lunes, 29 de junio de 2009

'Envidia' de Yuri Olesha


No entiendo lo que le pasa a 'Envidia': tiene dos partes y cada parte parece en realidad un libro distinto escrito por un autor distinto. No lo entiendo. Tiene una primera parte notable y una segunda parte infumable. Es la típica sátira de escritor ruso que consiguió marcarle un gol al régimen y la censura soviética. Y sí, la primera parte es una sátira divertida, ingeniosa y fresca. Pero la segunda parte se adentra en meandros oníricos y fantasías surrealistas y se pierde, se pierde. No lo entiendo.

La primera parte está narrada en primera persona por Nikolái Kavalérov, un joven de 27 años borracho y muerto de hambre, que un día es recogido por Andréi Bábichev, funcionario soviético ejemplar, cuando estaba durmiendo la mona encima de una alcantarilla después de ser expulsado de una taberna por liarla parda. Bábichev acoje a Kavalérov en su casa como un hijo. Bábichev representa el comunismo soviético que anula la individualidad en favor de la construcción de una patria productiva. Y Kavalérov lo odia con todas sus fuerzas, pero se trata de un odio preñado de envidia, porque Kavalérov lo único que desea es ser famoso, famoso como lo es por ejemplo Bábichev. Y sí, es una sátira alegórica en la que cada personaje simboliza una cosa, pero esta primera parte funciona también a nivel individual y psicológico, porque la creación de personajes está muy bien conseguida. Más que remarcable. Pero luego viene la segunda parte y lo arruina todo. La primera parte es más bien descriptiva, describe una serie de escenas banales que nos permiten conocer a los personajes.

Luego, la segunda parte, con un narrador en tercera persona externo, intenta contarnos una historia y resulta que es una historia ridícula, sin pies ni cabeza, en la que a todos los personajes se les va la olla y acaban haciendo estupideces que no tienen ton ni son. Creo adivinar que la segunda parte se quiere centrar en un personaje que ya había sido presentado en la primera parte, Ivan Bábichev, hermano y némesis de Andréi, que representa la sociedad burguesa y capitalista, pero en esta ocasión la eficacia y la incisividad de la sátira quedan diluídas por culpa de unas ínfulas oníricas insoportables, y la psicología de los personajes queda anulada por una torpeza narrativa flagrante. Simplemente no hay por dónde agarrarla. Y es una lástima, porque la primera parte de esta novela realmente la disfruté. Sigo sin entender cómo pudo pasarle algo así al autor. No lo entiendo.


lunes, 22 de junio de 2009

'Fedra' de Jean Racine


Pocas obras deben existir como la 'Fedra' de Racine que sean una defensa tan radical de la virtud (afortunadamente), pero también pocas obras deben existir como la 'Fedra' de Racine que hablen con tanta intensidad del dolor por un amor que se sabe que nunca será correspondido (desgraciadamente). Fedra está enamorada de Hipólito, el hijo de su marido, que encima resulta que no es nada más que un bravucón misógino y arrogante. Ella agoniza literalmente de amor (como pasa en toda tragedia que se precie), pero, avergonzada, no se atreve a confesar quién es la causa de su lenta agonía. Al final, presionada por su nodriza, se lo confiesa. Fedra se llama a sí misma "un monstruo incestuoso", porque en el mundo de Racine la idea de cometer un crimen es tan grave como el hecho cometer un crimen en sí mismo. Siguiendo esta misma tónica, ella nunca se hubiera atrevido a confesar su amor a Hipólito, pero como parece que Teseo (el soso de su marido) ha muerto, una vez más, convencida por su nodriza, se lo confiesa.

Hasta aquí bien: Fedra es un personaje consumido y debilitado a partes iguales por el amor y la culpabilidad; en este contexto se entiende que ella no se atreva a hacer nada hasta que no es empujada por un personaje externo. Lo que me mosqueó es que en el mundo de Racine los personajes de alta cuna sean tan nobles que no sean capaces de una calumnia y que por tanto no sea Fedra quién calumnie a Hipólito después de su rechazo, sino su nodriza (que es una criada y que por tanto, en el mundo de Racine, sí que es lógico que sea capaz de calumniar a quién se le ponga por delante sin remordimientos; una vez más la calumnia se refiere sólo al hecho de tener deseos incestuosos, no a una violación como era hasta entonces la tradición, Diós nos libre). Es por esto que la Fedra de Racine nunca será una de mis heroínas favoritas. Aún así es una heroína bastante guay, tiene unos grandes discursos, que te encogen el corazón, y una salida de escena épica (aunque una vez más me mosqueó que las últimas palabras de la obra no fueran las suyas; Racine, en serio, tío, ¿darle las últimas palabras a Teseo que es un muermo de personaje? ¿cómo habíamos quedado que se titulaba la obra?)

