martes, 30 de noviembre de 2010

Teaser Tuesday: 'Bullet Park' de John Cheever


"Nailles imaginaba el dolor y el sufrimiento como un principado situado en algún lugar, más allá de las fronteras legítimas de Europa occidental. El gobierno sería feudal, y el país, montañoso; pero nunca figuraría en su itinerario y sería desconocido para su agente de viajes. De vez en cuando recibía postales de ese lugar distante. Había, por ejemplo, una vista de la estatua de Esculapio en unos jardines públicos, con unas montañas nevadas a lo lejos y, en el reverso de la tarjeta, el siguiente mensaje: “Edna está sedada la mayor parte del tiempo y le quedan unas tres semanas de vida, pero le gustaría recibir una carta tuya.” Nailles escribía cartas amenas a los agonizantes y las enviaba por correo hacia esa remota y pintoresca capital donde los personajes del carillón del ayuntamiento estaban lisiados, donde las estatuas del parque eran los engendros que el dolor es capaz de arrancar a la imaginación, y donde el palacio había sido reconvertido en hospital y ríos de sangre espumaban bajo los arcos de los puentes. No tenía intención de viajar a ese lugar, por lo que le sorprendió y atemorizó despertar de un sueño en el que había visto, desde la ventana de un tren, aquella aterradora cadena montañosa."
‘Bullet Park’ de John Cheever (p.52)
(Traducción: Claudia Conde)


jueves, 25 de noviembre de 2010

'Sylvia' y 'De aquí para allá' de Leonard Michaels




‘Sylvia’ de Leonard Michaels es una novela autobiográfica ambientada en el Nueva York desinhibido de los años 60 y que se centra en la relación del autor con la que fue su primera mujer, una joven de pelo negro, guapa e inteligente, pero desequilibrada. La primera vez que se ven, se acuestan sin decirse prácticamente nada, y luego deciden ir a vivir juntos. Deciden ir a vivir a un apartamento de dos habitaciones. Durante el día él se dedica a intentar escribir cuentos y ella estudia clásicas en la universidad, por más que es una materia que no le atrae nada. Y luego, por la noche, se discuten y se pelean. La suya es una relación enfermiza, llena de reproches y crueldades, marcada por el deseo de herir al otro. Sin embargo, ninguno de los dos es capaz de terminarla. Es una novela que más que hechos relata emociones y sensaciones. Un punto impresionista. Es un libro duro, que tiene un punto de autoflagelación. Leonard Michaels lo escribió en su madurez, cuando habían pasado unos treinta años de los hechos que relata, pero aún así es inevitable entrever cierto sentimiento de culpa y su consiguiente deseo de expiarla.

Me gustó tanto ‘Sylvia’ que decidí comprarme los cuentos completos de Leonard Michaels que editó Lumen. He empezado por su primera recopilación de cuentos: ‘De aquí para allá’. Estos cuentos fueron escritos cuando Michaels estaba casado con su primera mujer, la misma que inspiró la novela ‘Sylvia’, y tener esto en cuenta ayuda a entenderlos mucho mejor. Se trata de unos cuentos para nada realistas, densos, exigentes, casi impenetrables. Es como una mezcla entre Donald Barthelme y Franz Kafka. Soy de las que opinan que los experimentos mejor dejarlos en el laboratorio. La literatura experimental me gusta sólo en muy contadas excepciones. Por ejemplo, si me gusta Barthelme creo que es porque ante todo lo que quiere conseguir es divertir al lector. Y creo que si me gustan los cuentos de Leonard Michaels es por todo lo contrario, porque el autor ante todo quiere transmitir una sensación de dolor y angustia al lector. Están hechos del mismo material con que se construyen las pesadillas. Son cuentos ambientados también en el Nueva York de los años 60, con sus apartamentos de dos habitaciones y sus fiestas para intelectuales pretenciosos, pero el realismo se termina aquí. Todos tratan de la violencia que hay en las relaciones humanas, entre hombres y mujeres principalmente, pero no exclusivamente. Es un libro muy compacto, al que cuesta entrar, pero una vez que lo has hecho a veces te tienes que parar para respirar de tan absorvente que es. Hay personajes que se repiten en varios cuentos, el que más se llama Phillip y parece bastante obvio que es un alter ego del escritor. Es también otro libro que parece escrito a modo de expiación. Muy pero que muy duro, claustrofóbico y angustiante. De los que una no puede olvidar ni que quiera.


