es como un gran fresco que parece que lo abarca todo, en parte gracias al montón de anécdotas irrelevantes que el soldado Švejk suelta a la mínima ocasión, unas historias dentro de la historia que por lo general ridiculizan con una ironía salvaje los defectos humanos. Sí, definitivamente se trata de una novela bastante salvaje, en el sentido que no deja títere con cabeza y que es desenfadada hasta el descaro. Es una obra maestra de lo más intensa, con un ritmo trepidante, un humor desternillante y una crítica mordaz. Es una obra total, valiente y viva, incomparable, única.