Así, el mayor pero que le encuentro a la obra es el personaje de la nodriza, maniqueista a más no poder, un mero instrumento a las manos del autor para hacer su heroína más noble y recatada. Y el mayor acierto, para mí, es que es una obra en que poco ocurre, que la acción se ve empujada por las palabras de los personajes, por la revelación de sus sentimientos (¡ésta es mi definición del teatro, señores, apuntárosla!) Personalmente también me gusta que haya un montón de muertes pero ningún asesinato. Me gusta (en esta ocasión) el uso recurso del deus ex machina: Poseidón envía un monstruo del mar que acojona los caballos que tiraban el carro de Hipólito y éste es arrastrado hasta que queda hecho una piltrafa. Toma ya, esto sí que es una muerte. Toma ya, le está bien empleado al chuleras de Hipólito.

Pero, aunque Hipólito, me caiga mal, es un buen personaje. Uno de los aciertos de Racine fue hacerlo enamorado, una novedad en la tradición, y se tiene que tener en cuenta que en el mundo de Racine, estar enamorado es una flaqueza de carácter, pero en el caso de Hipólito es aún más grave, porque Hipólito es hijo de una amazona y siempre ha mirado con desprecio y aires de superioridad a los que se enamoran, pobres diablos, hasta que él se enamora y se enamora nada más ni nada menos que de la hija de los enemigos de su padre, lo cual hace de Hipólito un auténtico hipócrita, porque es víctima de un amor que debería ser tan condenable como el que siente Fedra por él. Racine ignora este aspecto (como ignora también que los errores que Teseo ha cometido fuera de cámara sean también de la misma calaña), pero nosotros lectores del siglo XXI no podemos hacerlo. Evidentemente, las lecturas implícitas que contiene este olvido me encantan (ya sabéis, a los hombres se les perdonan errores que las mujeres no se pueden permitir cometer y tal).

sábado, 20 de junio de 2009

'La gata' de Colette


'La gata' tiene un punto de partida inmejorable: un triángulo amoroso entre una mujer, un hombre y la gata de éste. Pero esta idea que promete tanto queda diluida en un estilo enmarañado y ferragoso. Se suponía que esta novelita tendría que hablar de amor y celos, pero Colette parece más interesada en hacer filigranas con su estilo que no en contar una historia, con lo cual nunca dejé de tener la sensación que estaba leyendo un simple artefacto literario de lo más frío. Nunca llegó a transmitirme nada y lo terminé por puro orgullo. Había ocasiones en que la obra se volvía más narrativa y parecía que iba a arrancar el vuelo pero se volvía a perder en sinestesias absurdas y evocaciones veladas que no evocaban nada. Pero no todo es decepcionante en este libro: me gustó la inversión de roles que hay en la pareja protagonista. Mientras que el hombre es hipersensible, pasivo y adopta en la relación un rol tradicionalmente ligado a la mujer, la mujer es quien toma la iniciativa, incluso sexualmente. Lástima que la profundidad psicológica de estos personajes también se vea desplazada en favor de la forma. Y bueno, el problema es que yo no aguanto los libros que prestan más atención a la forma que al fondo, algo que en este libro ocurre de una forma descarada.