viernes, 12 de noviembre de 2010

'Cita en Samarra' de John O'Hara


“Cita en Samarra” es la primera novela de John O’Hara, autor de la misma generación que Ernest Hemingway y Francis Scout Fitzgerald, escritores que también se encuentran entre los fans declarados de esta obra que fue escrita en menos de cuatro meses. “Cita en Samarra” se ambienta en un pequeño pueblo de Pensilvania durante las Navidades de 1930 y narra el proceso de autodestrucción al cual se deja arrastrar Julian English, un hombre de treinta años perteneciente a la alta sociedad local y que en apariencia lo tiene todo: una guapa mujer que le quiere y una posición privilegiada totalmente estable. Pero cuando decide tirar la bebida a la cara de un pez gordo al que medio pueblo (incluido el propio Julian English) debe dinero, solamente porque ya no aguanta más sus chistes, los acontecimientos se precipitan y lo que podría ser una anécdota sin importancia se va engrandeciendo como una bola de nieve bajando por una pendiente. Lo curioso es que el incidente que da pie a la novela sucede en una elipsis y sólo vemos el momento previo en el que Julian fantasea con la idea de arrojarle la bebida a la cara del pez gordo local y los momentos posteriores en que todo el mundo cotillea sobre lo que ha sucedido.

Hay mucho de autobiográfico en “Cita en Samarra”: el pueblo ficticio (Gibbsville) es una recreación del pueblo natal de John O’Hara (Pottsville) y el protagonista tiene mucho del propio autor ya que, por ejemplo, los dos son hijos de un médico estricto y distante, decepcionado porque su hijo no siguió su profesión, o porque los dos son bebedores recalcitrantes. Todos los personajes son mezquinos y egoístas en un sentido u otro, es difícil compadecerlos y, aún así, se trata de una novela tan bien construida que nada importa que no nos puedan caer nada bien los personajes. A veces da la sensación que es un libro que John O’Hara escribió para pasar cuentas, con sus conciudadanos pero también consigo mismo, porque no deja de haber cierta dosis de autoflagelación, especialmente en lo que se refiere a la relación con su mujer y su alcoholismo.

Toda la novela (salvo algunos flashbacks puntuales que sirven para explicar mejor a los personajes) sucede en apenas 48 horas, las que van de la Nochebuena a la noche del día de San Esteban. Y, aunque sólo sean 48 horas y el protagonista sea Julian English, John O’Hara es capaz de hacernos un retrato minucioso y concienzudo de toda una sociedad y toda una época. Todos los personajes que se cruzan con Julian en la novela tienen su propia novela detrás, de la cual se nos cuenta el argumento en forma de sinopsis pero no los detalles. Incluso las mujeres tienen su vida más allá de los hombres y también sus propios deseos sexuales, por más que la buena sociedad intente encorsetarlas en unos rígidos arquetipos. Ni siquiera los secundarios que salen en una sola escena son simples figurantes sino personas con su propia existencia. Uno tiene la sensación de que John O’Hara podría haber centrado su novela en cualquiera de ellos y le hubiera salido tan rica y compleja como la que se desarrolla alrededor de Julian English.

Estamos en 1930 y, aunque la Gran Depresión está empezando, aún hay lugar para fiestas y bailes constantes, clubes de campo elitistas, alcohol a raudales y una veneración casi fetichista por los automóviles como signo de prosperidad. Y como estamos en 1930, no puede faltar misoginia, racismo, antisemitismo, homofobia y prejuicios de clase. En “Cita en Samarra”, John O’Hara crea todo un mundo, con su jerarquía social férreamente organizada y prácticamente inamovible, una jerarquía no tan distinta a la que también rige la mafia local, que también es retratada en esta novela que es tan rica que parece que nunca pueda llegar a agotarse.


lunes, 8 de noviembre de 2010

'Howards End' de E.M. Forster




‘Howards End’ es una novela de ideas, en el sentido de que se propone analizar las relaciones entre diferentes clases sociales y determinar si es posible un entendimiento entre ellas. Forster nos presenta a tres familias: 1) los Wilcox, representantes de la vieja aristocracia terrateniente, muy prácticos, materialistas y con los pies en el suelo; 2) los Schlegel, representantes de la burguesía intelectual, con orígenes europeos, idealistas y soñadores; y 3) los Blast, representantes de la clase baja, que viven en apartamentos mal ventilados e impersonales y tienen que trabajar para (mal)vivir, pero que sueñan (ingenuamente) con tiempos mejores, en prosperar gracias al conocimiento que pretenden ir arrancando de aquí y de allí.

Y sí, es una novela de ideas, con un narrador sabiondo que con aires de suficiencia no escatima reflexiones pedantes acerca de sus personajes, pero afortunadamente Forster es un escritor lo suficientemente inteligente como para comprender que las ideas que quiere exponer no tienen que ir en detrimento de crear una trama que atrape al lector y unos personajes de carne y hueso. Pero Forster no solamente es lo suficientemente inteligente como para comprenderlo sino también lo suficientemente hábil como para conseguirlo. Para mí, Forster tiene un estilo distintivo. Para empezar, es elegante y diestro, observador y detallista, como muchos de los novelistas ingleses clásicos que le precedieron (aquí estoy pensando principalmente en Jane Austen). Además, es capaz de crear personajes psicológicamente complejos y mostrarnos su psicología de una forma perfecta. Y luego tiene un sentido del humor y una ironía y un aire distanciados que a veces quizás dan al narrador omnisciente más protagonismo del que en realidad tendría que tener.

