lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Felices Fiestas!



- Ilustración de Milena Jarjour

'Mrs.Bridge/Mr.Bridge' de Evan S.Connell




En realidad ‘Mrs.Bridge/Mr.Bridge’ son dos novelas independientes que Evan S. Connell publicó con diez años de diferencia. Las dos se centran en la vida en una casita con jardín de una familia de clase media-alta con tres hijos y una criada negra, pero una lo hace desde el punto de vista de la mujer, la perfecta ama de casa (desesperada), y la otra desde el punto de vista de su marido, un adicto al trabajo. Las dos están formadas por capítulos brevísimos, que pueden parecer simples escenas cuotidianas y banales, pero que en realidad cuentan muchísimo de unos personajes y cierto estilo de vida. 

El problema es que ‘Mr.Bridge’ no está a la altura de su predecesora. Puede que sea porque ya a priori suelen interesarme más los personajes femeninos que los masculinos, pero no creo que sea sólo por esto que la personalidad del señor Bridge me pareció mucho menos interesante que la de su mujer. Es cierto que en esta segunda novela se ahonda más en el racismo, los prejuicios de clase y la paranoia hacia todo lo diferente de una época y/o una clase social, lo cual a priori la haría más interesante, pero el señor Bridge es un personaje plano (no tanto porque esté mal descrito sino porque simplemente es una persona plana), es un agarrado orgulloso adicto al trabajo que quiere compensar con dinero el afecto que no sabe dar a su familia. Y la novela va insistiendo una y otra vez en esto, capítulo tras capítulo, con lo cual acaba haciéndose terriblemente repetitiva y, por lo tanto, insulsa. 

‘Mrs.Bridge’ en cambio me pareció una novela excelente. Es cierto que la señora Bridge de por sí tampoco es nada del otro mundo: no es que sea muy inteligente y lo único que parece preocuparle es transmitirles a sus hijos las normas de comportamiento y educación que su madre le enseñó a ella. Pero a la señora Bridge los días se le hacen muy largos, porque con los niños en el colegio, el marido en la oficina y una criada que hace toda la faena de la casa, a ella no le queda nada por hacer. El nombre de pila de Mrs.Bridge es India y a ella siempre le ha parecido que este nombre tan exótico no liga con su personalidad. Es una mujer conciliadora, en cualquier situación social, siempre es la primera en salir para poner paz, pero no sabemos si es por su bondad o porque simplemente no soporta las escenas. 

A la señora Bridge nunca se le pasa por la cabeza rebelarse contra el papel que se le ha adjudicado (como sí que le pasa a su amiga Grace Barron, un personaje secundario pero interesantísimo, porque ella sí que es una verdadera ama de casa desesperada y depresiva), pero aún así la señora Bridge ansía algo que no sabe que es, se dice que tiene que haber algo más, y lo intenta con el español, con la pintura, con las obras de caridad, pero nada puede satisfacerla. Otro de los problemas de la señora Bridge es que se da cuenta de que no acaba de comprender a sus hijos, ve que se van alejando cada vez más de ella, y no puede hacer nada para evitarlo. Y así van pasando los años y ella cada vez se siente más sola. Y así, a base de detalles y anécdotas, acaba creándose una novela magnífica, con una protagonista no menos magnífica.

jueves, 6 de diciembre de 2012

'Cosas transparentes' de Vladimir Nabokov




Se llama ‘Cosas transparentes’ pero este libro se puede calificar de cualquier cosa antes que “transparente”. Confieso que hay partes que no sé de qué iban, y que probablemente parte del significado general se me ha escapado. El estilo de Vladimir Nabokov nunca es simple pero aquí llega a unos límites de ofuscación nada desdeñables. En todo caso es puro Nabokov y hay muchas de sus obsesiones recurrentes: tenis, niñas precoces, literatos cultos y grises, un asesinato, coincidencias caprichosas, etc. 

El título viene de una teoría que dice que en cada objeto se van sobreponiendo una serie de recuerdos y que si examinamos dicho objeto podremos ir quitando capas y a la vez trazando la historia de este objeto hasta su creación y también la historia de los que han estado relacionados con dicho objeto. Con las personas pasará lo mismo, digo yo. Creo que Nabokov nos quiere decir que las personas también estamos formadas por capas de recuerdos, por memorias que evocan ciertos hechos del pasado que a la vez evocan otros hechos de un pasado aún más remoto y así hasta el infinito. El tema de la memoria es otra obsesión recurrente en Nabokov, por supuesto. 

¿Queréis que hable del argumento? Lo intentaré. Es la historia de un editor y sus viajes a Suiza. La primera vez que viajó a Suiza fue con su padre de vacaciones y más tarde lo hizo para reunirse con un escritor que tenía que editar (un escritor que es la otra cara del protagonista, o quizás sean directamente la misma persona, yo qué sé). Fue en Suiza donde se enamoró y la última vez que viaja allí las circunstancias han cambiado drásticamente, trágicamente. La gracia está en que los recuerdos de estos viajes van sobreponiéndose, sobreimpresionándose unos encima de los otros. Y así pasa con todos los personajes: todo les recuerda a otra cosa que les recuerda a otra cosa. Como un juego de espejos.

Nabokov es siempre Nabokov y, aunque haya algunas partes en que todo parezca un galimatías y otras en que todo parezca una simple sucesión de hechos intranscendentes, también hay pasajes de una belleza sin igual, porque Nabokov hace magia con las palabras. Es interesante ver cómo nos acaba contando que vivimos siempre en el pasado y que todas las acciones y cosas son un reflejo de otras acciones y cosas. Aún así, no lo recomendaría para empezar con Nabokov ni para seguir con él después de haber leído ‘Lolita’ (que es por donde la mayoría de gente suele empezar, incluso servidora hace ya mucho tiempo). Pero a los que estén acostumbrados y les gusten los juegos que Vladimir propone al lector, éste también les atrapará. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

'Perverzión' de Yuri Andrujovich




Normalmente no me suelen gustar las novelas contemporáneas que pretenden ser paródicas y posmodernas, que además hacen gala de un humor grotesco, esperpéntico y presuntamente irreverente, y que parece que su principal preocupación es ser originales a toda costa, tanto que muchas acaban siendo una mala imitación de Thomas Pynchon. Sin embargo, aunque ‘Perverzión’ de Yuri Andrujovich reúne prácticamente todas estas características, tiene algo que me impulsó a no dejar de leerlo, algo que me atrapó a pesar de mis prejuicios. Me es difícil decir exactamente qué es ese “algo”.

Stanislav Perfetsky es un poeta ucraniano muy irreverente y provocador, al que le gusta salir de juerga y emborracharse hasta caer redondo, que acude como conferenciante a un seminario en Venecia sobre “el absurdo postcarnavalesco del mundo”. Es en Venecia donde desaparece sin dejar rastro, los rumores hablan de suicidio, y ‘Perverzión’ está formada por una serie de textos y documentos varios relacionados con estos últimos días que Perfetsky pasó en Venecia. 

Y sí, gran parte de la gracia está en este collage de textos que van desde el presunto diario personal del protagonista hasta entrevistas y crónicas periodísticas pasando por documentos oficiales, lo cual nos da una mirada caleidoscópica de lo más interesante y adictiva. Es algo que probablemente se ha hecho muchas veces antes, pero Andrujovich aún se las ingenia para tener un estilo original y fresco, muy innovador en algunos pasajes, que además, en todo momento, juega con los límites de la realidad y la ficción. 

Otro gran mérito de esta novela es que es una novela paródica, irreverente y posmoderna, pero que a la vez parodia toda esta literatura paródica, irreverente y posmoderna. El poeta protagonista es uno de aquellos poetas que escriben poco, a los que les pirra hacer happenings y chorradas provocadoras por el estilo, muy pretencioso todo pero bastante vacío de contenido. Pero peor son aún los otros conferenciantes del seminario y es aquí dónde la mala leche de Andrujovich llega a su máxima expresión: sus conferencias son galimatías que no van a ninguna parte, y su afán de escandalizar y ser tremendamente originales les lleva a límites absurdos y ridículos. 

