“La marcha de Radetzky” de Joseph Roth narra el fin del Imperio austro-húngaro a través de la historia de tres hombres de la misma familia pero de tres generaciones distintas. Es una elegía a un mundo que desapareció definitivamente con el estallido de la primera guerra mundial, el mundo del antiguo régimen, cuyas costumbres y mentalidad también quedaron totalmente anihilados. En esta novela, la Historia en mayúscula va entretejida magistralmente con la historia particular de estos tres hombres, y nunca una estorba a la otra o parece metida con calzador.
El bisabuelo de esta saga era un campesino, pero toda su vida le hubiera gustado ser militar, así que decide que su hijo, el abuelo, lo será. El abuelo se convierte en un héroe de guerra, pero a él siempre le hubiera gustado ser un alto funcionario del imperio, así que decide que su hijo, el padre de esta saga, siga esta profesión. El padre, tal como había deseado el abuelo, llegará a ser un alto funcionario pero toda su vida soñará con poder haber sido militar, así que ésta será la carrera que escogerá para su hijo. El hijo, a pesar de su torpeza innata, se convertirá en militar, pero no habrá nada en el mundo que desee más que vivir tranquilo en el campo, como hizo su bisabuelo. Y luego en el fondo siempre está la figura del emperador, que de vez en cuando pasa a primer plano de la forma más natural, entrelazando historia y ficción.
En “La marcha de Radetzky” las mujeres tienen un papel anecdótico, ya que la novela se centra en relaciones entre hombres: relaciones entre padres e hijos, en la amistad entre dos hombres, pero también relaciones entre amos y sirvientes o entre superiores y sus inferiores más directos. Son relaciones en apariencia secas, pero por debajo de la superficie hay un torrente de afecto que estos hombres no saben cómo expresar. Creo que nunca olvidaré la forma en que se me encogió el corazón al leer la noche antes de un duelo que comparten el nieto militar y su amigo, el doctor del regimiento, que no son otra cosa que dos inadaptados y es por esto que se sienten tan cercanos él uno con el otro.
La marcha que da título a la novela aparece al principio en todo su esplendor, como un himno que es símbolo de un imperio fuerte y orgulloso, pero pronto empieza a sonar en las situaciones más grotescas, se pervierte su sentido original y es sólo una cancioncilla por la que no se tiene ningún tipo de respecto, en el más puro estilo decadente. Al final vuelve a sonar allí dónde debería sonar, pero ya es demasiado tarde para que pueda volver a sonar con el esplendor original y se ha convertido ya sólo en un lamento elegíaco para un mundo que desaparece.
Pero la marcha de Radetzky no es la única música que suena de forma recurrente en esta novela, también están los cantos de las campesinas que habitan cerca de la frontera rusa. Y luego también hay sonidos recurrentes como el cantar de los grillos, el croar de las ranas, el repiqueteo de la lluvia, etc. Para ser una novela histórica, es muy lírica; se preocupa en crear belleza a través de las palabras que parecen perfectamente mesuradas. También es muy emotiva, por más que los protagonistas son hombres serios, estrictos, encerrados en sí mismos, casi herméticos, y que se guardan los sentimientos dentro por más que les quemen, que no sólo no saben transmitir lo que sienten sino que también muchas veces se avergüenzan de sentir lo que sienten. En todo caso, es una novela magnífica; un clásico imprescindible, me atrevería a decir.
2 comentarios:
Efectivamente, la relación que narra Roth entre el protagonista y el doctor es de lo más emotiva, quizás las mejores páginas que he leído sobre la amistad (y para mi las mejores del libro).
Otro recuerdo que tengo vívido de esta novela es la cáida en desgracia de uno de los personajes vía alcoholismo.Esos pasajes estaban tan conseguidos que me recuerdo apesadumbrado leyendolos.Era evidente que Roth sabía de lo que escribía...
A mí es que las historias de amistad en literatura me encantan. Y no hay muchas, hay tendencia a preferir contar historias de amor, cuando las de amistad pueden ser igual o más de bonitas. Y la verdad es que la entre el protagonista y el doctor era de las que más.
Sí, el pintor alcohólico es un secundario genial. Era el antiguo amigo de juventud del padre y cada vez que se vuelven a encontrar y el padre siente repelús y hace como si no lo conociera se me rompía el corazón.
Publicar un comentario