miércoles, 24 de febrero de 2010

'El mal de Portnoy' de Philip Roth


Si tuviera que resumir ‘El mal de Portnoy’ de Philip Roth en cinco palabras estas serían “sexo”, “judaísmo” y “sentimiento de culpa”. El protagonista, Alexander Portnoy, es el perfecto niño judío, estudioso, obediente y dulce, pero aún así todo esto no es suficiente para su dominante madre, para la que una nimiedad como no terminarse toda la comida del plato es una ofensa personal, una tragedia, una prueba irrefutable de que su hijito es un desagradecido que no valora lo mucho que le quiere su madre del alma porque quiere matarse de hambre sólo para darle un disgusto a ella. Y si la madre es sobreprotectora y castradora, el padre es un estreñido, literalmente y figurativamente. El padre es un vendedor de seguros que se mata trabajando y que las pocas horas que pasa en casa las pasa sentado en la taza del váter. El caso es que los dos, padre y madre, forman un muy buen equipo a la hora de dotar a su hijo de un profundo sentimiento de culpa mediante las más variadas y refinadas técnicas pasivo-agresivas. Y es cuando Portnoy empieza a masturbarse (de forma compulsiva) cuando el sentimiento de culpa estalla en todo su esplendor.

Portnoy crece y se convierte en un respetable ciudadano que trabaja para el alcalde de Nueva York, pero sus padres siguen tratándole como un niño e intentándolo hacer sentir culpable (con bastante éxito, todo se tiene que decir). Pero tampoco es que Portnoy sea un ser humano digno de compasión; es egocéntrico, narcisista, engreído, misógino, lleno de autocompasión, y se cree infinitamente superior a todos los que le rodean. Han pasado años desde las primeras pajas, pero para Portnoy sexo y sentimiento de culpa siguen íntimamente ligados: todas las experiencias sexuales con las que había fantaseado previamente, una vez se llegan a materializar, no puede disfrutarlas plenamente por culpa del famoso sentimiento de culpa. Por supuesto, sus relaciones con las mujeres no van que digamos sobre ruedas: las mujeres listas le hacen sentir inferior y las que no lo son no puede evitar despreciarlas por las pocas luces que tienen. Y estas son la desgracias del pobre Alexander Portnoy.

La novela está escrita en primera persona y finge ser el relato de su vida que Portnoy hace a su psicoanalista. Este truco permite que la historia no siga un orden lineal sino motivado por los recuerdos, pero a la vez también le da frescura, y espontaneidad, y veracidad. El tema de esta novela, que no es otro que las penas que acarrea la masculinidad en el siglo XX, en manos de cualquier otro escritor podría resultarnos algo insufrible, pero el mérito que tiene Roth es que sabe escribir y tiene sentido del humor, y con esto puede hablar las veces que quiera de lo mucho que sufren los hombres, porque es capaz de hacerlo interesante. ‘El mal de Portnoy’ está tan bien escrito que engancha, y además es divertidísimo. Roth es capaz de reírse de sí mismo y esto se agradece. Y otra cosa que se agradece es la sinceridad de la novela. Portnoy nos cuenta sus secretos más vergonzosos, sus fantasías más denigrantes, sus pensamientos más rastreros, sus sentimientos más patéticos. Y es divertidísimo.


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