‘Perverzión’ tiene sus defectos, claro, el mayor de los cuales es que los personajes son planos, simplemente caricaturas, con lo cual cualquier profundidad emocional queda totalmente descartada. Es sólo una novela paródica y, como la mayoría de novelas paródicas, la mayor parte del tiempo se queda sólo en la epidermis. Sin embargo, ‘Perverzión’ no sólo pretende ser divertida, sino que realmente lo es. Es divertida, estilísticamente original, y, si bien he dicho que los personajes son sólo arquetipos, el protagonista casi trasciende este tipismo gracias a los pasajes (bellamente escritos) en que es equiparado al mítico Orfeo, algo que hace que la novela entronque no sólo con esta literatura contemporánea posmoderna sino también con una tradición más clásica, dando la sensación que supera la simple condición de artefacto de su tiempo para ser algo más. 


viernes, 9 de noviembre de 2012

'Chevengur' de Andréi Platónov




Da la sensación de que Andréi Platónov escribe como si nadie antes que él hubiera escrito y como si, después, nadie hubiera de leer lo que él ha escrito. Escribe sin mirar atrás, quemando todos los puentes, avanzando a toda prisa como si se estuviera acabando el mundo. Quizás realmente se esté acabando, porque el paisaje que describe Platónov tiene un aire postapocalíptico fascinante. ‘Chevengur’ empieza en la Rusia pre-revolucionaria, cuando el hambre y la muerte campan a sus anchas en un territorio desolado, yermo y solitario. Y la fuerza que tiene el estilo de Platónov es incomparable.

‘Chevengur’ no está dividida en capítulos, no hay ninguna pausa en la narración, fluye con una intensidad y una rapidez ejemplares, pero aún así podemos dividirla en partes. En la segunda, después de que haya habido la revolución y la guerra civil esté prácticamente terminada, dos hombres salen a buscar el verdadero socialismo, que puede que haya surgido de forma natural en algún pueblo aislado. Son una especie de Quijote y Sancho Panza. Se llaman Kopionkin y Dvanov. El primero es el más idealista y el segundo el más práctico. El primero monta un caballo que se llama Fuerza Proletaria y también tiene su Dulcinea particular. En su caso se trata de Rosa Luxemburgo; es el amor que siente por esta mujer que fue asesinada y el deseo de ir a visitar su tumba cuando todo haya terminado que le ayudan a seguir adelante.

Kopionkin y Dvànov vagan por la estepa y encuentran campesinos endurecidos y analfabetos que intentan adaptar el socialismo “al pie de la letra”, lo cual da pie a situaciones de lo más absurdas y grotescas. Aquí empieza la sátira pura y dura, que impidió que esta novela fuera publicada en vida de Platónov. Sin embargo, ya antes, toda la novela ha sido plagada de un humor muy particular, incisivo y brutal, a veces sutil y a veces basto, pero siempre con un punto cruel.

Kopionkin y Dvanov no encuentran el socialismo que estaban buscando, se separan y vuelven a sus vidas insatisfactorias. Kopionkin sigue soñando con Rosa Luxemburgo pero cada vez está más desilusionado. Además, echa de menos a su amigo. Entonces, empiezan a llegar noticias de que en Chevengur, un pequeño pueblo perdido en la estepa, se ha implantado el verdadero comunismo, y será allí donde acabarán reencontrándose los dos protagonistas. Entonces empieza la tercera parte, la única que sucede en Chevengur, una parte que sigue teniendo un aire satírico, pero a la vez habla de la nostalgia que sienten todos estos hombres rudos que han llevado una vida muy dura, una nostalgia en lo más profundo por algo que nunca han tenido.

Se dice que Chevengur es un pueblo de paso que se creó cuando una serie de personas decidieron asentarse allí para esperar la segunda venida de Jesucristo que les iba a traer la felicidad completa. Ahora, Chevengur está habitada por hombres que confiaron que el comunismo también les traería la felicidad completa, pero empiezan a darse cuenta de que por más que ahora tienen para comer, siguen sintiendo una tristeza desgarradora y una soledad angustiante que nada puede mitigar. En Chevengur hay dos figuras que destacan encima de las otras, otro Quijote y otro Sancho Panza, a la manera de Kopionkin y Dvanov, uno es más práctico y el otro más idealista, pero los dos (como todos los personajes de esta novela) se sienten solos y necesitan del amor y del calor de sus semejantes. Y es precisamente esto lo que hace que esta novela trascienda los límites de la sátira, la literatura de denuncia, la recreación de una época determinada, y llegue a lugares a los que pocos libros suelen llegar.   

viernes, 21 de septiembre de 2012

'Un asesinato que todos cometemos' de Heimito von Doderer




‘Un asesinato que todos cometemos’ como título es un título muy prometedor, que genera muchas expectativas. Lo bueno es que la novela no sólo se queda en prometedora sino que está a la altura de un título tan brillante; ciertamente cumple con todo lo que promete. Es una novela extraña, difícil de clasificar: a veces da la sensación que es una novela de formación, a veces parece la típica novela realista que describe un matrimonio destinado a fracasar desde el principio, a veces es como un relato de intriga en que se tiene que resolver un asesinato, a veces se asemeja a una novela psicológica e introspectiva sobre la formación del carácter de uno, y a veces incluso es una novela de toques kafkianos que reflexiona sobre temas tan rimbombantes como la culpabilidad y la libertad.

El protagonista se llama Conrad Castiletz y, cuando es niño, le pregunta a su amigo cómo llegó a aficionarse a recopilar y memorizar datos sobre los anfibios. Su amigo le dice que sería bueno poder decir que un día se sentó y decidió que lo que más le interesaba aprender era el tema de los anfibios, pero que ya sabe que las cosas no van así. Creemos que somos libres, pero no lo somos ni cuando elegimos nuestras aficiones, porque siempre hay una serie de circunstancias que nos guían hacia un camino determinado. Al ya joven Conrad le fascina pero a la vez teme aquellas personas que son capaces de cambiar de raíl, tal como él mismo lo define. Se refiere a las personas que son capaces de mandar al traste la vida que tienen planteada delante de ellos para seguir otro camino.

Conrad fantasea con la posibilidad de cambiar de carril, pero lo hace de forma vaga y sus fantasías se encarnan en la hermana muerta de su mujer, a la que él nunca llegó a conocer pero podría haber conocido si el destino hubiera sido distinto. La hermana muerta representa una vida que podría haber sido y no ha sido; Conrad se obsesiona con ella, se enamora de una quimera, pero en realidad sigue sin cambiar de raíl. Conrad, como la mayoría de los hombres, es aún un niño, porque en realidad aún no ha tomado ninguna decisión, se ha limitado a ir siguiendo el camino que tenía trazado, aceptando todo lo que venía, sin tener que esforzarse para conseguirlo pero también sin llegar a gozarlo realmente. Pero como todo llega en esta vida, un día Conrad toma la primera decisión en su vida y ésta es investigar el asesinato de la hermana muerta.

La primera frase de la novela compara la infancia con un cubo que nos encajan encima de la cabeza y que llevamos durante toda la vida. La infancia de Conrad está sobre todo marcada por los arrebatos de ira de su padre cuando no encontraba algo porque no estaba en su lugar habitual. De ahí le viene a Conrad un trastorno obsesivo compulsivo que le obliga a tenerlo todo siempre bien ordenado, especialmente sus asuntos personales; de ahí que a él le sea especialmente complicado lo de desviarse del camino trazado. Y de todo esto también se desprende la idea de que en realidad no somos libres, que venimos a la vida a interpretar un papel que nos ha sido dado pero que no hemos elegido, que incluso nuestro carácter viene marcado por las circunstancias que nos han tocado. Incluso hay un personaje de la novela que se dedica a coleccionar amistades teniendo en cuenta el arquetipo que encarnan y que a él le gustaría añadir a su colección.

Y llega el final y todo confluye de una forma muy dramática y que a primera vista podría parecer poco verosímil, pero lo cierto es que todo ya nos ha sido anticipado, de modo que en realidad no hay trampa ni cartón. Es un final brutal que viene a decirnos que incluso los más pequeños hechos tienen sus consecuencias, que probablemente somos culpables de muchas desgracias acaecidas a otros sin que nosotros lo sepamos, pero esto no quita que seamos menos culpables. Es un final en el que todo confluye, incluso los más mínimos detalles (como un timbre que suelta una chispita al sonar) y todo queda perfectamente ligado. Es una novela inquietante, pero con un sentido del humor muy particular. Es original y poética de una forma no vista, con una enorme cantidad de imágenes que se repiten obsesivamente (las salamandras, una postal de un arlequín olvidada, un camión amarillo, la bebida más razonable, el benjamín, el vaso que está a punto de caer) y que ayudan a aumentar la sensación de inquietud y de que todo está conectado y atado y nada queda al azar, y por tanto, que en realidad no somos libres.


martes, 31 de julio de 2012

'El adversario' de Emmanuel Carrère



En ‘El adversario’, Emmanuel Carrère relata la historia real de Jean-Claude Roman, un hombre que estuvo engañando durante años a su familia, amigos y vecinos, haciéndoles creer que era un reputado médico de la OMS, cuando en realidad no tenía ningún trabajo. Cuando estaban a punto de descubrirlo, prefirió asesinar a su familia antes que dejar que supieran que era un fraude. No desvelo nada de más, en la segunda página ya se nos informa de todos los hechos. El punto de partida es fascinante; Emmanuel Carrère se propone transmitir qué es en lo que pensaba Roman cuando decía que se iba a Suiza a trabajar pero en realidad se iba a pasear por los bosques nevados. Sin embargo, el resultado es decepcionante, quizás porque a Carrère (y a cualquiera) le resulta imposible meterse en la piel de un hombre que fue capaz de hacer unos actos tan brutales sólo para evitar la vergüenza, o quizás porque detrás de la máscara del Roman falso no hay un Roman auténtico y cuando paseaba por el bosque nevado simplemente no pensaba en nada.

