“La visita de la vieja dama” de Friedrich Dürrenmatt (escritor suizo en lengua alemana) tiene un primer acto que es el de una farsa. La acción se ambienta en Güllen, una pequeña ciudad de provincias que en el pasado había sido próspera pero que ahora está totalmente arruinada y ni siquiera los trenes se detienen en su estación. Sin embargo, puede que las cosas cambien, porque una antigua habitante del pueblo, convertida ahora en prácticamente la mujer más rica del mundo, ha anunciado su visita y todo el pueblo tiene la esperanza de que esta vieja dama del título les podrá sacar de la miseria con sus millones.
El tono de sátira y parodia no es tan distinto del de “El inspector” de Nikolái Gogol, pero con toques de Samuel Beckett, ya que la dama llega arrastrando un ataúd (por si pudiera necesitarlo más adelante) y va acompañada por dos brutos que comen chicle de forma compulsiva y no dicen nada, y dos eunucos ciegos que dicen sus frases al unísono y actúan como si fueran un único personaje. La vieja dama también tiene una larga colección de maridos (hasta nueve) que son todos idénticos y todos igual de prescindibles. Y también hay cuatro vecinos que actúan como una especie de coro moderno.
Sin embargo, al final del primer acto (que ha sido el planteamiento) hay una revelación inesperada, un giro sorpresa que lo cambia todo, y la obra se convierte en una tragedia, porque definitivamente habrá final trágico y parece que nada puede cambiarlo, pero esto no significa que se pierdan los toques de farsa. Así que probablemente sería mejor hablar de tragicomedia. La vieja dama promete que dará sus millones pero pide algo a cambio. Ella dice que quiere comprar justicia, pero en realidad lo que quiere comprar son las almas de todos los habitantes del pueblo. Estos se niegan rotundamente, incluso se escandalizan ante la propuesta, pero ella dice que esperará, porque está convencida que tarde o temprano aceptarán su oferta. El segundo acto, el planteamiento, está destinado a contarnos como los habitantes del pueblo pasan de un no rotundo a un sí imperativo. Luego, llega el tercer acto, el desenlace, ya sabemos qué va a pasar, pero aún así no resulta menos cruel cuando pasa.
La vieja dama del título es una especie de Medea, como dice el maestro del pueblo, porque ejecuta una venganza perversa, pero lo hace de una forma totalmente desapasionada. Es un personaje fascinante, que se mueve en un plano diferente al resto y que fríamente para una trampa de la que su presa no puede escapar. Pero la venganza no es el único tema, ni mucho menos. Es una obra que trata de cuestiones morales, pero sin moralizar, sin dar respuesta. Es cierto que habla de cómo el dinero lo puede comprar todo, pero aún así habla de mucho más. Es verdad que habla de culpa, de una forma que me recuerda un poco a Franz Kafka, pero en realidad habla de mucho más. Es una obra rica y compleja, con una estructura impecable que nos lleva a un clímax implacable.
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