sábado, 30 de junio de 2012

'Cooper o las soledades elementales' de Patrick Lapeyre




¿Os ha pasado que alguna vez un libro os cae tan bien que desearíais que fuera mejor? A mí sí. Muchas veces. Ésta es una de ellas. El título original de ‘Cooper o las soledades elementales’ (que es tan vago que no dice nada) en realidad es ‘L’homme-soeur’, que a mí me parece que describe mucho mejor de qué va la obra. El tema de la novela es ni más ni menos que el incesto. O si lo preferís, el amor patológico que raya la obsesión y que nunca podrá ser consumado. El protagonista se llama Cooper y es un hombre gris con una vida gris que se dedica a esperar pacientemente a su hermana. Su hermana se dedica a hacer su vida, allá por las Américas, sin pensar mucho en él, pero Cooper está convencido de que su momento llegará. Y llegados a este punto conviene preguntarse si Cooper es desgraciado y misántropo porque ha tenido la desdicha de enamorarse de su hermana, o bien si ha elegido (más o menos a propósito) una pasión no consumable porque ya de entrada era infeliz y asocial.

No sé si será porque estaba influida por la traducción del título, pero lo cierto es que la novela me ha hecho pensar un poco en Michel Houellebecq, pero no el de ‘Las partículas elementales, sino el de ‘Ampliación del campo de batalla’. Y es que Lapeyre describe la vida rutinaria de un oficinista solitario que no encaja en ninguna parte. Pero el humor y el estilo me han recordado a los de Vladimir Nabokov, pero no tanto el de ‘Lolita’, sino más bien el de ‘Pnin’. Y es que el narrador en tercera persona tiene este mismo aire distanciado e irónico. Además, salvando las distancias (que son enormes), Lapeyre también pretende jugar con la belleza y la poesía de las palabras, un poco como lo hace Nabokov (repito: salvando las distancias, que son enormes, porque nadie puede dominar el lenguaje como Vladimir).

Sí, tanto el tema como la trama, tanto el humor como el estilo, me gustan, pero aún así tengo la sensación que no acaba de funcionar. Creo que el mayor problema es que se alarga, se alarga mucho, se vuelve repetitiva, da vueltas sobre si misma y no avanza ni profundiza, se estanca, se vuelve previsible. Y es una lástima, porque el punto de partida prometía tanto. Empieza bien y Patrick Lapeyre sabe escribir, pero le falta algo, o quizás le sobra algo. Y aún así, el libro me cae muy bien porque, a pesar de no ser ni perfecto ni redondo, se arriesga, coge un tema problemático, poco explorado en esta vertiente concreta, y lo enfoca de una forma original, interesante, sin moralinas ni pretensiones, como si la literatura fuera un juego, pero un juego serio, que es lo que es. 

lunes, 25 de junio de 2012

'El tiempo es un canalla' de Jennifer Egan



No creo que se me pueda tachar de ser una lectora especialmente benévola con los escritores contemporáneos. Confieso que tiendo a ser muy escéptica con los libros de autores vivos que vienen empaquetados con innumerables críticas positivas que los describen como la nueva y definitiva sensación del panorama literario. Confieso que mis prejuicios son mayores cuando estas críticas en cuestión recalcan el carácter innovador y original de la obra. Y tampoco ayuda que hayan ganado algún premio (sea el Pulitzer o cualquier otro). Sin embargo, ‘El tiempo es un canalla’ me ha encantado; por una vez, creed todas las críticas buenas que podáis encontrar por ahí, que seguro que serán muchas. De hecho, ahora mismo, está a punto de empezar otra.

‘El tiempo es un canalla’ de Jennifer Egan está a medio camino entre la novela y el libro de relatos: está formado por una serie de capítulos (¿o son cuentos?), independientes en lo que se refiere a la trama (con un principio y un final típico de relato corto) y también escritos en estilos ligeramente distintos, pero con una red de personajes cuyas vidas se van cruzando y también con unos temas (e imágenes) recurrentes. Por lo tanto, quizás sea más una serie de historias cruzadas y el tener tantos personajes que se cruzan le permite a Egan hablar de relaciones de pareja, de amistad, entre padres e hijos, entre hermanos, etc. Además, la trama se expande durante varias décadas (desde los 70 hasta el futuro) y también en varios continentes (un safari en África, una huída a Italia).