jueves, 11 de junio de 2009

'Pequeños cuentos misóginos' de Patricia Highsmith


'Pequeños cuentos misóginos' de Patricia Highsmith, como su nombre indica, son una serie de 17 cuentos breves (algunos brevísimos, de sólo tres páginas) que describen arquetipos misóginos de mujeres. Cada uno de ellos está protagonizado por un estereotipo (odioso y odiable) de mujer (la ñoña, la perfeccionista, la perfecta señorita, la víctima, la prostituta autorizada o esposa, etc.) que es incapaz de salir de los límites que le marca el rol que le ha sido asignado (de hecho, ni siquiera se plantean salir de estas limitaciones, porque ellas son de lo más felices dentro de estos límites tan ceñidos). La mayoría de cuentos acaban con una muerte, la mayoría de veces la muerte de la protagonista, la mayoría de veces asesinada por un hombre que, a pesar de haber creado el estereotipo de la mujer que ha asesinado, a la larga, se cansa de él. Son sátiras implacables, inteligentes, divertidísimas. Son viñetas de lo más políticamente incorrectas, pero que no buscan la provocación gratuita. Patricia Highsmith hace gala de una ironía elegante e incisiva. Su estilo es mordaz y directo, pero sin dejar de ser una delicia. Y es que estos cuentos son una delicia, una delicia amarga y cruel, pero delicia al fin y al cabo. Me encanta que partiendo de unos arquetipos tan tópicos Highsmith sea capaz de construir unos cuentos tan originales y, por supuesto, también valientes. Una pequeña joya, aunque quizás sólo disfrutable para feministas posmodernas con un sentido del humor algo retorcido.


(Nota frívola: ¡Qué guapísima que era Patricia Highsmith de joven!)

domingo, 7 de junio de 2009

'Postales de invierno' de Ann Beattie


No hay duda que 'Postales de invierno' es una novela generacional y yo siempre recordaré que la leí en el momento adecuado. No importa que hable de la resaca de los setenta després de la fiesta hippie de los sesenta, para mí siempre hablará de ese mes de mi vida en que abandoné el trabajo y consumí los días repartiendo mi tiempo entre la angustia y la apatía. Que los dos protagonistas tengan exactamente la edad que tengo yo ahora (27) no acaba de hacer nada más que reforzar esta connexión. 'Postales de invierno' se desarrolla en el invierno extraordinariamente frío de 1975 en una ciudad nevada que nunca se menciona pero que se ve que es Washington. Los dos protagonistas son Charles y Sam. Charles trabaja en una oficina rellenando informes y sólo sueña en recuperar la mujer que ama que le dejó por su marido, porque sólo así su existencia podrá tener algo de sentido. Sam trabaja en una tienda vendiendo chaquetas y sólo espera que salga el nuevo disco de Bob Dylan, esperando quizás que le dé respuestas sobre qué rumbo seguir con su vida. Los dos se pasan los días de la semana trabajando y cuando llegan a casa están demasiado cansados como para hacer nada. Los fines de semana se los pasan bebiendo. Son los setenta y ya no hay mucho sexo (y cuando hay es desapasionado y más bien por compromiso), ni nada de drogas, pero sí rock'n'roll: en el libro aparecen en el momento adequado una larga lista de canciones que conforman una banda sonora generacional pero también emocional. Y esto es uno de sus mayores aciertos.

'Postales de invierno' es como una telecomedia sobre la depresión. Charles y Sam están deprimidos, odian su vida, pero son demasiado apáticos como para hacer nada para cambiarla. Pero lo mejor de este libro es que prácticamente todos los personajes que salen están deprimidos: desde la madre de Charles (Clara, que está totalmente ida y se dedica a pasarse el día en la bañera y a dejar por toda la casa revistas de cine y mantas eléctricas enchufadas) y su padrastro (Pete, que sólo vive para cuidar a Clara y lamentarse de que si hubiera tenido hijos propios le hubieran querido de verdad), pasando por el amor de Charles (Laura, que ahora vive en un chalecito suizo de los que vende su marido), hasta llegar a Pamela Smith (una ex-novia de Charles que se pasea de costa a costa cargando libros feministas y reconsiderando si es lesbiana o no). Es una de esas obras que es divertida y triste a la vez. El frío del invierno se cuela por todos lados y llega a helar las cerraduras de los coches. Está escrita con un estilo inmediato y lleno de pequeños detalles que le dan realismo. La prensa amarilla está por todas partes y las visitas al supermercado a la orden del día. Es una novela como la vida misma. Un único pero le encuentro: el final, demasiado convencional, que transforma lo que para mí era una historia de amistad y depresión, en una típica historia de amor. Es algo decepcionante. Se ve que hicieron una adaptación cinematográfica de esta novela que pasó sin pena ni gloria por la cartelera. Luego se volvió a estrenar, con el final cortado, y se convirtió en película de culto. Y es que esta novela pide un final abierto que no sea final: es una novela en la que no pasa nada y por eso chirría tanto que al final pase algo. Pero, a pesar del final, no deja de ser maravillosa. Y es que es una novela llena de vida con la que es facilísimo identificarse, porque todos hemos sido Charles o Sam alguna vez.