martes, 2 de noviembre de 2010

'El período azul de Daumier-Smith' de Salinger



Me encantan las historias de jóvenes que se hacen pasar por mayores de lo que en realidad son y se infiltran en un mundo de adultos que aún no les correspondería. Adoro las historias sobre jóvenes que fingen que tienen muy claro lo que quieren pero que en realidad están totalmente perdidos. Me fascinan las historias de personas que se hacen pasar por quienes no son, que son mentirosos patológicos, que crean una ficción alrededor de su propia vida. Todo esto (y mucho más) es ‘El período azul de Daumier-Smith’. Es también mi cuento favorito de Salinger junto con ‘Justo antes de la guerra con los esquimales’.

Nunca podemos fiarnos de los narradores en primera persona, pero el narrador de este relato de Salinger es especialmente poco fiable. Nos explica como enredó a un matrimonio de profesores de una academia por correspondencia, haciéndose pasar por un pariente de Daumier e íntimo amigo de Picasso, y cada vez que abre la boca acaba haciendo la mentira más gorda hasta llegar a unos límites increíbles. Es divertidísimo. Pero, evidentemente, si mintió de una manera tan flagrante una vez, ¿qué nos hace creer que no nos está mintiendo ahora a nosotros los lectores? Además, es un narrador tan pedante, pretencioso, engreído y pagado de sí mismo que suena de lo más falso, pero por eso mismo es divertidísimo.

‘El período azul’ es un cuento algo atípico en Salinger. A mí me sería más fácil creer que lo escribió Wes Anderson que no el propio Salinger, porque Salinger no suele escribir cuentos en primera persona y sus cuentos suelen ser descripciones de escenas y no períodos de tiempo. Es también un cuento divertidísimo, en el que lo trágico se mezcla con lo cómico. El matrimonio de profesores de arte son personajes grotescos, pero también lo son los alumnos por correspondencia. Y luego está la pedantería engreída del narrador, que nos regala situaciones de lo más absurdas ya que, por ejemplo, es capaz de tener una epifanía observando el escaparate de una tienda de aparatos ortopédicos y quedarse tan ancho.

Pero también es un cuento muy triste porque el narrador se siente tan solo y perdido que es capaz de enamorarse de una forma ridícula y obsesiva de una monja sólo porque dibuja medianamente bien. Las cartas que le escribe a la monja son las de un maníaco, pero no dejan de ser otro ejemplo de lo desesperado que está el narrador. Mi amor por este cuento no tiene límites, porque es un cuento divertidísimo, pero a la vez lleno de tristeza, y con un punto de nostalgia.


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