‘Las noches’ es una novela escrita por el holandés Gerard Reve y publicada en 1947, cuando el autor tenía unos 23 o 24 años. El protagonista es Frits van Egters, un joven de 23 años, que vive con sus padres y que lleva una vida de lo más gris. Normalmente lo que sucede en este tipo de novelas es que el protagonista pasa por una experiencia que lo saca (aunque sea momentáneamente) de la rutina en la que vive, pero en ‘Las noches’ no pasa absolutamente nada. Y cuando digo “nada” quiero decir “absolutamente nada”. También es habitual que este tipo de libros se centren en mayor o menor grado en lo tedioso que resulta desempeñar un trabajo monótono, pero aunque se nos dice que Frits van Egters trabaja como oficinista, nunca nos lo muestra en el trabajo. La novela sucede en las últimas 10 noches del año y narra exclusivamente los momentos de ocio de la vida de Frits, que normalmente ocurren durante la noche, cuando vuelve a casa de trabajar. Y nos muestra lo aburridos y vacíos que también pueden ser estos momentos de ocio.
Frits a veces sale por la noche: va a una reunión de antiguos alumnos, al cine, a un bar a emborracharse; visita, le visitan o se encuentra por casualidad a amigos, familiares y compañeros; pero nunca se divierte. Luego se mete en la cama y tiene pesadillas surrealistas de lo más angustiantes. A veces la novela parece una colección de diálogos para besugos (o sea, conversaciones insustanciales y repetitivas), porque cuando Frits se encuentra con otra persona no soporta quedarse sin decir nada, que la conversación se estanque, así que siempre acaban hablando de chorradas. Siempre está el clásico tema del tiempo que hace, pero quizás los temas favoritos de Frits sean los relacionados con la muerte, las enfermedades y los locos. Y si estos fallan, siempre tiene como último recurso el tema de la calvicie; Frits siempre está a punto de decir a su interlocutor que se está quedando calvo y que debería ir con cuidado, porque quedarse calvo es lo peor que a uno le puede pasar.
‘Las noches’ debe ser la novela aburrida más divertida de la historia, porque no pasa absolutamente nada pero tiene un humor negro de lo más extraño, pero también delicioso, por más que también tenga un punto de amargura. Me da un poco la sensación de que ‘Las noches’ es como Franz Kafka sin sentimiento de culpa. Las escenas (delirantes) en casa con los padres, que tienen manías que a Frits le sacan de quicio (como encender la estufa produciendo demasiado humo, sorber la sopa, servirse de la azucarera no con la cucharilla de la azucarera que para eso está sino con la propia), me recuerdan mucho a las escenas domésticas de ‘La metamorfosis’ (y dicho sea de paso, las pesadillas que Frits tiene cada noche también son de lo más kafkianas).
Jamás se menciona, Frits nunca se analiza a él mismo, pero está claro que ‘Las noches’ es también una obra sobre la alienación. Frits es incapaz de sentirse parte de nada, las relaciones con las otras personas son totalmente superficiales y vacías, pero está tan alienado que incluso está alienado de su propia persona y es incapaz de sentir nada. Así que los días y las noches van pasando y en alguna ocasión Frits piensa que la noche está perdida de antemano, pero tampoco hace nada para intentar salir de una rutina que lo convierte en un autómata. 'Las noches' sería un libro realmente deprimente sino fuera porque es divertidísimo.
2 comentarios:
Desde luego, me ha entrado curiosidad por ver cómo logra sostener -y encima hacer divertido-todo un libro en el que no pasa nada. En otro registro, y otra época, encuentro ahí algún eco del estupendo "Oblómov", el hombre que miraba pasar la vida.
Quizás tengo que avisar que si a mí me ha gustado tanto en parte es porque me he sentido identificada con el protagonista. Tantas veces me veo atrapada en diálogos para besugos y me agobio que ha sido casi catártico poderme reír de ello. Y el humor me ha recordado un poco a los sketches de Monty Python y yo soy fan del humor tipo Monty Python.
El Oblómov es una de mis bestias negras. Lo he empezado tres veces y tres veces me he atascado en ese maldito sueño. Me digo que la cuarta vez me lo voy a saltar, pero una parte de mí se ha formado la idea absurda y romántica que si no puedo terminar el Oblómov es porque yo soy Oblómov, igual de perezosa e inactiva.
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