Sea como sea, se trata de un libro decepcionante. Nada más salir la noticia en la prensa, Carrère se obsesionó con esta historia hasta el punto que escribió a Roman a la prisión para pedirle una entrevista y permiso para escribir su historia. Carrère no recibió respuesta, así que intentó olvidarse del asunto y escribió otra novela, ‘La classe de niege’, que él mismo describe como una novela sobre un asesino que vaga por un paisaje nevado. Al final, cuando Carrère ya se había olvidado definitivamente del asunto, recibió una carta de Roman aceptando sus propuestas. Entonces, Carrère confiesa que ya no le apetece escribir su historia, porque siente que ‘La classe de niege’ ya es la novela que él llevaba dentro y que quería escribir, pero se siente obligado a responderle que sí y a mostrarse pulcramente educado con Roman. En realidad, toda la novela me ha desprendido esta sensación: como si Carrère la escribiera por compromiso.

Carrère es un buen escritor; me gusta la parte en que se pone en la piel del mejor amigo de Roman cuando descubre que su mejor amigo no es sólo un fraude sino también un asesino; me gusta cuando sutilmente se menosprecia a sí mismo por ser tan amable y comprensivo con Roman; me gusta cuando insinúa que quizás la mujer de Roman lo descubrió todo pero optó por ignorarlo; etc. Pero nunca profundiza en la psicología de Roman, quizás porque hacerlo sería comprenderlo, justificarlo. De modo que el libro acaba pareciendo una trascripción fiel de lo que se dijo en el juicio, como si Carrère estuviera pasando a limpio el sumario. Así, el libro acaba pareciendo uno de esos documentales hechos para la televisión en que unos actores desconocidos y limitados recrean unos hechos históricos; unos documentales que pueden estar relativamente bien hechos e incluso resultar de lo más interesantes, pero porque los hechos de por sí pueden ser interesantes, ya que en el fondo sólo cuentan una historia de forma plana, sin verdadera emoción o pasión. 

sábado, 28 de julio de 2012

'Oleanna' de David Mamet




No había leído nunca ‘Oleanna’, pero hace años había visto la adaptación cinematográfica que dirigió el mismo David Mamet. Supongo que puedo decir que, durante este tiempo que ha pasado, habré cambiado un poco porque las impresiones y la opinión que me ha dejado esta obra han variado ligeramente. La primera vez me irritó bastante. Me irritó básicamente porque el personaje femenino acusa de violación al personaje masculino, algo que es totalmente inventado. En aquel momento me irritó que una mujer se inventara semejante acusación y se me hizo muy difícil poder comprender su punto de vista, ponerme de su parte.

Esta vez me he irritado no contra el personaje sino contra el autor que ha creado un personaje así. La verdad es que la violación es un tema demasiado serio como para ir escribiendo alegremente mujeres que la usan para arruinar la vida de hombres que les caen mal. Alguien podrá decirme que se trata de ficción y que me lo estoy tomando demasiado en serio, pero es que hoy en día aún está muy extendida la tendencia de desconfiar de las mujeres que denuncian abusos sexuales y de intentar buscar excusas para defender a los que han cometido estos abusos. Y semejantes representaciones, aunque sean en el mundo de la ficción, no ayudan para nada.

‘Oleanna’ es una obra de teatro que empieza cuando una estudiante va a reclamar la revisión de un suspenso al despacho de un profesor, cosa que significará el inicio de una lucha de poder entre estos dos personajes. Estos dos personajes hablan pero no se escuchan, se interrumpen continuamente, y así la comunicación es imposible. Ya he dicho que la primera vez me costó mucho entender el personaje femenino y ponerme de su parte; esta vez me ha pasado lo mismo, pero con el personaje masculino. Es un hombre que está sentado en su trono de privilegio y que, desde allí, se atreve a ningunear hipócritamente este privilegio y a los que reclaman su derecho de conseguir lo mismo, después de haber luchado y haberse esforzado mucho más que él. He dicho que desdeña hipócritamente el privilegio del que él ha gozado toda su vida, porque cuando se presenta una remota posibilidad de perder un poco de lo que tiene le entra el pánico.

Supongo que esta vez la obra me ha gustado más por esta lectura que he extraído sobre el privilegio. Para mí (aunque quizás no para David Mamet) es una crítica al privilegio y a la hipocresía y la avaricia que rodea este privilegio del que gozan cierta raza, cierta clase social y cierto sexo, que intentan imponer su visión del mundo a los otros fingiendo que lo único que están haciendo es dar una visión objetiva de los hechos. Aún así, creo que a la obra le falta algo y le sobran otras cosas. Entre las cosas que le sobran evidentemente está esta acusación de violación que la chica se saca de la manga. Al principio lo acusa sólo de acoso sexual y la cosa ya funciona y no sé porque David Mamet se saca este as de la manga y, al hacerlo, para mí, manda toda la sutilidad que podía tener la obra a hacer puñetas.

Además de poco sutil, ‘Oleanna’ también acaba siendo algo superficial, quiero decir que insinúa reflexiones interesantes pero de una forma basta y demasiado espumosa. Creo que es una obra más interesante por las reflexiones que puede generar después de leerla o verla, que no por el placer que se pueda extraer de ella al leerla o verla. Y no creo que esto sea precisamente bueno, porque en el fondo lo que quiero decir es que es una obra bastante regular pero que puede dar pie a reflexiones interesantes, aunque es el lector quien tiene que poner estas reflexiones. 


domingo, 15 de julio de 2012

'Stoner' de John Williams




‘Stoner’ de John Williams se podría resumir como “la vida es una mierda y al final te mueres”. Tampoco es que pase nada trágico. En realidad prácticamente no pasa nada: un hombre procedente de un entorno rural se va a estudiar a la universidad, se convierte en profesor universitario, se casa, tiene una hija, una amante y, al final, se muere. Nada trágico. Aunque probablemente llevar una existencia infeliz y vacía de sentido también se pueda calificar de trágico. Es una novela que nunca carga las tintas, pero que está empapada de tristeza. Nunca lo dice abiertamente, pero parece claro que lo que quiere transmitir es que no sólo la vida del protagonista es fútil sino que, de hecho, todas las vidas lo son. Me han gustado muchas cosas de esta novela, pero supongo que la que más es que ha sido capaz de hurgarme en las entrañas y contagiarme esa tristeza tan sutil pero a la vez tan abrumadora.

William Stoner es el hijo único de unos padres granjeros, sabe lo que es trabajar duramente pero sabe que es lo que le ha tocado y no lo cuestiona, hasta que un día el padre le dice que va a ir a la universidad a estudiar agricultura porque la tierra cada vez produce menos y le han dicho que ahora se han inventado cosas nuevas que podrían ayudarles. Stoner no se plantea si tiene ganas de ir a la universidad o no, simplemente lo acepta porque lo ha dicho su padre. En primer curso hay una asignatura obligatoria de literatura, es la que le cuesta más a Stoner, él toma apuntes febrilmente, estudia hasta caer rendido, pero aún así no entiende qué es lo que quiere el profesor que él haga. Hasta que un día el profesor, en medio de una clase, se dirige directamente a él para preguntarle qué cree que Shakespeare nos quiere decir en uno de sus sonetos; Stoner intenta recitar algo que ha leído u oído en alguna de las clases, pero el profesor pierde la paciencia y lo hace callar porque está harto de oír bobadas. Y es así como empieza todo.