Egan sitúa su obra en el mundillo de la música (con sus discográficas con afán comercial y sus conciertos de punk), pero la podría haber situado en cualquier otro mundillo. Y aunque pueda hablar de música (y de cosas tan concretas como lo maravillosas que pueden ser las pausas en una canción), en el fondo habla de cómo pasamos de A a B, es decir, de ser unos jóvenes idealistas y rebeldes a ser unos conformistas del montón, de ser unas futuras estrellas del punk a tener una casa en los suburbios rodeada de vecinos conservadores, de ser unos adolescentes prometedores a ser unos fracasados, de ser alguien lleno de vida a ser una persona vacía, etc. La respuesta corta es que el tiempo pasa y el tiempo es un canalla, la larga es mucho más compleja y es difícil expresarla en palabras, pero este libro intenta esbozarla de una manera magnífica.

Probablemente, lo que más se ha dicho de ‘El tiempo es un canalla’ es que tiene un capítulo entero hecho en Powerpoint. Confieso que esto me daba algo de miedo: yo odio esa moda, que parece que no se va a terminar nunca, de hacer presentaciones en Powerpoint para cualquier chorrada. Egan lo utiliza en plan un poco paródico: sitúa el relato en un futuro en que el lenguaje se articula de forma diferente a la de ahora. Es curioso e incluso interesante. No me parece revolucionario porque no está pensado para tener continuidad, sino para ser una especie de broma inofensiva. Aún así, no me parece gratuito, porque, además de ser original formalmente, también nos cuenta la historia de unos personajes: una niña adolescente y su relación con su hermano pequeño levemente autista, y también la que tienen ellos dos con sus padres.

Creo que ya lo he dicho más de una vez, pero una de las cosas que me molesta más de la literatura contemporánea supuestamente innovadora es que se preocupa mucho por innovar formalmente, por ser original a toda costa, y se olvida de crear unos personajes que sean reales y que transmitan algo. Afortunadamente, Jennifer Egan no cae en esta trampa y puede ser original (hay, por ejemplo, un relato delirante sobre una relaciones públicas que tiene como trabajo lavar la imagen de un dictador genocida, todo muy pynchoniano), pero nunca se olvida de no quedarse sólo en la superficie. Su estilo es fresco, vivo y con mucho sentido del humor, pero también es melancólico, rico e inteligente. De verdad que es una maravilla. 


viernes, 15 de junio de 2012

'Encanto y compañía' de Edith Wharton




Hasta la fecha, de Edith Wharton, había leído dos novelas: ‘La edad de la inocencia’ (que adoré) y ‘Ethan Frome’ (que era tan insípido que no me supo a nada). Con esta colección de cuentos suyos que ahora he leído (titulada ‘Encanto y compañía’) pasa algo parecido: hay algunos cuentos que me parecen perfectos y otros que me dejan bastante fría. Le doy muchas vueltas y la única conclusión a la que llego es que si hay unos que me llegan más que los otros es porque algunos tienen una voz narrativa particular que me parece tan real como si me estuvieran contando la historia al oído. Lo cual es lo mismo que no decir nada.

Ciertamente no es por el tema, cosa que parecería la respuesta más obvia. El primer cuento de esta recopilación se titula ‘Las vistas de la señora Manstey’ y va sobre una señora mayor, que se ha quedado sola y que en la vida ya sólo le queda el placer de mirar por la ventana, hasta que deciden construir un edificio que va a privarle incluso de estas vistas. Por razones que no vienen al caso, este cuento es con el que debería tener más afinidad a nivel emocional, el que debería llegarme más. Sin embargo, me dejó fría, me pareció que tenía un buen planteamiento pero llevado de forma nada original, incluso algo tópica.

Luego está el cuento que da el título a esta recopilación y va de un hombre rico que se enamora y se casa con una chica rusa, pero con esta chica le endosan una serie de hermanos y parientes, bellos y encantadores pero algo inútiles, y al hombre rico le queda el trabajo de irlos colocando. Esta historia no tiene nada que ver conmigo y, aún así, me pareció maravillosa, por el tono desenfadado que tiene, la frescura que rebosa y su sentido del humor irónico y distanciado. Mientras el primero que mencioné me parecieron sólo palabras escritas sobre papel (por más que pudieran estar bien escritas), éste me pareció vivo. Así de simple o así de complicado.

Hay otro cuento que también tiene un sentido del humor delicioso, punzante y satírico; se llama ‘La permanente’ y va de una mujer que se va a hacer la permanente antes de fugarse con su amante. Y luego hay dos, que sin dejar de tener una ironía distanciadora maravillosa, son más amargos y duros. Se trata de ‘El pretexto’, sobre un amor nunca dicho en voz alta, y ‘El diagnóstico’, sobre el miedo a la muerte. Son dos temas, en principio, ya muy trillados, pero Wharton les sabe dar una nueva vuelta de tuerca, un enfoque que parece original, una delicadeza y una sinceridad que te los hacen terriblemente próximos.