El escenario es un destartalado y decadente motel de carretera situado en medio de ninguna parte en el oeste más profundo, un oeste plagado de perdedores y anacronismos como cowboys rudos que participan en rodeos intentando que ni se les caiga el sombrero. Los protagonistas son dos animales heridos y orgullosos, un hombre y una mujer. Orgullosos porque prácticamente el orgullo es lo único que les queda, con lo cual sólo dejarán ver sus heridas si esto sirve como arma arrojadiza contra el otro. Parece que algún día se quisieron, pero ahora hay entre ellos demasiados reproches como para que puedan volver a quererse. Les queda el odio y se aferran a él para sentirse menos solos.
Esta obra de Sam Shepard me recuerda a Harold Pinter con un toque de Tennessee Williams y Samuel Beckett, pero con un estilo totalmente personal; una obra primaria y visceral que habla de amor, odio y sexo, y también soledad. Escrita con un ritmo impecable, un ritmo al que bailan los dos protagonistas, porque más que actuar lo que hacen es acercarse y alejarse como si estuvieran ejecutando una coreografía hipnótica. No hay ningún giro innecesario en la trama, pero la revelación final atorga a toda la obra un sentido más profundo aún si cabe y claramente trágico, que parece que nos quiere decir que los humanos estamos condenados a ser víctimas de la pasión y que somos un animal que siempre tropieza con la misma piedra. Totalmente recomendable.
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