Es a partir de ahí (de una clase de literatura) que Stoner toma conciencia de su individualidad, de que es un ser que puede pensar por sí mismo, formarse opiniones propias e incluso tener sentimientos. Pero también es a partir de ahí que empieza a sentirse solo, a anhelar algo más y a sentirse infeliz porque no es capaz de conseguirlo. Stoner se olvida de la agricultura y, sin decir nada a casa, se matricula sólo de asignaturas de literatura y humanidades. A partir de entonces Stoner lee mucho y llegamos al tópico de que los libros son sus únicos amigos. Es a partir de los libros que él aprende a amar y a vivir, sin haber amado ni vivido realmente. Pero, cuando vuelve a casa, se da cuenta de que cada vez se va alejando más de sus padres, pero paradójicamente cuánto más se aleja de ellos, más afecto siente por ellos. Y toda esta parte es realmente magnífica.

Pero también me ha gustado cómo apunta la mediocridad y la mezquindad que hay en la vida académica, cómo describe la incomunicación y el odio que se puede establecer en un matrimonio que se acaba convirtiendo en un campo de batalla, lo tópicas que son las relaciones extramatrimoniales por más que uno intente que no lo sean, y tantas otras cosas. Es una novela muy rica y, aunque se ambiente en la primera mitad del siglo XX, terriblemente actual. Y tampoco puedo dejar de mencionar lo bien construidos que están los personajes. Tanto el protagonista, como su mujer, su amante y su hija, son personas tímidas e infelices, pero cada cual lo es a su manera particular y propia. No creo que nunca haya leído una obra que describa tan bien a los tímidos como ésta. 

sábado, 30 de junio de 2012

'Cooper o las soledades elementales' de Patrick Lapeyre




¿Os ha pasado que alguna vez un libro os cae tan bien que desearíais que fuera mejor? A mí sí. Muchas veces. Ésta es una de ellas. El título original de ‘Cooper o las soledades elementales’ (que es tan vago que no dice nada) en realidad es ‘L’homme-soeur’, que a mí me parece que describe mucho mejor de qué va la obra. El tema de la novela es ni más ni menos que el incesto. O si lo preferís, el amor patológico que raya la obsesión y que nunca podrá ser consumado. El protagonista se llama Cooper y es un hombre gris con una vida gris que se dedica a esperar pacientemente a su hermana. Su hermana se dedica a hacer su vida, allá por las Américas, sin pensar mucho en él, pero Cooper está convencido de que su momento llegará. Y llegados a este punto conviene preguntarse si Cooper es desgraciado y misántropo porque ha tenido la desdicha de enamorarse de su hermana, o bien si ha elegido (más o menos a propósito) una pasión no consumable porque ya de entrada era infeliz y asocial.

No sé si será porque estaba influida por la traducción del título, pero lo cierto es que la novela me ha hecho pensar un poco en Michel Houellebecq, pero no el de ‘Las partículas elementales, sino el de ‘Ampliación del campo de batalla’. Y es que Lapeyre describe la vida rutinaria de un oficinista solitario que no encaja en ninguna parte. Pero el humor y el estilo me han recordado a los de Vladimir Nabokov, pero no tanto el de ‘Lolita’, sino más bien el de ‘Pnin’. Y es que el narrador en tercera persona tiene este mismo aire distanciado e irónico. Además, salvando las distancias (que son enormes), Lapeyre también pretende jugar con la belleza y la poesía de las palabras, un poco como lo hace Nabokov (repito: salvando las distancias, que son enormes, porque nadie puede dominar el lenguaje como Vladimir).

Sí, tanto el tema como la trama, tanto el humor como el estilo, me gustan, pero aún así tengo la sensación que no acaba de funcionar. Creo que el mayor problema es que se alarga, se alarga mucho, se vuelve repetitiva, da vueltas sobre si misma y no avanza ni profundiza, se estanca, se vuelve previsible. Y es una lástima, porque el punto de partida prometía tanto. Empieza bien y Patrick Lapeyre sabe escribir, pero le falta algo, o quizás le sobra algo. Y aún así, el libro me cae muy bien porque, a pesar de no ser ni perfecto ni redondo, se arriesga, coge un tema problemático, poco explorado en esta vertiente concreta, y lo enfoca de una forma original, interesante, sin moralinas ni pretensiones, como si la literatura fuera un juego, pero un juego serio, que es lo que es. 

lunes, 25 de junio de 2012

'El tiempo es un canalla' de Jennifer Egan



No creo que se me pueda tachar de ser una lectora especialmente benévola con los escritores contemporáneos. Confieso que tiendo a ser muy escéptica con los libros de autores vivos que vienen empaquetados con innumerables críticas positivas que los describen como la nueva y definitiva sensación del panorama literario. Confieso que mis prejuicios son mayores cuando estas críticas en cuestión recalcan el carácter innovador y original de la obra. Y tampoco ayuda que hayan ganado algún premio (sea el Pulitzer o cualquier otro). Sin embargo, ‘El tiempo es un canalla’ me ha encantado; por una vez, creed todas las críticas buenas que podáis encontrar por ahí, que seguro que serán muchas. De hecho, ahora mismo, está a punto de empezar otra.

‘El tiempo es un canalla’ de Jennifer Egan está a medio camino entre la novela y el libro de relatos: está formado por una serie de capítulos (¿o son cuentos?), independientes en lo que se refiere a la trama (con un principio y un final típico de relato corto) y también escritos en estilos ligeramente distintos, pero con una red de personajes cuyas vidas se van cruzando y también con unos temas (e imágenes) recurrentes. Por lo tanto, quizás sea más una serie de historias cruzadas y el tener tantos personajes que se cruzan le permite a Egan hablar de relaciones de pareja, de amistad, entre padres e hijos, entre hermanos, etc. Además, la trama se expande durante varias décadas (desde los 70 hasta el futuro) y también en varios continentes (un safari en África, una huída a Italia).

Egan sitúa su obra en el mundillo de la música (con sus discográficas con afán comercial y sus conciertos de punk), pero la podría haber situado en cualquier otro mundillo. Y aunque pueda hablar de música (y de cosas tan concretas como lo maravillosas que pueden ser las pausas en una canción), en el fondo habla de cómo pasamos de A a B, es decir, de ser unos jóvenes idealistas y rebeldes a ser unos conformistas del montón, de ser unas futuras estrellas del punk a tener una casa en los suburbios rodeada de vecinos conservadores, de ser unos adolescentes prometedores a ser unos fracasados, de ser alguien lleno de vida a ser una persona vacía, etc. La respuesta corta es que el tiempo pasa y el tiempo es un canalla, la larga es mucho más compleja y es difícil expresarla en palabras, pero este libro intenta esbozarla de una manera magnífica.

Probablemente, lo que más se ha dicho de ‘El tiempo es un canalla’ es que tiene un capítulo entero hecho en Powerpoint. Confieso que esto me daba algo de miedo: yo odio esa moda, que parece que no se va a terminar nunca, de hacer presentaciones en Powerpoint para cualquier chorrada. Egan lo utiliza en plan un poco paródico: sitúa el relato en un futuro en que el lenguaje se articula de forma diferente a la de ahora. Es curioso e incluso interesante. No me parece revolucionario porque no está pensado para tener continuidad, sino para ser una especie de broma inofensiva. Aún así, no me parece gratuito, porque, además de ser original formalmente, también nos cuenta la historia de unos personajes: una niña adolescente y su relación con su hermano pequeño levemente autista, y también la que tienen ellos dos con sus padres.

Creo que ya lo he dicho más de una vez, pero una de las cosas que me molesta más de la literatura contemporánea supuestamente innovadora es que se preocupa mucho por innovar formalmente, por ser original a toda costa, y se olvida de crear unos personajes que sean reales y que transmitan algo. Afortunadamente, Jennifer Egan no cae en esta trampa y puede ser original (hay, por ejemplo, un relato delirante sobre una relaciones públicas que tiene como trabajo lavar la imagen de un dictador genocida, todo muy pynchoniano), pero nunca se olvida de no quedarse sólo en la superficie. Su estilo es fresco, vivo y con mucho sentido del humor, pero también es melancólico, rico e inteligente. De verdad que es una maravilla. 


viernes, 15 de junio de 2012

'Encanto y compañía' de Edith Wharton




Hasta la fecha, de Edith Wharton, había leído dos novelas: ‘La edad de la inocencia’ (que adoré) y ‘Ethan Frome’ (que era tan insípido que no me supo a nada). Con esta colección de cuentos suyos que ahora he leído (titulada ‘Encanto y compañía’) pasa algo parecido: hay algunos cuentos que me parecen perfectos y otros que me dejan bastante fría. Le doy muchas vueltas y la única conclusión a la que llego es que si hay unos que me llegan más que los otros es porque algunos tienen una voz narrativa particular que me parece tan real como si me estuvieran contando la historia al oído. Lo cual es lo mismo que no decir nada.

