Siempre digo que Antón Chéjov es uno de mis escritores favoritos. Pero mi amor por él se cimienta principalmente en su teatro, porque sus cuentos los he leído mucho menos. En la biblioteca hay un tocho con absolutamente todos sus cuentos y empecé a leerlos de allí, pero el problema (además de que el libro pesa mucho) es que están por orden cronológico y, por más que idolatre Chéjov, tengo que reconocer que sus primeros relatos no son muy chéjovianos; son demasiado sentimentales para mi gusto; la influencia de Guy de Maupassant pesa demasiado y hay poco del estilo personal que tan grande hace Chéjov. El caso es que empecé a leerlos por orden cronológico, pero pronto me cansé, porque aunque no fueran malos eran demasiado sensibleros.
Así que ahora voy leyendo los cuentos de Chéjov a través de varios recopilatorios incompletos, que tienen títulos tan neutros como éste ‘Cuentos’ (de la Editorial Pre-Textos) que he leído ahora. Los cuentos de esta edición están impecablemente escogidos, con la excepción de ‘Vanka’, que es un cuento que ya había leído antes y que odio bastante. Pasa en Navidad y encima va de un niño muy desgraciadito que no tiene nadie en el mundo y sufre mucho, y no hay nadie que le pueda ayudar. Es de esos cuentos sensibleros que mencionaba antes y que me pueden irritar bastante, por más que alguien me pueda venir argumentando que el final tiene un punto de humor amargo y trágico y yo qué sé. Es sentimentaloide. Y punto.
Pero todos los demás son perfectos. ¿Y qué es lo que los hace perfectos? No lo tengo del todo claro, pero estaba yo leyendo un relato titulado ‘La novia’ y de pronto el narrador cuenta que dos personajes estaban en la estación esperando el tren y uno invitó al otro a té y manzanas y me dije: “¡Es esto!” Sí, el té y las manzanas es lo que hace tan perfecto y único a Chéjov. Son estos detalles, en apariencia insignificantes, pero que te hacen revivir la escena como si Antón hubiera estado allí, como si tú estuvieras allí en aquel preciso momento. Y es que en Chéjov todo es tan tangible, tan cercano, tan real.
Los cuentos de Chéjov suceden en los mismos escenarios que sus obras teatrales, tienen los mismos personajes, con las mismas frustraciones de siempre; tienen el mismo sentido del humor amargo y la misma melancolía. Puede que siempre cuente lo mismo: la historia de un personaje desencantado con la vida pero que no le queda más remedio que seguir viviendo, pero siempre con matices nuevos. Me gusta que en los cuentos de Chéjov no haya ninguna revelación, ningún clímax, que todo pase de forma natural y pausada. Se podría decir que en realidad poco pasa, pero esto sólo es en la superficie, porque en la psicología de los personajes se debaten nostalgias mal reprimidas, deseos frustrados, sinsabores no superados, una aversión a la rutina que no se puede disimular, un tedio que lo empaña todo.
Creo que el cuento que más me ha gustado es ‘La novia’, sobre una joven que tiene que casarse pero que se da cuenta que nunca ha querido a su prometido y que sabe que no soportará la vida monótona que le queda por delante. Es como una novela en miniatura, pero lo que me gusta más es que, contrariamente a lo habitual en Chéjov, es algo esperanzadora. La novia al fin puede llevar una vida que la satisface más, aunque es a costa de romper completamente con su vida anterior y hacer daño a los que más la quieren.
Luego también me ha fascinado ‘El profesor de ruso’, sobre un joven que está enamorado y que al fin consigue lo que quiere, pero un día se da cuenta que, a pesar de que está llevando la vida que siempre había deseado, resulta que es una vida vacía e insatisfactoria. Lo que acaba de hacer redondo este relato son dos personajes secundarios (y es que otra de las virtudes de Chéjov es que sabe crear unos secundarios maravillosos con un par de trazos firmes): el profesor de geografía que sólo vive para corregir los deberes de sus alumnos y que no sabe decir nada más que lugares comunes, y la hermana mayor de la enamorada del profesor de ruso, una chica con carácter, inteligente e ingeniosa, pero que parece destinada a quedarse para vestir santos.
Pero es que todos los cuentos son memorables. Está ‘La crisis’ sobre un joven estudiante que es arrastrado a los burdeles por dos compañeros y allí descubre que la realidad no es como se la imaginaba, algo que le angustia tanto que acaba teniendo una crisis y es realmente sobrecogedor como Chéjov narra los momentos en que el protagonista siente tanto dolor que sólo desea morir porque así se terminará de una vez ese dolor. También está ‘El Reino de las mujeres’ protagonizada por una joven que ha heredado mucho dinero de su padre pero se siente terriblemente sola. Y luego ‘La onomástica’, que describe a la perfección la incomunicación que hay entre una pareja de casados y cómo ésta los va alejando irremediablemente el uno del otro.
- Más sobre Antón Chéjov: 'Platónov'
2 comentarios:
A mí si me gusta Vanka. Dejando de lado eso, disfruto mucho leyendo este blog y me parecido oportuno agradecértelo. Un cordial saludo
José, muchas gracias por leer y comentar. De verdad que me hacen mucha ilusión comentarios así.
Bueno, en lo mío con Vanka, también debe influir que no me gustan (o no me suelen gustar) ni los cuentos con niños ni los cuentos de Navidad.
Publicar un comentario