Aún así, hay cosas de ‘Howards End’ que no me han convencido. Me encantan las hermanas Schlegel, lo fuertes e independientes que son, lo mucho que se quieren a pesar de que en realidad son muy distintas. Me gusta también el aire pasota de Tibby Schlegel. Y es inevitable que sienta un cariño especial por Leonard Blast, porque puedo entender como nadie su afán de conocimiento, su auto-compasión, el auto-odio a su propia clase social, la fascinación y la repulsión que le producen las clases más altas, ese odio por los que se creen superiores, esa envidia, ese odio a uno mismo. (Aunque creo que es algo que con la edad se va aplacando.) Es por todo esto que no soporto ciertos giros que hay en la trama.

No me gusta que Margaret se case con el señor Wilcox. Es algo que se veía venir, pero aún así es de una forma tan precipitada y poco explicada que me resulta algo irritante. Cuesta creer que Margaret, que es una mujer inteligente y con carácter, esté enamorada de un hombre tan insensible, ensimismado y engreído, un hombre que no ha hecho nada para merecerla. Sin embargo, lo dejo pasar, pero cuando Wilcox la va cagando flagrantemente y repetidamente y, a pesar de todo, Margaret sigue queriéndolo ya no lo aguanto más. No soporto que a Wilcox le salga todo bien, siempre salga airoso y triunfante, mientras que el pobre Leonard Blast esté pisando siempre mierda y luego le despachen con un final cutre e indigno.

Podréis decir que así es la vida, que a los ricos todo les sale bien y a los pobres todo les sale mal, y quizás sea verdad, pero me fastidia que Forster despache a Blast diciendo que como era de clase baja no tenía la misma sensibilidad que los de clase alta y que, por tanto, su final no es tan trágico, que probablemente no sufrió tanto como hubiera sufrido cualquiera de nosotros. En el fondo es este paternalismo de Forster lo que me saca de quicio. Me saca de quicio que se presente como un tío muy legal que va a examinar las relaciones entre clases distintas sin prejuicios y luego resulte que tiene prejuicios a carretadas y el tipo sea tan desvergonzado como para seguir negándolo. Probablemente es una impresión totalmente subjetiva y estoy siendo algo hipersensible, pero creo que no se puede negar que Forster es un paternalista. Otro ejemplo: farda mucho de entender las mujeres y la mayoría del rato probablemente es verdad, pero no hay necesidad de fardar tanto ni tampoco de hacerles la pelota y mucho menos de mirarlas un poco por encima del hombro de forma sutil pero innegable.

Y ahora debería dedicar el último párrafo a convenceros de que en el fondo me ha gustado. Porque, por más que ha habido unos cuantos detalles que me han impedido disfrutar todo lo que probablemente podría haberla disfrutado, ciertamente me ha gustado. No tanto como ‘Una habitación con vistas’, quizás porque ésta al ser una comedia era más fresca y menos prejuiciosa, pero ciertamente me ha gustado. Si a caso, volved a leer mi segundo párrafo, porque todo lo que ahora podría añadir sería una repetición. Pero lo cierto es que Forster escribe que es una delicia.

jueves, 4 de noviembre de 2010

'El vicario de Wakefield' de Oliver Goldsmith



A veces me pregunto qué pensarán las generaciones futuras si se da el caso de que ven un episodio de ‘True Blood’. ¿Creerán que es una serie seria o se pensarán que es una parodia? ¿Pensarán que la perpetración de tópicos, tramas absurdas, escenas ridículas y giros argumentales inverosímiles son en serio o pensarán que son un guiño irónico hacia los espectadores? Yo misma no sería capaz de decirlo. Algo parecido (me) pasa con ‘El vicario de Wakefield’ de Oliver Goldsmith (escrita entre 1761 y 1762). Precisamente una vez escribí una historia en que dos personajes discutían a propósito de ‘El vicario de Wakefield’: el conservador opinaba que era una novela moralista mientras que el liberal defendía que era una parodia de una novela moralista. Yo no estoy nada segura, pero prefiero leerla como una parodia, porque así la puedo disfrutar más.