Ciertamente no es por el tema, cosa que parecería la respuesta más obvia. El primer cuento de esta recopilación se titula ‘Las vistas de la señora Manstey’ y va sobre una señora mayor, que se ha quedado sola y que en la vida ya sólo le queda el placer de mirar por la ventana, hasta que deciden construir un edificio que va a privarle incluso de estas vistas. Por razones que no vienen al caso, este cuento es con el que debería tener más afinidad a nivel emocional, el que debería llegarme más. Sin embargo, me dejó fría, me pareció que tenía un buen planteamiento pero llevado de forma nada original, incluso algo tópica.

Luego está el cuento que da el título a esta recopilación y va de un hombre rico que se enamora y se casa con una chica rusa, pero con esta chica le endosan una serie de hermanos y parientes, bellos y encantadores pero algo inútiles, y al hombre rico le queda el trabajo de irlos colocando. Esta historia no tiene nada que ver conmigo y, aún así, me pareció maravillosa, por el tono desenfadado que tiene, la frescura que rebosa y su sentido del humor irónico y distanciado. Mientras el primero que mencioné me parecieron sólo palabras escritas sobre papel (por más que pudieran estar bien escritas), éste me pareció vivo. Así de simple o así de complicado.

Hay otro cuento que también tiene un sentido del humor delicioso, punzante y satírico; se llama ‘La permanente’ y va de una mujer que se va a hacer la permanente antes de fugarse con su amante. Y luego hay dos, que sin dejar de tener una ironía distanciadora maravillosa, son más amargos y duros. Se trata de ‘El pretexto’, sobre un amor nunca dicho en voz alta, y ‘El diagnóstico’, sobre el miedo a la muerte. Son dos temas, en principio, ya muy trillados, pero Wharton les sabe dar una nueva vuelta de tuerca, un enfoque que parece original, una delicadeza y una sinceridad que te los hacen terriblemente próximos.    

martes, 29 de mayo de 2012

'Cuentos crueles' de Auguste Villiers de L'Isle-Adam



Auguste Villiers de L’Isle-Adam reúne todos los ingredientes que conforman lo que se llama un “escritor maldito”: nació dentro de una familia aristócrata pero arruinada, a su padre se le fue la olla cuando se obsesionó con encontrar no sé qué tesoro escondido no sé dónde, la niña de la que supuestamente él estaba enamorado murió, se fue a París y se dio a la bohemia, conoció a Charles Baudelaire que fue quien le recomendó a Edgar Allan Poe, malvivía y escribía pero el éxito no llegaba, hasta el punto que se vio obligado a trabajar en una funeraria o dando clases de boxeo, e incluso consideró la posibilidad de montar un espectáculo en el que, por un módico precio, podrías verlo encerrarse en una jaula llena de tigres y recitar sus poemas, pero al final se rajó.

Oficialmente sus “cuentos crueles” (de los que yo he leído sólo una pequeña selección) son cuentos de terror, pero a mí este calificativo me parece engañoso. Por lo general, diría que son cuentos inquietantes, con un toque simbolista y romántico, pero a veces también costumbrista, y con un final ciertamente cruel. Como casi todas las recopilaciones de relatos, me ha parecido irregular: hay algunos que he aborrecido, otros que me han parecido bien pero no memorables y algunos pocos que me han parecido excelentes.

Olvidémonos de los olvidables (que pecan de ser convencionales y anticuados) y empecemos con los correctos. ‘Vox populi’ y ‘La cartelera celeste’ son dos sátiras muy críticas con la sociedad; realmente tienen mala leche y sorprende por lo modernas que son, aunque para mí no pasan de ser curiosas. Luego está ‘Vera’, el inevitable cuento de un hombre que pierde a su esposa y se obsesiona con ella, que está bien pero no va más allá de un tópico literario ya muy manido. Y finalmente están ‘Los bandidos’ y ‘El secreto de la antigua música’, que coinciden al tener un punto de humor negro y un giro final inesperado.

Y entre los que he adorado y me han parecido magníficos hay un relato que representa una nueva y original vuelta de tuerca al típico tema del duelo, que es prácticamente metaficción y explora la diferencia entre realidad y ficción. Y es que cuando Villiers de L’Isle-Adam es bueno, lo mejor que tiene es la frescura, la originalidad y la modernidad que desprenden sus cuentos. Después hay un cuento en que la muerte se personifica y, aunque tengo que reconocer que este tipo de cuentos siempre me dan mucha grima, éste es especialmente angustiante y muy bien llevado. Por cierto, éste debe ser de los pocos sino el único cuento en que interviene un elemento sobrenatural.

Y finalmente está ‘El deseo de ser hombre’ sobre un asesino que decide asesinar para hacer algo con su vida antes que sea demasiado tarde y ‘El convidado de las últimas fiestas’ sobre un grupo que está de juerga y que invita a un desconocido que, a medida que pasa el rato, le va dando más mala espina al narrador. Son dos cuentos que empiezan dentro de lo cotidiano y poco a poco se van adentrando en lo inquietante, están magníficamente escritos, con un pulso narrativo envidiable y nos dicen que el mal puede estar muy cerca de nosotros sin que nos enteremos, incluso dentro de nosotros mismos. 


martes, 1 de mayo de 2012

'El amor de Mitia y otros relatos' de Iván Bunin



Los dos primeros cuentos de esta recopilación de relatos del primer ruso con el premio Nobel de literatura me hicieron presagiar lo peor. Tantas florituras descriptivas del tipo “los pajaritos cantan y las nubes se levantan” estuvieron a punto de acabar con mi paciencia. Al cuento titulado ‘El amor de Mitia’, que es tan largo que prácticamente es una novela corta, si le quitáramos todas las descripciones del paisaje se quedaría en la mitad de su extensión. Aún así, la forma delicada en que describía la relación amorosa entre dos jóvenes desde el punto de vista del chico, con las típicas dudas, celos y el choque entre idealización y realidad, me mantuvieron enganchada lo suficiente como para darme cuenta de que en los cuentos posteriores, Bunin va refrenando este descriptivismo excesivo (para mi gusto), más típico de los cuentos del siglo XIX que del XX. 

Quizás mi problema es que los primeros cuentos que leí fueron los de Raymond Carver y de ahí debe venir, en gran parte, mi amor por los cuentos concisos y que me aburra el exceso de descripciones paisajísticas. Se ve que en su juventud Bunin consideraba a Chéjov “demasiado moderno”, más tarde se fue reconciliando con él, y es una evolución que creo que se nota en sus cuentos. Aún así, nunca llega a la altura de Chéjov, pero hay algunos cuentos realmente buenos. Hay uno sobre el reencuentro casual de dos personas que en un pasado lejano fueron amantes y que está lleno de nostalgia y melancolía. Hay un par sobre un rollo de una noche que se inicia en un barco que navega por el río Volga y que están llenos de sensualidad. 

Una de las cosas que más me ha gustado de Bunin es la forma en retratar la sexualidad. No se anda con mojigaterías y no obvia el papel que el sexo tiene en las relaciones entre hombres y mujeres, e incluso llega a describirlo sin la elipsis de rigor. En otro de sus cuentos hay una chica de catorce años que, con la excusa de que aún es una niña, se sienta en las rodillas del protagonista y lo besa y lo acaricia sin pudor, con inocencia fingida, delante de todos. Por otro lado, lo que menos me ha gustado de los cuentos de Bunin son sus finales, parece que siempre tiene que palmarla alguien de forma precipitada y efectista en la última línea. La primera vez te deja algo descolocada e impresionada, pero cuando ya van cuatro o cinco ya empieza a parecerte ridículo. En este caso sí que es la antítesis de Chéjov y me parece un truco muy burdo para manipular al lector. 

Aún así, obviando las dos últimas líneas, los cuentos de Bunin, si bien no son excelentes, sí que son interesantes y en ocasiones realmente notables. Puede que mis más favoritos de esta edición sean los que pasan en el exilio; son los más amargos y tristes. Y uno pasa en el París de los años treinta, cuyo ambiente Bunin retrata a la perfección y me ha hecho recordar el París de mi adorada Jean Rhys. Pero creo que el que resume a la perfección el estilo de Bunin es ‘Natalie’: un tipo educado y egocéntrico se debate entre el amor puro y el amor físico, la pifia y pierde a la mujer que realmente amaba, se pasa media vida amargado y puede que al final la reencuentre, pero la felicidad sólo durará cuatro días porque en las últimas líneas inevitablemente alguien la palmará. 

