¿Una novela histórica escrita el siglo XVII ambientada en la corte francesa del siglo XVI? Créedme, ante esta prespectiva yo era más escéptica que nadie. El elogio de "la primera novela moderna" es un elogio que pesa como una losa. La empecé más por curiosidad intelectual que por un verdadero interés personal. Y me ha sorprendido. Me ha sorprendido gratamente. Me ha sorprendido lo mucho que me ha llegado a gustar. Lo bien que me lo he pasado.
Se puede leer como una novela histórica que retrata el ambiente de la corte y las intrigas que se desarrollan en ella. Se puede leer como una intriga sentimental centrada en un triángulo amoroso. Se puede leer como una novela moral que hace una defensa y un elogio de la virtud (sorprendentemente sin meter nunca de por medio conceptos religiosos como Dios). Se puede leer como una novela psicológica que decribe con un detallismo y una delicadeza admirables los procesos mentales por los que pasa la protagonista, el enamoramiento pero también sus dudas, sus miedos, sus deseos, su sentimiento de culpa. Todas estas lecturas por supuesto no funcionan por separado sino que se entrecruzan. Hay historias dentro de historias, personajes reales que se mezclan con personajes de ficción. Y todo se junta para formar un mosaico compacto y de una gran riqueza.
Pero además de estos aspectos (nada desestimables) aún hay algo más en esta novela de más de 300 años que hace la que tan cercana a mí. Y este algo es para mí lo de que en último término habla 'La Princesa de Cléves'. Una cosa es la imagen que dan los tres personajes principales y otra lo que realmente son. Los tres protagonistas son un fraude o, en el mejor de los casos, un fracaso. La princesa de Cléves quiere hacer lo correcto, pero son muchísimas las veces en las que acaba haciendo todo lo contrario de lo que se había prometido hacer. Además, mete la pata de manera notable y acaba haciendo daño a los que la quieren y a los que ella quiere. El príncipe de Cléves se vende como un marido perfecto, le promete a su mujer que nunca se pondrá celoso, pero a la primera dificultad real se vuelve un celoso del copón y de una forma pasivo-agresiva se convierte en un tirano que domina a su mujer. El Duque de Nemours se vende como un enamorado perfecto y sensible, pero es un bocazas y un acosador de lo más empalagoso (la persecución a la que somete a su amada es digna de solicitar una orden de alojamiento).
Una cosa es lo que nos gustaría ser y otra cosa es lo que acabamos siendo. Una cosa son nuestros ideales y otra la realidad. El Duque de Nemours en el fondo no es más que un Don Juan de tres al cuarto. Quiere tanto a la princesa por el simple hecho de que es una presa difícil de conseguir. No nos engañemos, tan pronto como el duque consiga lo que quiere, ya no lo querrá más. El amor una vez se consigue deja de existir. El amor sólo existe como ideal no realizado. La princesa también lo sabe. Y es por todo esto que esta obra es tan cercana, porque todos cometemos errores, porque a todos nos gustaría ser una versión mejorada de nosotros mismos, porque todos fracasamos. Dios, qué pesimista es esta obra. Me encanta.
Se puede leer como una novela histórica que retrata el ambiente de la corte y las intrigas que se desarrollan en ella. Se puede leer como una intriga sentimental centrada en un triángulo amoroso. Se puede leer como una novela moral que hace una defensa y un elogio de la virtud (sorprendentemente sin meter nunca de por medio conceptos religiosos como Dios). Se puede leer como una novela psicológica que decribe con un detallismo y una delicadeza admirables los procesos mentales por los que pasa la protagonista, el enamoramiento pero también sus dudas, sus miedos, sus deseos, su sentimiento de culpa. Todas estas lecturas por supuesto no funcionan por separado sino que se entrecruzan. Hay historias dentro de historias, personajes reales que se mezclan con personajes de ficción. Y todo se junta para formar un mosaico compacto y de una gran riqueza.
Pero además de estos aspectos (nada desestimables) aún hay algo más en esta novela de más de 300 años que hace la que tan cercana a mí. Y este algo es para mí lo de que en último término habla 'La Princesa de Cléves'. Una cosa es la imagen que dan los tres personajes principales y otra lo que realmente son. Los tres protagonistas son un fraude o, en el mejor de los casos, un fracaso. La princesa de Cléves quiere hacer lo correcto, pero son muchísimas las veces en las que acaba haciendo todo lo contrario de lo que se había prometido hacer. Además, mete la pata de manera notable y acaba haciendo daño a los que la quieren y a los que ella quiere. El príncipe de Cléves se vende como un marido perfecto, le promete a su mujer que nunca se pondrá celoso, pero a la primera dificultad real se vuelve un celoso del copón y de una forma pasivo-agresiva se convierte en un tirano que domina a su mujer. El Duque de Nemours se vende como un enamorado perfecto y sensible, pero es un bocazas y un acosador de lo más empalagoso (la persecución a la que somete a su amada es digna de solicitar una orden de alojamiento).
Una cosa es lo que nos gustaría ser y otra cosa es lo que acabamos siendo. Una cosa son nuestros ideales y otra la realidad. El Duque de Nemours en el fondo no es más que un Don Juan de tres al cuarto. Quiere tanto a la princesa por el simple hecho de que es una presa difícil de conseguir. No nos engañemos, tan pronto como el duque consiga lo que quiere, ya no lo querrá más. El amor una vez se consigue deja de existir. El amor sólo existe como ideal no realizado. La princesa también lo sabe. Y es por todo esto que esta obra es tan cercana, porque todos cometemos errores, porque a todos nos gustaría ser una versión mejorada de nosotros mismos, porque todos fracasamos. Dios, qué pesimista es esta obra. Me encanta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario