'Las Troyanas' de Eurípides empieza cuando ya todo ha acabado, cuando la guerra de Troya se ha perdido y las mujeres de Troya esperan que se las repartan los griegos para servirles como esclavas. Me encanta que sean las mujeres las que hablen sobre el sufrimiento que repercute en ellas (y sobre todo un pueblo) por culpa de la guerra de los hombres. Me encanta que las protagonistas sean mujeres fuertes, que se quieren vengar o que aceptan su destino con resignación o que (eliminada ya toda esperanza) sólo desean morir.
Eurípides es modernísimo, por atreverse a hacer una obra sin argumento, por su combativo antibelicismo, pero también por la denúncia implícita que hay sobre el papel de las mujeres: se ven envueltas en guerras que no les van ni les vienen y, muertos sus maridos, ya no son nadie y los enemigos se las reparten como una parte más del botín, como meras propiedades.
La obra es un largo lamento. Pero esto tiene contrapartidas; no siempre se puede mantener la intensidad deseada, los personajes no evolucionan, y se hace algo repetitiva. Pero hay momentos auténticamente brillantes y estremecedores, como el loco y autodestructivo deseo de venganza de Casandra y el dolor sordo de Hécuba.
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