En realidad, parece que todos los cuentos de Bunin son más o menos así, siguen este mismo patrón, y, aún así, Bunin es lo suficientemente buen narrador como para atraparnos cada vez. Los personajes siempre son los mismos y, encima, responden a arquetipos, pero yo creo que el Bunin real debía ser precisamente este arquetipo de intelectual culto y egocéntrico que se come mucho el tarro y que se cree muy especial, y que en sus cuentos no hace nada más que relatar una y otra vez su vida. Y aún así, funciona, realmente sabe plasmar en el papel las relaciones sentimentales entre hombres y mujeres.

domingo, 22 de abril de 2012

'Ayer' de Agota Kristof



De todas las reseñas que he escrito, la que ha despertado más estupor seguro que ha sido la de 'El gran cuaderno', la primera parte de la trilogía de Claus y Lucas de Agota Kristof. Me dejó demasiado descolocada y me provocó un montón de comidas de tarro sobre la función de la literatura y lo moralmente correcto ante la explotación del dolor de una tragedia colectiva, cosa que hizo que fuera incapaz de decidir si me había gustado o no, así que al final acabé concluyendo que ni lo uno ni lo otro. Aún así, no descarté seguir leyendo a Kristof en el futuro. Todo lo contrario. Además, varios comentarios me animaron a ello. Y por fin el momento ha llegado y ahora sí que puedo decir que Kristof me gusta. Al menos esta vez sí que me ha gustado. 

‘Ayer’ es una novela brevísima, más bien un relato largo. La contraportada la define como una historia de un amor imposible, pero más que la historia de amor entre dos personajes concretos, yo diría que es el deseo de un hombre por encontrar un amor perfecto, que redima su existencia y que dé sentido a su vida, lo cual efectivamente es imposible. El protagonista viene de una infancia miserable hasta lo grotesco, lo cual ya veo que es marca de la casa, pero como mínimo esta vez Kristof no se ensaña excesivamente en ello y, al dotar a su personaje de sentimientos, me lo hace creíble y cercano. 

Pero la parte que más me ha gustado ha sido la del protagonista cuando ya está en el exilio, con un trabajo monótono hasta la exasperación en una fábrica, y una vida rutinaria, gris y sin ningún aliciente, excepto el de soñar con la llegada de una mujer llamada Lina que ama sin conocerla y que está convencido de que es lo que le falta a su vida para tener sentido. Es una novela seca y áspera, concisa y llena de aristas, pero a la vez bella porque, aunque la felicidad sea imposible, simplemente aspirar a ella ya es una hazaña admirable, porque en un mundo de conformistas desear algo más ya es una heroicidad. Es por todo esto que ‘Ayer’ me ha llegado tan hondo, que me ha tocado tan de cerca, que me ha gustado tanto.


domingo, 15 de abril de 2012

'El quinto en discordia' de Robertson Davies



‘El quinto en discordia’ es el primer libro de Robertson Davies que leo y, quizás sea porque he oído tantas alabanzas sobre él, pero la verdad es que me ha decepcionado. Reconozco que es un buen narrador; es sólo que no me interesa lo que me cuenta. No es que sus personajes sean antipáticos o simpáticos, es que me parecen sosos y no me parecen ni remotamente interesantes. Reconozco que el punto de partido es original: contar la historia no de un protagonista ni de un antagonista sino del quinto en discordia, ese personaje que casi no tiene papel pero que es quien hace avanzar la trama; pero me parece una buena idea desaprovechada.

Lo que pasa con los quintos en discordia en todos los libros es que son personajes que no están desarrollados, que son una simple herramienta en manos del autor para que la historia avance, y yo esperaba que en esta ocasión se nos contaría más de este arquetipo, pero la verdad es que me pareció un personaje totalmente plano. Gris no tiene que ser lo mismo que plano. Pero el problema es que ninguno de los personajes me pareció ni pizca de interesante. Absolutamente ninguno. Me da la sensación que Davies es uno de esos escritores que le interesa dar más importancia a la trama que a los personajes, mientras que yo soy todo lo contrario. Voy a ser justa y diré que a Davies también le interesa quedar como un erudito y yo no voy a negar que lo sea.

Pero lo que me ha irritado más de esta novela es la forma en la que son presentadas las mujeres. A ver, el amigo del narrador/quinto en discordia se casa dos veces y la primera mujer es una cabeza de chorlito con un sentimentalismo histérico y la segunda es una manipuladora ambiciosa. Encima, tenemos una loca en el desván, por más que cueste de creer. Me encabrona tanto que a estas alturas aún salga este tópico y no tratado de una forma posmoderna y auto-reflexiva, sino de una forma totalmente seria y como si fuera lo más normal.

A ver, la primera parte, que pasa en el pueblo de Deptford y que se centra en la infancia del protagonista, me gustó bastante; y ya he dicho que Davies es un buen narrador y que su prosa engancha (por más que los giros de trama sean hasta cierto punto previsibles y bastante inverosímiles), así que supongo que es por esto que no descarto en el futuro leer otra novela de Davies. Pero por el momento, me ha decepcionado mucho.


domingo, 8 de abril de 2012

'La classe de neige' de Emmanuel Carrère



No voy a negar que es posible que el hecho de que haya leído ‘La classe de neige’ en su francés original haya influido en mi amor por dicho libro. Siempre hace ilusión ver que ya puedes leer un libro de verdad en una lengua que estás aprendiendo y (queriendo o sin querer) siempre sueles ser más benevolente a la hora de juzgarlo. Además, ‘La classe de neige’ es el primer libro en francés que me gusta de verdad. Antes me habían hecho leer ‘El principito’, que me pareció sobrevalorado y cursi y falso y ridículo y paternalista en su presunción de saber cómo son los niños; ‘Les vacances du petit Nicolas’, que me pareció divertido pero terriblemente sexista y lleno de prejuicios; y finalmente ‘Et si c’était vrai’ de Marc Levy, que directamente me pareció infumable.

Antes, nunca había leído nada de Emmanuel Carrère, ni en español ni en cualquier otra lengua, pero ya estoy deseando leer más de él, porque es de esos escritores que con una sola novela ya intuyes que tienen un estilo personal y único. Se ve que ‘La classe de neige’ se tradujo como ‘Una semana en la nieve’. El protagonista es Nicolas, un niño solitario y sobreprotegido en extremo por sus padres, que va a pasar una semana en la nieve con sus compañeros de clase para aprender a esquiar. Todos los niños van en autocar menos Nicolas, porque su padre decide llevarle en su coche ya que hace poco hubo un accidente mortal de un autocar escolar. Encima, una vez han llegado, su padre se las pira olvidándose el equipaje de Nicolas en el maletero del coche, de modo que Nicolas se queda sólo con lo puesto y tiene que depender de la generosidad de los otros niños para que le presten todas las cosas del día a día que necesita.

En principio es una novela en la que no ocurre nada de extraordinario, aún así es terriblemente inquietante. Una va leyendo y sabe que algo horrible ocurrirá, es inevitable que la tragedia estalle. Vas leyendo y, poco a poco, vas intuyendo qué será exactamente esta cosa terrible, hasta que la certeza llega como un mazazo. Es una novela sutil, turbadora, que insinúa en lugar de decir. Además, Carrère se explaya describiendo las pesadillas y los delirios imaginativos de Nicolas, de una manera magnífica y nunca gratuita. Es una novela sobre los miedos de la infancia, pero al leerla pronto te das cuenta de que los miedos de la infancia son los mismos de la edad adulta, sólo que de mayores procuramos ignorar estos temores, hacer como que no existen. ‘La classe de neige’ es angustiante, inquietante, cruel, muy recomendable.


sábado, 7 de abril de 2012

'La vida de las mujeres' de Alice Munro




Se ve que ‘La vida de las mujeres’ es la única novela que ha escrito Alice Munro. La escribió a los cuarenta años y tiene mucho de autobiográfico. Siempre podrá salir algún criticón y decir que no es una novela sino una serie de relatos con los mismos personajes, pero, por más que los capítulos estén claramente diferenciados, tienen un hilo conductor claro que es el de una niña que se hace mayor en un pueblo rural de Canadá. Tengo que confesar que los libros sobre niñas que crecen son una de mis grandes debilidades. Hay muchos libros sobre niños que se hacen mayores y estos siempre me acaban cansando, pero no hay tantos sobre niñas y, quizás sea por esto, pero estos casi siempre me acaban enamorando.