En ‘El vicario de Wakefield’ hay dos partes claramente distintas. La historia empieza cuando el reverendo Charles Primrose se queda en la ruina, porque su banquero le ha estafado. Es un golpe duro y al reverendo no le queda más remedio que trasladarse, con toda su familia, a una parroquia más humilde y llevar una vida sin ningún tipo de lujo. El reverendo se adapta fácilmente a este revés de la fortuna y sigue creyendo en la bondad del universo. Con algo más de tiempo su mujer y sus hijas también acaban conformándose. La primera parte de la novela es básicamente una novela costumbrista con un humor sutil e irónico, no muy diferente a cualquier novela de Jane Austen (que de hecho se ve que era fan de este libro, pero se ve que también lo eran Dickens, Goethe, Lampedusa, y muchos más). El humor se desprende de la oposición entre el reverendo, que es estricto, espiritual, religioso e idealista, y su mujer y sus hijas que no son mala gente pero son algo vanidosas. Y al ser tan opuestos no paran de hacerse la puñeta sutilmente. La novela está escrita en primera persona por el reverendo y, por tanto, no desaprovecha ninguna ocasión para dejar caer consideraciones morales, que yo me tomo como irónicas.

La segunda parte empieza cuando una de las hijas es raptada y a partir de ahí las desgracias se irán sucediendo al estilo del libro de Job e, igual que Job, el reverendo nunca perderá la fe en la bondad de la gente, ni dejará de creer que todo el mal que le sucede es la voluntad de Dios y, por tanto, está bien y todo terminará bien, sino aquí en la tierra, la recompensa estará en el cielo. Esta segunda parte es una novela sentimental con un malo malísimo, casualidades improbables, escenas peripatéticas, giros en la trama risibles, etc. Todo muy grotesco. Yo tiendo a pensar que realmente es sólo una parodia de las novelas sentimentales, porque todo es demasiado exagerado, caricaturesco e inverosímil. No sería tan distinto a los divertimentos que Jane Austen escribía para deleitar a su familia y amigos, como ese ‘Amor y amistad’, que es también una parodia de las novelas sentimentales.

Sin duda, yo prefiero la contención y el humor sutil de la primera parte a los excesos melodramáticos y el humor basto de la segunda. Además, en la segunda hay digresiones morales realmente pesadas que se alargan hasta el infinito, incluyendo lo que es una defensa de la filosofía del partido de los tories que el reverendo se saca de la manga. Y es todo algo difícil de digerir. Pero la primera parte es realmente exquisita y también hay momentos divertidos en la segunda. Es una novela que te hace sonreír, una lectura agradable, y al final le cogí mucho cariño al libro, a pesar de sus defectos.


martes, 2 de noviembre de 2010

'El período azul de Daumier-Smith' de Salinger



Me encantan las historias de jóvenes que se hacen pasar por mayores de lo que en realidad son y se infiltran en un mundo de adultos que aún no les correspondería. Adoro las historias sobre jóvenes que fingen que tienen muy claro lo que quieren pero que en realidad están totalmente perdidos. Me fascinan las historias de personas que se hacen pasar por quienes no son, que son mentirosos patológicos, que crean una ficción alrededor de su propia vida. Todo esto (y mucho más) es ‘El período azul de Daumier-Smith’. Es también mi cuento favorito de Salinger junto con ‘Justo antes de la guerra con los esquimales’.

Nunca podemos fiarnos de los narradores en primera persona, pero el narrador de este relato de Salinger es especialmente poco fiable. Nos explica como enredó a un matrimonio de profesores de una academia por correspondencia, haciéndose pasar por un pariente de Daumier e íntimo amigo de Picasso, y cada vez que abre la boca acaba haciendo la mentira más gorda hasta llegar a unos límites increíbles. Es divertidísimo. Pero, evidentemente, si mintió de una manera tan flagrante una vez, ¿qué nos hace creer que no nos está mintiendo ahora a nosotros los lectores? Además, es un narrador tan pedante, pretencioso, engreído y pagado de sí mismo que suena de lo más falso, pero por eso mismo es divertidísimo.

‘El período azul’ es un cuento algo atípico en Salinger. A mí me sería más fácil creer que lo escribió Wes Anderson que no el propio Salinger, porque Salinger no suele escribir cuentos en primera persona y sus cuentos suelen ser descripciones de escenas y no períodos de tiempo. Es también un cuento divertidísimo, en el que lo trágico se mezcla con lo cómico. El matrimonio de profesores de arte son personajes grotescos, pero también lo son los alumnos por correspondencia. Y luego está la pedantería engreída del narrador, que nos regala situaciones de lo más absurdas ya que, por ejemplo, es capaz de tener una epifanía observando el escaparate de una tienda de aparatos ortopédicos y quedarse tan ancho.

Pero también es un cuento muy triste porque el narrador se siente tan solo y perdido que es capaz de enamorarse de una forma ridícula y obsesiva de una monja sólo porque dibuja medianamente bien. Las cartas que le escribe a la monja son las de un maníaco, pero no dejan de ser otro ejemplo de lo desesperado que está el narrador. Mi amor por este cuento no tiene límites, porque es un cuento divertidísimo, pero a la vez lleno de tristeza, y con un punto de nostalgia.