martes, 28 de enero de 2014

'Las grandes familias' de Maurice Druon



'Las grandes familias' de Maurice Druon se centra en dos grandes familias unidas por un matrimonio: una es de origen aristocrático (con diplomáticos, militares, poetas, etc.) y la otra es de origen burgués (que se enriqueció gracias a sus fábricas, su banco y su periódico). Y en medio hay dos personajes de origen humilde que consiguen colarse en estas familias y prácticamente pasar a formar parte de ellas: uno es una sirvienta que consigue hacerse imprescindible porque sabe aparecer en el momento justo (cuando las cosas empiezan a torcerse) y ella puede ser útil e incluso llegar a mandar y tener su momento de gloria; y el otro es un aspirante a literato pusilánime que pronto olvida sus ínfulas literarias y nos damos cuenta de que lo que le interesa en realidad es ganar dinero, poder, influencia y admiración. 

Las dos grandes familias, a pesar de tener orígenes distintos, comparten un mismo destino: el de una lenta desintegración. La novela no deja de ser otra muestra de la típica obra que retrata la decadencia de los que en antaño lo fueron y pudieron todo. Pero lo retrata muy bien, y de una forma especialmente misántropa y amarga. No hay ningún personaje que merezca la más mínima simpatía y ni siquiera compasión. Son todos seres egoístas y ensimismados en sí mismos. Del primero al último realmente mezquinos. Memorables son las escenas de entierros en que los personajes asisten para dejarse ver pero no sienten ni la más mínima pena por el pobre que le ha tocado estar en el ataúd. 

Novela río que retrata la sociedad francesa de entre guerras, 'Las grandes familias' es quizás, más que nada, una novela sobre la ambición (la ambición de los hombres ricos que quieren ser aún más ricos y no quieren verse destronados, pero también la ambición de una actriz de segunda que es capaz de cualquier cosa por tener una vida regalada). Y cómo esta ambición ciega puede provocar tragedias. Pero, bueno, para el causante de la tragedia tampoco hay para tanto, porque la tristeza pronto es devorada por una nueva y aún más insaciable ambición. 

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