Parece que para Alice Munro hacerse mayor es ir acumulando decepciones. Aún así, ‘La vida de las mujeres’ no es un libro triste. Quizás sea melancólico pero no triste. Munro describe a la perfección el ambiente de un pueblo pequeño, encerrado en sí mismo y sin prácticamente oportunidades. Y aún así, nunca hay amargura. En la novela, la protagonista y narradora, Del Jordan, poco a poco, empieza a intuir que quiere algo más que la vida que llevan las mujeres de su alrededor y también que su pueblo no le podrá ofrecer todo lo que ella desea. A pesar de todo, sabe que ella también es parte de ese pueblo, nunca reniega de él y, en el fondo, lo describe con amor y dulzura.

Hay toda una serie de personajes secundarios, la mayoría mujeres, que llevan una vida más o menos gris y mediocre, pero Munro nunca se ensaña con ellas, todo lo contrario; las describe con afecto, resaltando sus cualidades pero sin no olvidar nunca sus defectos. Alice Munro es muy buena; sabe ser dulce pero sin dejar nunca de ser ecuánime y, sobre todo, sincera. Es arriesgado y quizás incluso ridículo decir que una obra de ficción es “sincera”, pero para mí ‘La vida de las mujeres’ lo es; me es tan fácil entrar en el mundo que describe e identificarme con lo que le pasa a la protagonista.

Si esta novela me parece sincera es porque no idealiza la infancia, sino que es capaz de retratarla con la mezquindad que conlleva. Por supuesto que habla del descubrimiento del sexo, pero lo hace casi con crudeza. Además, la protagonista se va alejando de todas las personas que le rodean: sus tías, su madre, su mejor amiga, su mejor amigo, su primer amante. Es como si hacerse mayor fuera también alejarse de los que hemos querido, como si para construirnos como personas tuviésemos que cortar lo que nos mantiene unidos a los seres que queremos, pero que a la vez nos limitan como personas. Puede que haya un punto de crueldad en todo esto, pero no deja de ser real. Y probablemente el mayor mérito de Alice Munro sea el de ser dulce y cruel al mismo tiempo.

viernes, 30 de marzo de 2012

'Falconer' de John Cheever



Falconer es el nombre de una prisión de mala muerte. Allí llega Ezekiel Farragut, un hombre condenado a diez años por asesinar a su hermano. A primera vista, puede parecer raro que John Cheever ambiente una novela en una prisión y no en los suburbios. Pero que John Cheever sea llamado “el escritor de los suburbios” es un tópico, y como todo tópico tiene parte de verdad y parte de mentira. En sus cuentos o novelas que se desarrollan en los suburbios, puede relatar un estilo de vida (con muchas fiestas y mucho alcohol), pero antes que nada relata la vida de unas personas tan reales que podrían vivir en los suburbios pero también en cualquier otra parte.

En ‘Falconer’ también hay algo de los suburbios, cuando el protagonista recuerda su pasado pero también cuando los otros presidiarios le explican su vida al protagonista, unas historias secundarias que los detractores de Cheever siempre podrán utilizar como argumento para decir que Cheever no sabe escribir novelas sino cuentos pegados, cuando a mí me parece que, te pueden gustar más o menos, pero todas tienen unidad y son compactas.

Sin embargo, más que este aire “suburbial”, lo que hace de ‘Falconer’ una novela típicamente Cheever es que no es una novela carcelaria. Sucede en una cárcel pero la intención de Cheever no creo que sea la de contarnos la vida carcelaria de forma realista. No es para nada una novela realista y no se puede leer como tal, porque sino parecería ingenua. Pero decir que Cheever no es realista tampoco creo que sea acertado. Lo es y no lo es. Su realismo es lírico, idealista y al final siempre tiene un punto casi mágico, en que la verosimilitud queda suspendida por unos instantes.

‘Falconer’ es una obra sobre el deseo de libertad que hay en todos los seres humanos y a veces parece un cuento, una alegoría con reminiscencias casi míticas. A veces me gustaría que Cheever me contara más sobre la relación del protagonista con su hermano, qué le llevó exactamente a asesinarlo, pero, para bien o para mal, esto a Cheever no le interesa. Y es que ‘Falconer’ es también una novela sobre el deseo de amor, de felicidad, de otra vida posible más allá de la mediocridad y la rutina que nos rodea. Creo que cada vez tengo más claro que Cheever es y no es a la vez, pero, sea como sea, siempre es magnífico.


sábado, 25 de febrero de 2012

'Los siete ahorcados' de Leonid Andreiev



Por supuesto que ‘Los siete ahorcados’ de Leonid Andreiev es una obra contra la pena de muerte, pero es mucho más. Los cinco ahorcados del título son cinco terroristas que intentaron cometer un atentado, un hombre bruto e inculto que en un momento de enajenación mató a su amo sin saber muy bien lo que estaba haciendo, y finalmente un bandido profesional que lleva toda una vida de crímenes sin arrepentirse nunca de ninguno. Lo que es magnífico de esta obra es la capacidad de Andreiev de introducirse en la mente humana; es capaz de dotar a todos estos siete personajes de una personalidad única que reacciona de una forma particular ante la inminencia de la muerte.

Esta novelita empieza con un capítulo que nos describe la rutina del ministro que los terroristas pretenden asesinar, y como esta rutina se interrumpe ante la noticia de la detención de dichos terroristas, y como a partir de este hecho el miedo a la muerte se apodera del ministro en cuestión. Este primer capítulo, obviamente, pretende poner un paralelismo entre el asesinato de un hombre y la pena de muerte, para decirnos que todo es igual de terrible, que saber la hora en la que uno va a morir debe ser terrible, pero que, en cualquier caso, morir también puede ser terrible. ‘Los siete ahorcados’ no es sólo un panfleto, no habla sólo de la pena de muerte, sino también simplemente de la muerte.

El clímax de esta obra es casi inaguantable. Todo el último trayecto hacia el patíbulo que comparten los siete condenados a muerte, la extraña relación llena de amor y solidaridad que se establece entre todas estas personas que saben que van a morir antes que amanezca, son de una intensidad pocas veces conseguida en literatura. Ciertamente es de una intensidad angustiante, tanto que uno tiene que hacer una pausa en la lectura para tomar aire. Y es magnífico cuando las palabras escritas son capaces de conseguir esto.

Mi edición de ‘Los siete ahorcados’ se completa con otro relato largo o novela corta (llamadlo como prefiráis) titulado ‘Un pensamiento’. Se trata de ocho cartas que está escribiendo un hombre que está siendo juzgado por el asesinato de un amigo y que dirige a unos supuestos doctores que tienen que determinar si está loco o no. Al ser un relato en primera persona nunca sabemos del cierto si el narrador nos dice la verdad o nos está engañando como a unos tontainas; de hecho, este mismo narrador juega con esta idea, deja caer que quizá estemos pensando que él nos está engañando.

El narrador pronto expone cómo asesinó a su amigo y el “motivo” oficial por el que lo hizo y podría parecer que, una vez nos ha confesado esto, ya no hay nada más que contar, pero para Andreiev esto no es lo más importante, para él lo más importante es adentrarse en la mente del protagonista, escarbar hasta llegar a los lugares más oscuros del alma, analizar todos los recovecos de lo que llamamos cordura. Y es que se trata de una obra que intenta dibujar la fina línea que separa la locura de la razón, sabiendo que nunca podrá hacerlo con precisión. ¿Es posible que alguien se vuelva loco por fingir que está loco? ¿Nos acabamos convirtiendo en lo que fingimos ser?

Es lo primero que leo de Leonid Andreiev, pero ya me ha quedado claro que su especialidad es adentrarse en la mente de los personajes, tratar el tema de la muerte y dejar claro que la verdad absoluta no existe (o si existe, no importa, porque nunca podremos conocerla). Pero, además, es un escritor lírico, alguien capaz de saber apreciar y transmitir, la épica y la poesía que hay en detalles perfectamente cuotidianos, como el chanclo negro que perdió un ahorcado de camino al patíbulo y que ahora, abandonado y solitario, contrasta con la blanca nieve.


lunes, 13 de febrero de 2012

'Cuentos que acaban mal' de Géza Csáth



Estaba escrito que, con un título como ‘Cuentos que acaban mal’, servidora tenía que acabar leyendo este libro tarde o temprano. Ciertamente el libro da lo que este título promete; se trata de cuentos breves y oscuros, sobre temas como el mal, la muerte, la crueldad, el sufrimiento. A veces me da la sensación que este húngaro es una especie de mezcla entre Edgar Allan Poe y Franz Kafka. Sus cuentos siempre son angustiantes y en ocasiones terroríficos. Y se nota que Géza Csáth sabe de lo que habla. Reconozco que es fácil decir esto sabiendo lo mal que terminó su vida, pero es cierto: se nota que Csáth sabe de lo que habla, cosa que hace estos cuentos doblemente escalofriantes.

Cuando digo que la historia de Géza Csáth terminó muy mal no lo digo por decir, no estoy exagerando. Él era un joven prodigio, psiquiatra y escritor, amigo de Dezsó Kostolányi, y en principio no le faltaba de nada y derrochaba talento, pero se volvió adicto a la morfina y acabó suicidándose a los 32 años, después de asesinar a su esposa. En sus cuentos, el mal es una entidad abstracta y misteriosa, pero muy real, que viene de fuera y que se acaba instalando dentro de nosotros. Es un silencio negro que se acerca amenazador, una rana grande y peluda que es indicio de mal agüero, un miedo que nos despierta por la noche y ya no nos deja volver a dormir, un jardín exuberante que puede que esconda secretos macabros. Un tipo especial del mal es el que practican los niños como si fuera algo totalmente inocente, esa crueldad disfrazada de juego, y probablemente los cuentos que hablan de este mal sean los más brutales.

Luego está la muerte. Hay un cuento sobre un hijo que tiene que ir a recuperar el cadáver de su padre que ha sido entregado a la ciencia, el de un colegial al que la muerte viene a buscar, el de un mago que es espectador de su propio velatorio, el de dos celadores que arreglan el cadáver de un condecorado militar, el de un joven que persigue a una quimera y encuentra la muerte, etc. Y, aún así, probablemente uno de los cuentos más duros sea el de unos músicos que llegan a una ciudad de provincias donde lo último que se aprecia es el arte en general y la música en particular. Probablemente sea el más duro porque habla de las desilusiones y los sinsabores de la vida, de renunciar a los sueños y verse obligado a asentarse en la mediocridad. Todos los cuentos son demoledores, pero probablemente éste es el que me lo ha parecido más, sencillamente porque es el que me es más cercano y, por eso, el más terrible.

Enlace
  • 'La pequeña Emma', cuento íntegro y traducido de Géza Csáth, brutal y magnífico; por tanto, un perfecto representante del estilo de este húngaro.

lunes, 16 de enero de 2012

'El mapa y el territorio' de Michel Houellebecq



Debía llevar más de un lustro quejándome que Michel Houellebecq se repetía más que el ajo, que siempre hacía la misma novela y que parecía que escribiera con el piloto automático, casi como si estuviera parodiando la imagen pública de si mismo, repitiendo hasta la extenuación una fórmula que parecía funcionarle sin aportar nada nuevo. Así que os podréis imaginar cuál fue mi excitación cuando empezaron a salir críticas de ‘El mapa y el territorio’ que lo ponían por las nubes, diciendo que Houellebecq había madurado, que había dado un nuevo giro a su carrera y que ésta era su obra más personal. No discuto las dos primeras afirmaciones. Sí, Houellebecq toma un nuevo camino y se podría decir que ha madurado, pero también voy a decir que esto también quiere decir que se ha vuelto un soso aburrido. Ahora bien, ‘El mapa y el territorio’ me ha parecido su obra más impersonal. Es más, diré que es cuando Houellebecq se ha vuelto menos Houellebecq que más le han premiado y más le han alabado, porque sé que es una frase/idea que a él le gustaría. En el fondo, le tengo un cariño extraño a Houellebecq. Cierto, muchas veces lo odio, pero no deja de ser un odio lleno de ternura.

Mi historia con Houellebecq empieza cuando estaba a punto de acabar la carrera y estaba leyendo su primera novela ‘Ampliación del campo de batalla’. Puede que la leyera en el momento adecuado, pero me llegó como nunca me había llegado ningún otro autor vivo (David Foster Wallace llegaría más tarde); el tedio, el asco y la alienación que sentía el protagonista ante la existencia, era el mismo que sentía yo. Y estas cosas marcan. Especialmente cuando eres joven. Así que quedé ligada a él para siempre. ‘Las partículas elementales’ no me pareció tan grande, pero me gustó, aunque me temo que si la re-leyera ahora me decepcionaría. Luego leí todas las que siguieron: ‘Plataforma’, ‘La posibilidad de una isla’ y ‘Lanzarote’. Y es lo que os decía al principio: me parecieron todas iguales y olvidables (quizás la única que salvaría sería ‘Lanzarote’, pero sólo porque era la más corta). Y ahora ‘El mapa y el territorio’ aún me ha gustado menos, pero sé que cuando saque una nueva novela voy a leerla. Las relaciones entre lectores y escritores siempre son complejas y la mía con Houellebecq lo es particularmente. Nunca se ha extinguido esa sensación de que me entiende y que si me conociera podría ver a través de mis múltiples máscaras con una sola ojeada. Y egocéntrica como soy, tengo la pretensión que yo también lo entiendo y que cazo sus trucos de escritor, sus trampas y su cartón. Os lo he advertido, es extraño: lo amo y lo odio, quizás porque me parezco más a él (o a su personaje) de lo que me gustaría.

En ‘El mapa y el territorio’, el personaje que más me ha gustado y con el que más he empatizado ha sido la caldera. En serio. Lo más emocionante ha sido descubrir si la caldera, que lanza extraños gruñidos, va a estropearse o no; su lucha por la supervivencia me ha emocionado. Por otra parte, los personajes de carne y hueso me han importado un comino. Y eso que salía el propio Houellebecq como personaje, pero ni así. A ver, la novela es una especie de biografía de un artista, pero en ningún momento me llegó a interesarme ni su vida ni su obra. Es un alienado, como todos los personajes de Houellebecq, pero es que su alienación no tenía nada de particular ni de remarcable; parecía escrito con desgana, nunca llegué a sentir lo que sentía él (yo misma me pregunto si será por qué ya no siento esta misma alienación o por qué la siento ya demasiado).

Pensé que la cosa se animaría cuando saliera Michel Houellebecq como personaje, pero ni así. Su personaje es demasiado personaje, demasiado tópico; se trata de una oportunidad desaprovechada, esperaba más ironía, más mala leche. Luego se produce un crimen y pensé que así se animaría el cotarro, pero ni así. El crimen sólo sirve para que salgan más personajes igual de planos que todos los demás. Sí, Houellebecq aprovecha para insinuar alguna que otra teoría sobre el arte y analizar/criticar el sistema capitalista, pero todo de una forma muy previsible y nada interesante. Esperaba más sarcasmo y más mala leche. ¿He dicho ya que todo demasiado plano? En ocasiones habrá alguna idea brillante y algún párrafo memorable, pero es todo muy escaso.

Volvamos a la caldera. No lo decía en broma cuando decía que la parte que más me ha gustado es la de la caldera, cuando la caldera amenaza de estropearse definitivamente y cuando el protagonista busca alguien que pueda venir a arreglarla pero no encuentra a nadie. ¿Por qué? Pues porque es algo con lo que puedo identificarme. Así de simple. El resto de la novela cae tan lejos de mi experiencia y mis intereses que no me importa un pimiento. Pero tampoco es esto: un escritor puede relatar algo totalmente alejado a mí pero hacérmelo cercano. Simplemente Houellebecq para mí no lo consigue en esta novela. Claro que me interesa el arte, claro que mi padre también murió, pero la forma en que está tratado en este libro, no me interesa nada, me parece todo demasiado superficial, tópico, previsible, manido. Es como si Houellebecq escribiera con desgana. Y aún así, voy a leerme la próxima novela que publique.

Debería ya estar acostumbrada a que todas las mujeres que salen en los libros de Houellebecq se note tantísimo que han sido escritas por un hombre. Son planas a más no poder y generalmente encarnan el mito de la santa-puta, es decir, una mujer que es muy buena y muy generosa y muy guapa y en la cama muy puta. Cada cual es libre de tener las fantasías que quiera pero otra cosa es estamparla una y otra vez en todas tus novelas para que los lectores una y otra vez tengan que tragársela. Es por eso que cuando escribo algo de ficción más o menos en serio intento centrarme sólo en personajes femeninos. También debería ya estar acostumbrada que en cualquier momento una novela de Houellebecq sienta el deseo de convertirse en ensayo, pero es que no me ha interesado nada las aventuras de utópicos relacionados con los pre-rafaelitas y es que, además, estas reflexiones están inseridas con calzador. Pero lo más descarado es cuando se me pone a explicarme cosas como la historia de no sé que raza de perros. Parece que me haya hecho un “corta y pega” de la wikipedia. Y aún así, voy a leerme la próxima novela que publique.